Muiños do
Folón 30-11-2013
Sobre las once
menos veinte encontramos un “pesetas” en el aparcamiento de la salida del
recorrido. Ayudó, el buen señor, a aparcar todos los coches. Luego se vino con
el grupo a caminar. Contábamos, en total, veinticuatro.
Los 60 molinos
se encuentran divididos en dos tramos, que reciben dos nombres diferenciados: Los
molinos del Folón, 36 construcciones en la vertiente del Folón, por donde
discurre el riachuelo también llamado Folón y los molinos del Picón, 24 de la
vertiente del río Picón.
Comenzamos la
ruta por los molinos del Picón que da más morbo. Quemado. Mucho monte quemado.
Se notaban los intentos de retención de la tierra ante los arrastres
torrenciales de las lluvias. Consistían en extender hierba seca por las zonas
quemadas. También contribuían las agujas, hoja natural de los pinos, que
cubrían como un manto la zona.
Comenzaba la
vida. Ya se veían brotes verdes. ¡Jopé, cómo me suena esta frase! Helechos
jóvenes asomaban por el manto seco. También a los eucaliptos les salían nuevas
ramas verdes. Los pinos permanecían impasibles al tiempo, quemados hasta la
coronilla que curiosamente era verde.
La única
ventaja de la situación, es que se podía contemplar toda la extensión del
terreno sin obstáculos, y pasarse de un camino a otro, simplemente atravesando
en línea recta.
El triste
paisaje impregnó a los caminantes de un aura crítica. Se criticó a los
incendiarios, a los curas, a los políticos, y también a un colectivo que da
mucho juego: a los funcionarios… de los que todos tenemos terribles historias
que contar en una noche de camping alrededor de una hoguera. ¡Qué miediño dan!
Nos tomamos el
plátano en las orillas del rio Cal, junto a unos molinos que serían de 1752
según una inscripción en piedra, sino viniese un tocapelotas a cerrar el siete
y convertirlos en 1952.
Abandonamos la
zona quemada para pasar a otra más ventilada. En un lateral del camino, entre
unos matojos, encontramos dos jaulas: una dentro de otra. En la del interior,
de malla más pequeña, se meten las aves y se alimentan una temporada, después
se sueltan y se mantiene la frecuencia de alimentación, utilizando la jaula más
grande como refugio ante depredadores, pues las anillas son holgadas y las
pueden atravesar. Se reduce la frecuencia de alimentación, obligando a las aves
a depender cada vez menos de la ayuda humana.
A pocos
kilómetros de allí, nos encontramos con otro artilugio colgado de una barra
metálica. Tenía forma de cohete invertido. En una pegatina ponía: “Trampa para
el seguimiento y control del vector del namatodo de la madera de pino”. ¿Y ezto
que oño ez, se preguntaron todos? Este proyectil, es parte de un plan de acción
autonómico para el control de un “bicho transmitido por un escarabajo de
grandes antenas llamado barrenador del pino o más conocido por todos como
Monochamus galloprovincialis” que es el causante del decaimiento de pinos y
otros árboles. Se realizan controles, como medida preceptiva fitosanitaria para
evitar la propagación de esta enfermedad desde las zonas “infectadas” (Portugal
y varías zonas limítrofes de España). Viene importado de América, como todo lo
bueno.
La siguiente
parada fue en un improvisado mirador al lado de unas horrendas torres. Las vistas eran
espectaculares: todo el horizonte marino, sin una sola figura. Fotos y más
fotos. Eran las dos menos cuarto y la gente ya pedía papas, de las de comer,
claro. Pero como las vistas también alimentan el alma, nos paramos en otro
saliente arropado por un solitario pino que había escapado del incendio. Más
fotos.
Buscando un
lugar menos ventilado, nos acomodamos en un camino de subida, al lado de un
pequeño lago, al abrigo de un espeso pinar, repartidos por los lugares
soleados. Comimos rapidito antes de que llegase el frio que ya se oía a lo
lejos.
Viento a
nuestra izquierda, precipicio y mar a nuestra derecha, seguimos caminando ya un
poco más apagados. No es de extrañar, dado el viento que soplaba. Llegamos al
punto geodésico que marca el lugar más alto de la zona. Nos batimos en
retirada. Atravesamos un bosque de pinos que había tenido suerte. En medio del
camino nos encontramos un tractor… azul, que no es el que se lleva ahora.
Pertenecía a un “leñador” que estaba cortando un pino seco. Todos se
preguntaban para donde se iba a caer, uno se lo preguntó directamente. Con la
precisión que los caracteriza, el leñador levantó los dos hombros y gesticuló
con los labios. La traducción del mensaje quiere decir: Corre hasta salir de la
distancia del largo del árbol, que yo no respondo.
También nos
cruzamos en el camino con un quad, tres caballos de magnifica estampa y otros
tantos burros. ¿Adivináis quienes iban montados?
Cómo estábamos
de retirada, las defensas se relajan. Un congostreño decidió bajar atravesando
una zona quemada con mucha pendiente y los últimos metros los hizo rodando. Al
final del recorrido dijo: tachán.. No pasó nada.
Esta última
aventura nos llevó a los pies de los molinos de Folón S. XVIII. Tocaba ahora
subir, que les encanta a todos. Uno por uno, visitamos cada molino hasta el
final. El regreso por los de Picón en sentido descendente. Sobre las cinco y
media ya teníamos la faena rematada. Algunos veteranos traen gomas en los
bolsillos y se ponen a estirar.
De camino a
casa, nos quitamos el polvo de las gargantas en el bar Casa Puertas,
en Oia. La llegada de tanta gente puso nerviosa a la camarera. Cuando
traía el primer pedido de cervezas, estampó una contra un taburete impregnando
a alguno de tan preciado líquido. Como disculpa nos trajo tres cestitos de
patatillas con una docena cada una.
Vimos unas
jugadas de partido en la tele. Criticamos al árbitro y nos piramos tan
ricamente.
Hasta otra.
Abur…
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