CRÓNICA PATEADA 196



Santa María de Oia  12/12/2015


Salimos del Almas Perdidas, ya pasadas las nueve. Llevamos un porrón de coches porque la ruta era lineal y se necesitaban para trasvasar a los conductores del lugar de llegada al de inicio para recoger los suyos. 
Dos coches quedaron en Mougas, justo en un mirador unos metros antes de llegar al Restaurante O Peñasco, donde tomaríamos las cañas del final. El resto, lidió con hordas de ciclistas durante varios kilómetros, antes de llegar a Oia, lugar de inicio de la pateada.

El lugar estaba cuidadosamente seleccionado, disponía de una panadería-pastelería que no tenía pan ni pasteles, había lo que había y ya está. Ya está bien de vicios.

Diecinueve comenzamos la ruta y la terminamos veinte. Comenzamos con una subidita  empinada. Uno de los vigilantes del sendero, disimulaba, como que estaba limpiando la herradura a un caballo. Burda tapadera, todos sabíamos que nos estaba controlando.

Dejamos un estupendo paisaje marino a nuestras espaldas, para adentrarnos en un mar de eucaliptos en dirección a A Pedreira. Este sendero inicial era causa de una alergia que le entró al guía que le desarrolló cierta intolerancia al asfalto. Después de unos minutos caminando, desembocamos en una carretera asfaltada, inicio de la Ruta Máxica de Oia. 
Seguimos subiendo sendero en dirección a A Pedreira. Se hacía esperar la condenada. Apenas eran unos kilómetros de subida, y ya era nuestra.

Solo era un espacio arqueológico catalogado como santuario prehistórico. Los  grabados prehistóricos más fácilmente identificables, un repertorio de líneas e agujeros, singularizan esta estación arqueológica. (La sensación es que unas gallinas desesperadas por encontrar gusanos, rascaron y picotearon hasta que se dieron cuenta de la mala idea).

Ilusionadísimos seguimos por el sendero, donde pudimos contemplar varios riachuelos que lo cruzaban. Algunos disponían de una superficie en forma de badén para las grandes crecidas. Llegamos a Pousadela, un mirador de tantos con la belleza característica de la zona; además sirvió de merendero improvisado para tomarse el plátano. 
La nueva meta era el bosque de alcornoques conocido como “Sobreiras do Faro”. Aquí surgió nuevamente la duda de por qué se dice que algunos tienen la cabeza de este material… mientras caminábamos absortos en estas disquisiciones, se acerca un pastor cuadrúpedo, olisqueando nuestras intenciones. Cuidaba de una docena de cabras y su fiel marido cornudo.  Al ver que no debía de preocuparse, se unió al grupo durante un rato, curioso o hambriento, llegó a Cano dos Mouros.

Cuenta una vieja leyenda de Oia, que en la ladera de Cano dos Mouros, existe una roca conocida como la piedra del Rey Sol, desde la que un monarca de tiempos muy antiguos adoraba al astro rey durante el atardecer.

 Cualquiera que contemple una puesta de sol en la costa de Oia, compartirá la actitud del Rey Sol, ya que le embargará tal cúmulo de sensaciones, ante el espectáculo del sol poniéndose sobre una línea del horizonte que a veces se confunde entre el mar y el cielo, y la masa oceánica en movimiento deshaciéndose en millones de gotas de espuma, que para siempre dejará una parte de su corazón en este lugar.

Como un rey, se encontró un congostreño veterano, al sentarse en un trono improvisado por la naturaleza, construido en las rocas con el paso del tiempo.

A unos kilómetros de Mougás, nos encontramos con un mausoleo dedicado al presidente de la Comunidad de Montes del lugar. Daba un poco de yuyu…

Nos encontramos con otro grupo de senderistas que viajaba en dirección contraria.
 ¿A dónde va este camino?, preguntaba uno, es para variar el recorrido.
Al Picadero, fue la respuesta.
A los congostreños les brillaban los ojos… a las congostreñas se les fruncia el ceño.
Al picadero de caballos, dijo una voz desde el fondo.
A los congostreños les caían los hombros, a las congostreñas se les dibujaba una sonrisa.

Seguimos hasta el Outeiro da Cheira, desde donde se pueden contemplar el recorrido del rio Peito. 
En el camino que dirigía al polémico picadero, en unas rocas cercanas a la carretera, fue donde tomamos los bocatas y esperamos al miembro que haría la veintena.
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Hacía ventisca, así que pronto tomamos dirección al rio Fervenza. Lo hicimos por un ancho sendero. 
Íbamos tan distraídos, que solo algunos vieron una muñeca flotando bajo un puente en el río.  No cayeron en la cuenta que, del otro lado de había un catering de frutas, pasteles y bisutería ornamental.

La imaginación se disparó: unos decían que serían ofrendas a los dioses paganos; otros que era un agradecimiento por haber sobrevivido a un accidente en el río; otros que eran las sobras de los perdedores de MasterChef; otros que era una deferencia de la organización que había llegado tarde. A saber…

En las pozas, solamente se bañaron tres alocados, el resto siguió camino hasta O Pousiño, donde había más garabatos de gallina. Eso, si, una vistas preciosas del bosque y el horizonte marino. Antes de salir, se fotografían unas setas que parecían tener más interés que los surcos pedestres.

Vamos a Pedra Lan. Aquí nos encontramos dos pequeñas bicis postradas bajo un cartel, a modo de ofrenda. Sus dueños estaban buscando más surcos en las rocas. ¡Qué manía les entró a todos! ¿las confundirán con las setas? 
Volvemos a la caza del buraquiño en otra localización llamada A Cabeciña. Aquí ya se pueden ver con más claridad. Incluso un congostreño, hábil artesano, superpuso sobre un petroglifo, una cáscara de naranja que había conseguido quitar totalmente entera en forma de espiral. Un máquina.

Ya quedaba poco, así que nos acercamos a un “centro budista” que sangraba a los árboles para extraerles la resina. Después de perdernos un poco, retrocedimos y volvimos al redil. Conseguimos llegar  al  B-A-R.

Los conductores fueron a recoger los coches, mientras los demás consiguieron dar cuenta de unas xoubiñas sobre unas rodajas de pan. No les fue fácil. 
Algo más calentito estaba el ágape de mejillones, croquetas, calamares y chipirones. Bríndis por el año terminado y recomendaciones para el próximo. Muchos besitos y abrazos…


Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.

¡Hasta la próxima! Abur… 

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