CRÓNICA PATEADA 160

Muiños de Budiño (O Porriño) 

 A las nueve y media estábamos en el Almas Perdidas los caminantes pensando por donde era más fácil perderse. No había manera. Las instrucciones eran claras. Llegamos en menos de media hora al Centro Cultural A Forna, situado en Budiño, Porriño. Incluso tres nuevas incorporaciones, llegaron sin problemas a su hora. Bueno, uno un poco más temprano que los demás.

 Salimos veintiuna almas pisando sobre seguro. El día que estaba pedido, contenía dosis de lluvia intermitente y mucho frío. La crisis que nos afecta a todos, hizo que el frío se presentase solo a primeras horas y la lluvia ni apareciera. El recorrido se realizó por tramos de sendero marcado y otros sin marcar, pero a juicio de nuestra autóctona guía, eran más bonitos. Todo el recorrido transcurría entre campos de labradío y parte de monte comunal. 

Por el camino nos encontramos, no por casualidad, con molinos de la zona (Muiños da Atol). Alguno en buen estado. También pasamos por algunas pozas a las que dan nombre, (Poza do Pregal, do Rego). Este primer camino nos llevó hasta una curiosa formación rocosa, consistía en un “cacho pedrusco” del tamaño de una casa, apoyado sobre otro no mucho más pequeño, dejando un hueco, no muy alto, que se utilizaba como refugio de la lluvia.

 Seguimos subiendo. A los pies del faro, que curiosamente no tiene luz, se aprovecha para tomar el plátano y de paso contemplar Porriño a vista de águila. Una formación de nubes ocultaba algunas zonas a la vista de curiosos. A medida que avanzamos, nos encontramos con formaciones caprichosas de roca. Con alguna imaginación, un poco de niebla y una pequeña sugestión, podría poner los pelos de punta. Nos sorprende encontrar a estas alturas, un merendero bastante cuidado. No le dimos uso porque ya no nos quedaba plátano.

 Poco más arriba, después de una pequeña explanada entre rocas, nos encontramos una pequeña abertura entre rocas en la que apenas cabía una persona arrastrándose para entrar. Era el hueco que ocultaba el famoso Catabún. Se trata de una piedra granítica situada en interior de una “furna”. Las leyendas locales indican que posiblemente fue utilizada por los habitantes de la zona como sistema de alarma ante posibles peligros, al hacer chocar una gran piedra móvil contra las paredes fijas, amplificándose este sonido en el interior de la “furna” hasta hacerlo audible en todo el valle. Este habitáculo tiene una salida trasera, que da a la cima de la formación rocosa. No todos la utilizaron, pues transcurre por un lateral, dejando a la vista una caída libre de muchos metros. También se puede contemplar una panorámica de Porriño que las brumas dejaban traslucir.
 El descenso de la roca requería de cierta habilidad que no todos teníamos. Nadie se quedó arriba, pero un caminante veterano, consiguió torcerse un tobillo. Inmediatamente después de la bajada de la roca, lo celebramos tomando un reconstituyente y descansando. Luego en el descenso, visitamos “El cagadero del Rey”. Le dieron ese nombre a una roca situada en un alto, con apariencia de silla y con un sugestivo agujero en el asiento. Más de uno se fotografió haciendo el gesto real.

 El resto del descenso lo hicimos por un sendero que coincidía con la traída de aguas local. Estaba recién desbrozada para la ocasión. Pasamos cera de una zona llamada Las Conforcadas llegando a otra “Poza das Presas” Atravesamos el pueblecito de Benunes, que tenía una productiva plantación de kiwis, pera llegar a la “Poza de Rodas”. No nos salvamos de los incendios.

 También pasamos por una zona devastada por las llamas para llegar a otro Centro Cultural, donde acompañamos a los insulsos bocadillos con una cervecita fría. El negociante gerente del local, al ver posible negocio, rápidamente improvisó unas mesas que cualquier banquete les tendría envidia. Unos las aprovecharon, otros prefirieron las mesitas de piedra del merendero cercano.
 El avispado negociante, al ver cojeando al congostreño lesionado, llamó a una de las hijas-camareras del local para que practicase sus conocimientos del cuerpo humano. Se acerca una corpulenta chica de unos treinta años despreocupada por su aspecto luciendo una inocente sonrisa. Utilizando un banco de piedra, como mesa de trabajo, se sitúan uno delante del otro. Con el pie derecho en las manos, la muchacha comienza a masajear sin miramientos. Nada de linimento ni otras cremas. Después de un buen rato, aparecían congostreños con lesiones ficticias que reclamaban un masaje.

 Continuamos la caminata. El lesionado caminaba torpemente debido al dolor. Se decide que el grupo continúe el trazado original y el perjudicado, junto con su escolta de seguridad, tome un atajo. El atajo resultó ser más largo que el camino original. “No hay atajo sin carajo”. Pasamos por los pueblos de Mosteiro y Eiriz. Pero la continuidad del paso y la amenaza de que volvíamos a llamar a la “fisioterapeuta”, hizo que el caminante, después de ver para atrás, acelerara el paso y llegase a la meta sin muchos percances poco antes de las cinco. 

 Como la cena estaba pedida para las ocho, decidimos matar el rato en el mismo centro cultural. Tomamos unas cervecitas y jugamos al futbolín. Algunos ya se habían despedido, otros lo hacen ahora. El resto nos piramos sobre las seis y media a merendar.

 Llegamos más temprano de lo esperado al restaurante “A Calustra”. Toma ese nombre porque en la zona es así como se le conoce al hórreo. Nos tomamos tapas variadas y variados postres. Lo más interesante era descubrir que contenían las cazuelitas de barro: pavo troceado, verduras, setas y pulpo, exquisitamente preparados. Lo más destacado de los postres caseros era la “teta de monja”, que decepcionó un poco. Consistía en un bollo de nata recubierto de chocolate. El pastelero seguramente era un hereje sin imaginación.

 Despedida final. Muchos buenos deseos para el próximo año… Abur…

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