CRÓNICA PATEADA 167

Río Pedras – A Pobra do Caramiñal (Comarca do Barbanza)

 Salimos diez congostreños en dirección a la comarca coruñesa. Contábamos con una nueva incorporación. En la zona de salida, nos esperaban la pareja de guías, un congostreño pontevedrés, y cuatro santiaguesas . En total contábamos con diecisiete loc@s de los caminos.

 Mucho besito de presentación que nos tuvo atareados hasta las once menos cuarto, hora en que conseguimos arrancar. El comienzo se hizo por una zona protegida por la sombra, a la orilla de un caudaloso río llamado “Pedras” por alguna razón desconocida. A pocos metros, nos encontramos con un géiser que la organizaçao había puesto para dar el pego, pero los congostreños avezados pronto se dieron cuenta que se trataba de una manguera descontrolada que liberaba la presión de algún embalse.

 Al tener que cruzar el río por unos enormes pedruscos que se prolongaban a todo lo largo del río, caímos en la cuenta del porqué ese nombre. A algunas les costó un poco, otras lo hicieron de culo. Mientras cruzaban todos, y esto les llevó su tiempo, un congostreño con el termostato interno revolucionado, aprovechó para darse el primero de muchos baños en las fantásticas piscinas naturales de este pedregoso río.

 La segunda piscinita natural que vimos, estaba adornada con una catarata que discurría desde unos cincuenta metros. El margen izquierdo estaba totalmente seco y se veía una enorme roca desnuda. Por ahí, el congostreño de termostato averiado, seguido de otro aventurero, subieron la roca a cuatro patas. Un tercero lo intentó pero la sensatez le hizo desistir. El 18/02/1997, en este mismo sitio, parece ser que protagonizó un descenso en caída libre un aventurero con poco juicio, según reza una placa clavada en la roca por sus amigos.
 Al final de la subida nos esperaban unas indiferentes vacas vigiladas por un curioso pastor. Eras las primeras de muchas vacas que veríamos. Estaban en compañía de sus terneritos. Seguramente sería época de cría, porque a cada rebaño que veíamos, había varios terneros en distintas fases de crecimiento. 
 Seguimos subiendo, que bonito es subir, dejando atrás el mirador de la Curota en favor del de Forcados. A juicio del guía lugareño, éste tiene mejores vistas. Llegamos a la parte más alta, donde hay una torre de comunicaciones, a unos 590m. de altura. Desde aquí se podía divisar parte de la Ría de Vigo, Pontevedra, Muros y de Noia. También las poblaciones de Porto do Son, Pobra do Caramiñal, Boiro, Rianxo, e incluso A Toxa. 

Como Lorenzo calentaba, allí corría fresquito y se acercaba la hora de la nutrición, por mayoría de los que se sentaron, se decidió comer por todo lo alto, justo en el vértice geodésico.
 La comidita duró apenas media hora, nos dirigíamos al mirador del parque eólico. Para ello tuvimos que franquear varias veces un vallado con estrecho paso en forma de V para evitar la huida de las vacas. Alguna congostreña que ya había comenzado su dieta lo vio como un reto. 

De camino nos encontramos con un lugar en la llanura, habilitado para un curro. Sí, es aquí donde aparece el primer control equino. Divisamos nuestros primeros tres caballos que nos miraban con desdén. Dos nuevas y enternecedoras estampas aparecieron delante de nuestros ojos: la primera en la subida al mirador del Parque Eólico do Barbanza: un ternerito de apenas unos días se ocultaba en un socavón del terreno, sin hacer ni un movimiento ni un ruido hasta que nos acercamos, que entonces salió corriendo; la segunda en la bajada: en un rebaño de caballos, una yegua permanecía estática proyectando su sombra dando cobijo a su potrillo, el pequeño estaba acostado disfrutando de una siesta. 

Desde este mirador, con una pequeña casita de un único hueco y un precioso balcón, se podían divisar ochenta y siete gigantes. “¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza. Aquellos que allí ves, respondió su amo ilusionado por entrar en batalla”. Sentados en el balcón, no se desaprovechó la ocasión para aliviar las mochilas de peso y centrarlo en el cuerpo.

 Seguimos la marcha hasta un riachuelo con un agua cristalina. Aquí, los del termostato alterado aprovecharon para refrescarse, los demás descansan. El baño se producía muy cerca de la sombra de descanso, por lo que, a falta de entretenimiento, se vitoreaban las gestas de los bañistas. Uno de ellos, tan recalentado estaba, que se olvidó de quitarse las gafas. Se desconoce si fue el pudor o el calor, pero lo cierto es que al sumergirse, las gafas nadaron por su cuenta. Al percatarse de su poca visión, cayó en la cuenta de lo sucedido y avisó a su compañero de baño. El público ajeno al percance, sólo veía como se efectuaban unos calvos por turnos creyendo que era la gracia del momento. Alguno incluso pesó que se había sumergido un señor calvo con la nariz muy larga y caída y que el agua le peinaba la raya al medio. Otros comentaban que la cara de satisfacción del dueño de las gafas mientras se sumergía su compañero, era sospechosa. Hubo que aclarar que no era satisfacción lo que tenía en la cara, sino concentración mientras trataba de localizar las gafas con los dedos del pie.
 Tal era el relax de la zona que algún congostreño se dejó vencer por el sueño. Al salir el grupo, unos optaban por dejarlo descansar, pero una responsable congostreña elevó el tono para que despertase. Lo hizo sobresaltado, temiendo quedarse solo en aquel paraíso por toda la eternidad. 

Después de unos cuantos miradores más, llegamos a un punto donde dos congostreños exploradores tomaron un atajo. Los demás seguimos al guía. Como la gente se quejaba de subidas, nos metió por unos caminos con más pendiente que un forofo de los piercings. Además lo había llenado de piedras para mayor reto. Este caminito nos llevó a la civilización, justo a la Casa Rural Entre os Ríos. Más que una casa rural perecía una perrera, a juzgar por la jauría que nos recibió. De aquí quedaba apenas un kilómetro de asfalto.

Pasaban de las nueve cuando avistamos los coches. El Restaurante Arume de Boiro, nos asajó con abundantes cantidades de empanada, calamares, croquetas y un sospechoso rebozado. Estuvimos en un patio interior muy agradable y con un camarero íntegramente dedicado a nuestro grupo. El rato esperado por todos: cervecitas frescas y mucho de picar. 

Gracias a los guías de Boiro. Excelente pateada y mejor remate.

 Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.
 ¡Hasta la próxima! Abur…

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