CRÓNICA PATEADA 156

Puentes del Río Lérez 12 -10 -2013

  Saliendo con puntualidad congostreña, conseguimos llegar catorce congostreñ@s al aparcamiento del campamento que la Xunta tiene para los veranos en la zona del Lérez.

 Pasaba muy poco de las diez cuando comenzamos a caminar cargados con los enseres. Estaba fresca la mañana. Todos menos uno llevaban prendas de abrigo. A la pregunta ¿no tienes frío?, contestaba el caluroso: “para qué quiero el frío si no tengo chaqueta”. Caminamos río abajo en dirección a Cerdedo.

 El camino estaba colonizado por todo tipo de vegetación. Alguna congostreña comentó la sensación de la típica estampa de las películas al estar cruzando la zona amazónica. Raíces, piedras y hierbajos eran pateadas por los caminantes con la oculta intención de descubrir algunas riquezas escondidas. Hubo quien se tiró por los suelos para verlas más de cerca.

 Después de dejar la senda  homologada de los Puentes del Lérez,  una vez cruzado el puente Gomail, continuamos río abajo hasta  el puente romano de Parada, cerca de Moureira, parroquia de Parada . El grupo repone fuerzas con la ingesta de proteínas y anima el espíritu con fotos panorámicas en poses interesantes sobre el puente. El recorrido se volvía monótono: verdes campos impregnados del rocío de la mañana, parcelados con cordelitos de colores; aguas cristalinas fluyendo entre frondosos árboles y arbustos; bosques de robles donde habitaban algunos castaños cargados de frutos. Lo de siempre. Bueno, algunas veces la monotonía variaba un poco para dejarnos un paisaje limpio de árboles y plagados de mantos de tojo picante.

 Después de unos kilómetros, llegamos a Framil. Lo más destacable aquí eran unas botellas plásticas de agua, que colgaban a modo de collar a todo lo ancho de un portal. Cuenta su dueño, que desde que se le ocurrió el invento, no tiene que apartar a los perros que utilizaban su portal como aliviadero. También son dignos de mención los cerrados de las fincas con distintos modelos de somieres a modo de valla.

 Llegamos al lugar de A Barciela, donde nos esperaba una torre centenaria de alertas, desde donde se avisaba de las incursiones de desalmados y se llamaba al auxilio de todos los vecinos. Como la torre carecía de campana, un desalmado contemporáneo, hizo sonar la campana de la iglesia cercana, para emular la sensación de aquellos días. El vello se erizó a la mayoría de grupo. Otros simplemente se reían.

 Pasito a pasito,  guiados gracias al buen gps que funcionaba sin pilas ( menos mal que entre los cuatro que habían visto previamente  la ruta consiguieron acordarse por donde discurría )  llegamos a Murada, lugar  de pocas casas cuyo patrimonio consiste en la fuente más pura del lugar (según una vecina octogenaria). Nace entre dos montículos a lo alto del pueblo y transcurre por cañerías subterráneas de “bagrro”, (según su yerno). La fuente se acompaña por placa un poco trasnochada en honor a cierto régimen pasado. También disponen de la fotogénica vaca, que asoma por el ventanuco del portal de la cuadra para deleite de los paparazzi. Todo esto concentrado en el patio de la casa “Janeiro número 5”. Suponemos que dedicada al famoso torero y al perfume que desprende la fotogénica. Creemos que se llamará vaca Chanel. 

 A poca distancia del pueblo, comprobamos con asombro, que continuaba arrimado a un pino un colchón. Suponemos que como reclamo de lugar de descanso y desahogo. Era el lugar de paisaje de tojo y senderos anchos de tierra recientemente construidos con excavadoras. El sendero confluía de nuevo en el río.
 Nos llevaba a un merendero con incontables mesas. Solo dos fueron ocupadas para poder aprovechar el calor humano. Un hábil congostreño utilizó una vara a modo de paño. Oscilándola con rapidez conseguía limpiar la mesa mejor que cualquier camarero en una hamburguesería. Eran casi las tres cuando tomamos asiento.

 Pasaba muy poco de las tres cuando nos incorporamos al camino. Comenzaba el otro extremo del prolongado ocho imaginario que tenía el recorrido. Toca subir río arriba, atravesandolo de un lado a otro aprovechando los múltiples puentes sobre el,  hasta el monasterio de Aciveiro, . Con el miedo de que nos pillase la noche, el ritmo se acelera. Hay rumores de motín. El guía hace caso omiso y solo mira para delante y a su derecha, por si alguien osaba adelantar. Veteran@s congostreñ@s dominan la retaguardia para asegurar la expedición. Una vez en el monasterio, se olvidan los pesares. Había jornada de puertas abiertas. Las empleadas se tornaban todo amabilidad. Mostraban al grupo todos los detalles con los que contarían si decidiesen celebrar algún evento en el lugar: grandes salones, íntimos rincones, sobrias decoraciones con trajes de época, claustros alfombrados de hierba e inmaculadas sillas situadas en hilera acaracolada; en el centro se situaría la pareja nupcial. Dos congostreños se situaron en pose para la foto mirándose de forma almibarada. Después de fotos y comentarios hilarantes sobre la pareja, nos agasajaron con una trufa y una copa de rico cava. Una copa por persona. Esa era la norma, que alguno se saltó hasta tres veces. El camino de regreso estaba controlado por un famélico penco grisáceo que se interesaba por si teníamos pase. O por lo menos creíamos que pedía eso cuando se acercaba desafiante. El retorno se completó en menos tiempo que la subida. El miedo de quedarse sin luz aguijoneaba las conciencias. Eran las ocho de la tarde cuando alcanzamos la meta. La mitad del grupo se despidió, la otra mitad quedaron en Cerdedo para disfrutar de las consabidas cañas de despedida… 

 Hasta otra. Abur…

Miguel Carbó

No hay comentarios: