CRÓNICA PATEADA 158



Muiños  do Folón 30-11-2013

Sobre las once menos veinte encontramos un “pesetas” en el aparcamiento de la salida del recorrido. Ayudó, el buen señor, a aparcar todos los coches. Luego se vino con el grupo a caminar. Contábamos, en total, veinticuatro.

Los 60 molinos se encuentran divididos en dos tramos, que reciben dos nombres diferenciados: Los molinos del Folón, 36 construcciones en la vertiente del Folón, por donde discurre el riachuelo también llamado Folón y los molinos del Picón, 24 de la vertiente del río Picón.

Comenzamos la ruta por los molinos del Picón que da más morbo. Quemado. Mucho monte quemado. Se notaban los intentos de retención de la tierra ante los arrastres torrenciales de las lluvias. Consistían en extender hierba seca por las zonas quemadas. También contribuían las agujas, hoja natural de los pinos, que cubrían como un manto la zona.

Comenzaba la vida. Ya se veían brotes verdes. ¡Jopé, cómo me suena esta frase! Helechos jóvenes asomaban por el manto seco. También a los eucaliptos les salían nuevas ramas verdes. Los pinos permanecían impasibles al tiempo, quemados hasta la coronilla que curiosamente era verde.

La única ventaja de la situación, es que se podía contemplar toda la extensión del terreno sin obstáculos, y pasarse de un camino a otro, simplemente atravesando en línea recta.

El triste paisaje impregnó a los caminantes de un aura crítica. Se criticó a los incendiarios, a los curas, a los políticos, y también a un colectivo que da mucho juego: a los funcionarios… de los que todos tenemos terribles historias que contar en una noche de camping alrededor de una hoguera. ¡Qué miediño dan!

Nos tomamos el plátano en las orillas del rio Cal, junto a unos molinos que serían de 1752 según una inscripción en piedra, sino viniese un tocapelotas a cerrar el siete y convertirlos en 1952.

Abandonamos la zona quemada para pasar a otra más ventilada. En un lateral del camino, entre unos matojos, encontramos dos jaulas: una dentro de otra. En la del interior, de malla más pequeña, se meten las aves y se alimentan una temporada, después se sueltan y se mantiene la frecuencia de alimentación, utilizando la jaula más grande como refugio ante depredadores, pues las anillas son holgadas y las pueden atravesar. Se reduce la frecuencia de alimentación, obligando a las aves a depender cada vez menos de la ayuda humana.

A pocos kilómetros de allí, nos encontramos con otro artilugio colgado de una barra metálica. Tenía forma de cohete invertido. En una pegatina ponía: “Trampa para el seguimiento y control del vector del namatodo de la madera de pino”. ¿Y ezto que oño ez, se preguntaron todos? Este proyectil, es parte de un plan de acción autonómico para el control de un “bicho transmitido por un escarabajo de grandes antenas llamado barrenador del pino o más conocido por todos como Monochamus galloprovincialis” que es el causante del decaimiento de pinos y otros árboles. Se realizan controles, como medida preceptiva fitosanitaria para evitar la propagación de esta enfermedad desde las zonas “infectadas” (Portugal y varías zonas limítrofes de España). Viene importado de América, como todo lo bueno.

La siguiente parada fue en un improvisado mirador al lado de unas  horrendas torres. Las vistas eran espectaculares: todo el horizonte marino, sin una sola figura. Fotos y más fotos. Eran las dos menos cuarto y la gente ya pedía papas, de las de comer, claro. Pero como las vistas también alimentan el alma, nos paramos en otro saliente arropado por un solitario pino que había escapado del incendio. Más fotos.

Buscando un lugar menos ventilado, nos acomodamos en un camino de subida, al lado de un pequeño lago, al abrigo de un espeso pinar, repartidos por los lugares soleados. Comimos rapidito antes de que llegase el frio que ya se oía a lo lejos.
Viento a nuestra izquierda, precipicio y mar a nuestra derecha, seguimos caminando ya un poco más apagados. No es de extrañar, dado el viento que soplaba. Llegamos al punto geodésico que marca el lugar más alto de la zona. Nos batimos en retirada. Atravesamos un bosque de pinos que había tenido suerte. En medio del camino nos encontramos un tractor… azul, que no es el que se lleva ahora. Pertenecía a un “leñador” que estaba cortando un pino seco. Todos se preguntaban para donde se iba a caer, uno se lo preguntó directamente. Con la precisión que los caracteriza, el leñador levantó los dos hombros y gesticuló con los labios. La traducción del mensaje quiere decir: Corre hasta salir de la distancia del largo del árbol, que yo no respondo.

También nos cruzamos en el camino con un quad, tres caballos de magnifica estampa y otros tantos burros. ¿Adivináis quienes iban montados?

Cómo estábamos de retirada, las defensas se relajan. Un congostreño decidió bajar atravesando una zona quemada con mucha pendiente y los últimos metros los hizo rodando. Al final del recorrido dijo: tachán.. No pasó nada.

Esta última aventura nos llevó a los pies de los molinos de Folón S. XVIII. Tocaba ahora subir, que les encanta a todos. Uno por uno, visitamos cada molino hasta el final. El regreso por los de Picón en sentido descendente. Sobre las cinco y media ya teníamos la faena rematada. Algunos veteranos traen gomas en los bolsillos y se ponen a estirar.

De camino a casa, nos quitamos el polvo de las gargantas en el bar Casa  Puertas,  en Oia. La llegada de tanta gente puso nerviosa a la camarera. Cuando traía el primer pedido de cervezas, estampó una contra un taburete impregnando a alguno de tan preciado líquido. Como disculpa nos trajo tres cestitos de patatillas con una docena cada una.

Vimos unas jugadas de partido en la tele. Criticamos al árbitro y nos piramos tan ricamente.
Hasta otra.

Abur…

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