CRÓNICA PATEADA 187

FOXO DO LOBO – ROUÇAS - PENEDA (PORTUGAL) 30/05/2015.

 Salimos hacia Rouças puntualmente. En el camino, de paso que estábamos por la zona, como había rumores de que habían trasladado el Santuario de la Peneda, fuimos a comprobarlo. Uff, seguía allí. 
 Conseguimos subir las primeras escaleras los trece pateantes y Cobi, sobre las once. Solamente eran cuatro escaleras, el resto era un falso llano con suelo empedrado que nos llevó hasta Gorbelas. Aquí, nos dimos cuenta que se nos había colado un turista con un sombrero de ala ancha de paja calado para refrescar las ideas. Aprovechamos la parada para refescarnos en la única fuente del camino. Mientras lo hacíamos, un grupo de aves rapaces planeaban en círculo a gran altura. No nos veían capaces de terminar el recorrido.
 Mientras el grupo subía disfrutando de la cuesta, el turista y dos iluminados subieron a los pedrolos de los alrededores para saludar y contemplar el paisaje desde las alturas.
 Sobre las doce y media, llegamos a la “Branda da Seida”; era la hora del plátano, así que nos lo zampamos mientras discutíamos de política y sobre el origen y utilidad de las casetas de piedras de tamaño reducido. 
Con la mirada puesta en unos “muñecos” creados con piedras amontonadas en equilibrio, nos dirigimos al “Foxo do Lobo”. Se trata de un muro de piedras en forma de embudo creado en una ladera montañosa con final en un hoyo donde caían los animales.
 El siguiente punto era el monte más alto del lugar: “Alto de Pedrada”. En este sitio realizamos una comida de gran altura, de 1.416m. Desde este lugar se contemplan casi tantas vistas como bostas.
 Después de comer, toca el descenso. Bajamos por un camino empedrado con material suelto que hacía difícil pisar con seguridad. Llegamos a una braña con una caseta que invitaba a quedarse. Disponía de una caja de cervezas en su interior y dos terrazas amuralladas que cobijaban del viento. Durante la bajada, observamos rebaños de vacas acicaladas (con la raya del ojo marcada) y orgullosas de sus infidelidades (lucían sus cornamentas erguidas).
 El sendero ahora es una pista que hay que compartir con un coche, así que, dos iluminados, esta vez sin el turista, tomaron un atajo, (no hay atajo sin carajo). Caminan loma abajo, rodean una montaña en dirección al pueblo, se paran en la cresta de la montaña y valoran el camino a seguir. La ruta del jabalí fue la decisión. Las “carqueixas”,  las “xestas”,  estaban en flor. Ofrecían su polen en forma de polvo a los abejorros, con cada suspiro de viento. Un colorido verde y amarillo decoraba la ladera por donde bajan. Por cada metro bajado, la vegetación iba ganando altura mientras ellos la perdían. Poco tardaron en sustituir la visión de flores por troncos podridos que se rompían a su paso. Hubo de todo: saltos, culadas, gateos, daba gusto bajar. Cada vez que se sujetaban a un tallo, el arbusto les obsequiaba con una nube de polen. En una ocasión al congostreño de atrás le pareció ver a Superman bajando, con una mano sujetaba el bastón, con la otra a su fiel perro, y con la boca cortaba ramas para hacer camino. Cuando la ausencia de sendero se hacía intransitable, el congostreño de atrás azuzaba: “sigue hombre, que ya se ve una calva a dos metros”. No había calva, tenía una mata intransitable. De cerca se veía diferente. Cuando dejó de ser divertido, decidieron volver y subir lo bajado.

 El retorno era menos divertido. En un principio, Superman cedió el paso a su compañero. Éste en la mitad del camino, se sujeta a una rama con la mano derecha y, se desploma de espaldas hacia atrás sobre su mochila. ¿Te lastimaste? Pregunta su compañero. No hombre, es para dejarte que pases delante. Trocitos minúsculos de ramas se colaban por el cuello y descendían hacia abajo, acabando al final de la espalda. De vez en cuando picaban en la nalga, pero desde dentro. Al sujetarse para impulsarse, los arbustos les llenaban de polen, nubes en forma de polvo. Uno de los congostreños dijo como un suspiro: nunca me echaron tantos polvos seguidos.
 La aventura hizo que terminásemos de la carqueixa hasta los cataplines, literalmente, y de algúnos "toxos", que notaban sus pinchazos con el movimiento.
 Nuevamente en la cima, retoman la búsqueda. Encontraron un sendero casi difuso que iba en dirección al pueblo, pero lo había creado un mago portugués y lo hacía desaparecer de vez en cuando, para darles más interés a los caminantes y a las vacas.
 Ya en las cercanías del pueblo, oyen un grito. Como no era tiempo de la berrea, consideran la posibilidad de que sea algún compañero regodeándose en la charca del río mientras se refresca. Era el guía, que armado del GPS, salía a su encuentro para canalizarlos al B.A.R..

 En la terraza del Café Snack-Bar Central se tomaron las “cervejas”. Se exageró la aventura y los demás se rieron de las justificaciones de los congostreños aventureros.

 Desde aquí… cada mochuelo a su olivo. ¡Hasta la próxima! Abur…

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