CRÓNICA PATEADA 161

Monasterio de Armenteira (Meis) 25-01-2014

 Nos encontramos en un empedrado aparcamiento frente al bar Comercio, justo a las puertas de Monasterio. Rondaban las diez y media cuando salimos entre tinieblas.
 Había cinco caras nuevas. La familia va creciendo día a día. 

 Estrenábamos guía. Se portó mejor que algunos veteranos. Claro que llevaba chuleta y los veteranos lo hacen de memoria. Bueno, cuando encargó la climatología, se le fue la mano en la niebla. Todavía no controla las raciones por persona, así que… que no falte de “ná”.

 El sendero comenzó por las orillas “do Rego de Armenteira”, coincidiendo en gran parte con la ruta PR-G 170 llamada “Ruta da Pedra e da Auga”. Como ya viene siendo habitual, los organizadores ponen un vigilante que cronometra al inicio del sendero. Unas veces es una vaca, otras un caballo… Un caballo escondido entre la niebla contaba los participantes. ¿Veintiséis?, preguntó el último senderista, el caballo asintió moviendo la cabeza.

 La primera y última parte del recorrido estaba vallada y muy cuidada, incluso estaba iluminada con farolas de madera con un gracioso tejadito que protegía la bombilla. Se podría salir de misa, y con los zapatos de charol realizar al menos seis kilómetros. Los molinos, que no había pocos, también tenían el exterior rehabilitado para las fotos. Los árboles estaban vestidos con un manto de musgo verde que rodeaba por igual todas sus caras. Había oído que los arboles tienen el musgo por la zona norte, pues bien, estos deben rotar por las noches para que les abrigue por igual todas las caras. Entre los molinos, destacaba uno que estaba orientado a trabajar con la madera. La fuerza del agua no pisaba grano, sino que cortaba madera con una sierra hidráulica. Eran los restos del Aserradero de Couso.

 También nos topamos con vestigios de pastoreo de subsistencia, pero en este caso las cabras no estaban controladas por un perro, sino por una señora ataviada con ropa senderista y un niño de corta edad que distribuía el ganado con una Táblet,  un senderista despitado al verla sentada le comentó ¿ ya andamos cansada ? pero estaba tan ensimismada con su tableta que ni se inmutó.

 En un trecho del recorrido, nos encontramos con una inscripción que mencionaba el suicidio por amor del perito de la familia “dos de Varela” tirándose al río. No se menciona el origen de su desamor, pero a juzgar por el lugar, debió ser que intentó besar una rana en medio del agua, y como las piedras estaban resbaladizas, se partió la crisma.

 Digno de mención es la Aldea Labrega: Se trata de un conjunto escultórico creado por la Escuela de Canteros de la Diputación de Pontevedra. Representan una multitud de figuras relacionadas con la historia y la cultura gallega. Muchas figuras humanas y animales, un hórreo, un pozo, un horno, una fuente, un lavadero, un cruceiro, un carro de bueyes totalmente de piedra y una ermita a escala.
 Aquí se acaba lo bueno. Desde que dejamos la mini aldea, sobre las once y media, hasta la llegada a Lores, del Concello de Meaño, sobre las dos y media, tuvimos ración doble de monte, barro y niebla, mucha niebla. Pasamos por cerca de “Cabeza de Boi”, que aunque no lo parezca es el nombre de un pueblo. Subimos monte autóctono y nos encontramos cosas como: dos cruceiros de piedra, un vivero de palmeras y casi una plantación de “mari-juana”, ¡ah! y niebla. Estuvimos a punto de parar y asomarnos a un mirador para disfrutar de las vistas, pero algo en nuestro interior no nos lo recomendó.

 Ya de bajada del monte, encontramos un tractor en el camino y al lado unos lugareños avivando unas tres hogueras con leña verde. Al ver pasar al grupo, se dijeron: ¡Hai que facer mais néboa que aí veñen os turistas! Las hogueras clavaban enormes columnas de humo en el banco de niebla. ¿Qué fue primero la niebla o la hoguera? se preguntarían los “turistas”. 
Al final de la bajada, se despiden dos nuevas congostreñas; para ser la primera vez, ya tenían bastante.

 Sobre las dos conectamos con el sendero del Río Chanca, que nos llevó a la taberna de San Benito, donde disfrutamos de unas cervezas, café e incluso hubo quién tomó un plato de caldo. Por el camino, igualmente cuidado como el primer tramo, nos encontramos con una reconstrucción de un lavadero. Estaba reconstruido con las piedras originales. Estaban buscando las lavanderas originales en Lores, el pueblo vecino, pues alguien les había dicho que estaban “en el otro barrio”. 

Sobre las dos y media llegamos al merendero. El bar estaba cerrado, pero el grueso del grupo se quedó a comer con lo que traía en las mesitas. Otros más sibaritas preferían caminar un poco más y acompañar el bocata con una fría cerveza en el la taberna de San Benito.

 Una vez terminado el cafecito, desandamos un tramo del sendero hasta los límites de Valboa. Había una buena subidita para tensar los glúteos y eliminar los efectos perniciosos de la cerveza. 

Al final de la cuesta, el guía dio tres alternativas, craso error. A: Seguir la carretera general unos metros hasta los coches; B: seguir una carretera comarcal unos metros más pero sin coches, y C: subir a ver un petroglifo. En este punto comienzan a abandonar el barco. Tres optaron por la A, tres por la B y el resto a ver el pedrusco.
 Como todo lo bueno se hace apreciar, el guía encargó unos cuantos vehículos pesados para pisar el pulido camino que había antes, dejándolo lleno de surcos de barro difícilmente transitable. Pero la moral congostreña es alta y llega a la cima sin grandes dificultades. Los petroglifos situados en Monte Castroves, resultaron ser grabados, en la roca, de la edad de Bronce. Al menos representan dos espirales y dos ciervos. La palabra petroglifo viene del griego 'petro', piedra y 'glyfo', grabar.

 Retomamos el camino, que esta vez coincidía con la ruta del Río San Martiño. Casi al final, en los límites de los muros del terreno del Monasterio, había contratado otro operario encargado de que la niebla no decaiga. Para ello tenía una preciosa columna de humo que inyectaba material. Sobre las seis menos diez, tocaba la campana del final del trayecto.

 En el bar Comercio, justo delante de los coches, tomamos las cervezas de despedida. Lo curioso de este bar era el letrero de la puerta del baño: “PARA USO EXCLUSIVO DE NUESTROS CLIENTES. Si no sabe qué es cliente búsquelo en el diccionario o en Wikipedia y de paso busque también educación y civismo. Gracias”.

 ¡Hasta la próxima! Abur… 

Miguel Carbó .

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