CRÓNICA DO CAUREL

Caurel 14, 15 y 16-11-2013

Día 14.- El reagrupamiento.
Fueron llegando cada uno cuando pudo. Se reparten los aposentos y se preparan los enseres. Se hace una “improvisada” cenita con lo que algunas almas congostreñas traen y todos comen. Todo riquísimo.
La casita no está mal, no así el dueño: lucía un peinado plateado cubriéndole las orejas y un talante chulesco que parecía un componente de los Chunguitos.

Día 15.- La nevada Devesa da Rogueira
A las siete y media suena el gallo que llevamos en la mochila para estas ocasiones. Todos en pie, unos desayunan en la cocina de la casa otros en el comedor servidos por el Chunguito. Cuatro euros nos rateó.
Con cuatro nuevas adquisiciones, contábamos diecinueve caminantes en cinco coches. Después de un buen rato de serpenteante carretera, llegamos a la salida. Pasadas las diez tomamos el camino. Este recorrido ya se hizo a principios de noviembre de hace dos años, pero en sentido contrario.
Habíamos pedido para este día, un poco de sol, mucha luz y algo de frío. Como el frío era a granel, trajimos un poco de más, por si acaso.
El camino estaba alfombrado de hojas caídas. Algunas escondían castañas, otras raíces para dar picante a la caminata. Tomamos el primer contacto con la nieve sobre las once de la mañana. No era muy espesa. El paisaje recordaba a una tarta de Santiago espolvoreada con azúcar en polvo. Mientras ganábamos altura, la nieve se volvía más densa. Grandes ¡Ooohhhss! salían de boca de los incrédulos.
La primera visita obligada fue una fuente con dos chorretes: “A Fonte do Cervo”, también llamada popularmente “A Fonte da Fame”; de una misma roca brotan dos manantiales: de uno, aguas ferruginosas y del otro, aguas calcáreas; ambas con propiedades curativas, gozan de gran fama entre las gentes de los pueblos de los alrededores; posee unas características muy especiales que la hacen única en la zona. De aquí nos dirigimos a un ventoso mirador, ¡que frío hacía! Desde él se advertían las diferencias de las laderas: salimos de una zona fría y nevada a otra ventosa y sin nieve. A una  de las recientes congostreñas le sentó mal tanto viento y pasó un mal rato. No era un buen sitio para la merienda, pero había hambre…
Próxima parada, un pequeño laguito que nos esperaba después de una pronunciada pendiente: la laguna Lucenza de Seara. Aprovechamos unos minutos delante de la laguna para hacer fotos. A pesar de su belleza no tardamos mucho. El frío nos apresuraba y luego habría que subir.
Volvimos a la cara oscura del mundo y a los caminos nevados. La intención era ir a otro mirador,  “Formigueiros 1.637m.”, pero un malentendido hizo a medio grupo perseguir el fantasma del guía y pasarse cuatro pueblos y dos montañas, así que unos comieron en la cima antes de las nieves y otros en el valle al calor del sol.
Una vez reagrupados, una congostreña inmortalizó el momento escribiendo el nombre del grupo en la nieve. El fotógrafo tomó nota del suceso. Eran las tres y media  y estábamos comenzando el descenso cuando nos encontramos con un grupo de varias familias con niños que disfrutaban del sol y del picnic.
Volvimos a encontrarnos con el sendero de subida. Ahora ya no había tanta nieve. Lo seguimos. Cuando nos disponíamos a saludar a unos caminantes que ascendían… ¡jopé, pero si son ellos! Algunos de los retrasados, tomaron un “atajo” y estaban volviendo a subir. Una vez convencidos volvimos a bajar. Agotamos los últimos rayitos de sol. Sobre las seis y cuarto estábamos estirando unos centímetros.
Con intención de tomar una cervecita nos dirigimos al bar “O Pontón” pero estaba cerrado y oscuro. Dejamos la visita para el próximo día. Nos esperaba el jabalí.

Duchaditos y con nuestras mejores galas, rodeamos una inmaculada mesa de diecinueve comensales. El caldo estaba calentito, el jabalí muy rico. El vino se oponía a ser tomado. Algunas congostreñas no consiguieron domarlo.

Día 16.- El bosque de castaños.
Salimos de la casita un poco más tarde y con dos grados más, que son de agradecer. Pasadas las diez, estábamos subiendo un camino hormigonado que daba acceso a un pequeño pueblecito. Había feria, pero no compramos nada.
Rápidamente nos metimos cuesta arriba por zona boscosa, que era lo que todos deseaban. Muchísimos castaños y encinas. La mayoría se pasaba más tiempo agachado que andando. La culpa era de las castañas. Piden socorro a gritos.
El paisaje ya no hacía mella en los caminantes. Era siempre tan otoñalmente bonito que saturaba y no se apreciaba.
Los guías se detienen a las puertas de una casa rural para negociar otra estancia. “O Mazo” creo que se llamaba. Los pies cansados del resto se niegan a parar para poder seguir. Casitas de piedra llamadas “sequeiros” nos contemplan al pasar. Nosotros apenas les hacemos caso. También hay enormes árboles huecos para esconderse para la típica broma: uuh!. ¡Que susto!. ¡Pues haber pedido muerte! El recorrido consistía en siete kilómetros de subida y otros tantos de bajada.
La nota distintiva la dio una terracita del bar “O Pontón”. Estaba construida a la manera americana. Todo era madera: las mesas, sillas, mostrador, barra. Desconocemos como eran las copas, porque estaba cerrado.
Finalizamos sobre las tres con un hambre atroz. La calmamos en un bar del pueblecito de la feria, al amparo de una fría cervecita.

Hasta otra.

Abur…

No hay comentarios: