CRONICA PATEADA 180



Ermida - Serra Amarela  (Portugal)

“A Serra Amarela está incluída no Parque Nacional da Peneda-Gerês con 1.362 metros de altura. Está situada entre os conselhos de Ponte da Barca e Terras de Bouro”.

Este fue el destino elegido por Zalo, uno de los primeros guías de Congostra, persona interesada por la orografía portuguesa y que no  guiaba a Congostra desde hacia varios años. Bienvenido de nuevo.

Quedamos en Ermida, cerca de Germil, para ello se proporcionó a los copilotos una hoja de ruta para indicar cada cambio en el camino y acompañar con la palabra “RAS”. Algún conductor no interpretó bien las instrucciones del copiloto y terminó haciendo un reconocimiento a Germil. Pasados unos minutos llegaron al lugar escogido de Ermida. Eramos 17, con cinco nuevas incorporaciones.

Comenzamos a subir por un sendero vallado sobre las once. Diez minutos más tarde ya estábamos parados con la excusa de reagrupar, lo cierto es que se necesitaba oxigenar. La vegetación estaba constituida por carqueja y tojo. Un majestuoso árbol deshojado llamaba la atención en el monte, incluso se le fotografió como testimonio de su existencia. El frío se contrarrestaba con el esfuerzo de la subida.

Llegados a un punto, y tras una hora de subida, se decide descontar metros de subida, así que se nos ocurre bajar por el ya conocido sendero del jabalí. Se traba de una pendiente de un noventa por ciento, sin más lugar para agarrarse que unos tímidos tojos que se atrevieron a brotar con aquel frío. La recompensa era la contemplación de un puentecito de piedra casi oculto por el musgo y su cascada adjunta. ¡Ah! y la satisfacción de volver a subir para recuperar nuevamente la altura. Se hace una fotografía de grupo que testimonie el esfuerzo.

Recuperamos la altura y otro tanto que quedaba hasta llegar a la parte más alta del recorrido. Allí nos encontramos con una manada de caballos que lucían sus abrigos de fondo de armario. También encontramos un poco de nieve que se le había caído a alguien que pasaba en dirección a las montañas.

Bajamos por una congostra hacia Cotelo. Este camino estrecho y angosto franqueado por un muro de piedras recubiertas de musgo, nos permite ver unos bancales o socalcos, repletos de nieve.

Usurpamos el salón de las vacas. Utilizando el carro de tiro como mesa y/o banco para sentarse, desempaquetamos los bocatas y a jalar… algunos no entendían el perfume vacuno y decidieron comer fuera, a riesgo de mojarse, porque en esos momentos no llovía. Otros en cambio avanzaron unos metros hasta la parte baja de un enorme hórreo y allí se acomodaron.

El pan debía estar duro, porque nos llevó más de media hora terminar. Los más rápidos incluso se atrevieron con galletitas, chocolate o frutos secos.

Volvemos a ganar altura. Entramos por un camino y salimos por otro, para volver al punto de partida. Desde aquí, bajamos entre matorrales nevados hasta llegar a Germil, un pueblecito con encanto y con todos los nombres de los caminos rotulados en piedra. Aquí en un modesto bar llamado “Café Danaia” nos tomamos unos cafelicos y otras delicias.

Un camino de hierba y piedra, nos sacó del confort para devolvernos al crudo frío. Seguimos la ladera del río Germil hasta la altura de un “foxo do lobo” que se contemplaba a distancia en la otra ladera del río. Salimos, por el camino de “Rio de Baixo” justo en la entrada del pueblo, dónde una gran piedra nos despedía en portugués y en ingles: “Obrigado pela sua visita”; “Thanks for your visit”,  debe tener muchos turistas ingleses,  pues por doquier encotramos los carteles en ambos idiomas.

Aunque la pateada no era de mucha subida, alguna cuesta sí que caía de vez en cuando. Este era el punto de la última, y como tal, la más costosa. El grupo se dispersa un poco. Algún loco cabreado (no por enfadado, sino porque sube como las cabras) deja atrás a otros más humanos.

La climatología, que es muy sabia, al notar un exceso de esfuerzo y sobrecalentamiento, comienza a soplar. Como no era suficiente, también lo acompañó de unos chubasquitos.

La planificación era de terminar sobre las seis, pero a las cinco y media ya estábamos cambiados, con ropa seca dispuestos para las cañas. 
El bar vio incrementada su clientela en un momento. Cuestión que no gustó a su perrito con malas pulgas. El local estaba calentito a la lumbre de una chimenea. Revivimos hazañas, compartimos fotos, besitos y abrazos… y desde aquí…



Cada mochuelo a su olivo… abur…

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