Fixó (Forcarei)
11/06/2016
Fixó,
del Ayuntamiento de Forcarei, parroquia de Millarada, tiene una población de
unos 72 habitantes, más o menos (se
mueven tanto que es difícil contarlos) No es muy grande, pero posee una
“carballeira” con propiedades iguales al Triángulo de las Bermudas, un triángulo
imaginario cerca de Florida. Solamente si te pierdes lo encuentras. Esa idea
tenían dos conductores: siguieron correctamente al “tontón” y lo consiguieron,
se perdieron. Costó más de media hora y una bolsa de pipas, reconducirlos.
Como
no todos tenían pipas, se comían las uñas, así que se decide que salga con paso
lento, el grueso del grupo (Algunos
fijaron la vista hacia el más “voluminoso” esperando comenzase a andar). Uno de los guías, no tan grueso, se
encargaba de reconducir a los “desviados”.
Ya
pasaba mucho de las diez, cuando todos los presentes comenzaron a caminar,
incluido el grueso. Salimos por el sendero de Fixó a Portela. Seguimos un
camino pedregoso hasta la zona del Parque Eólico y tomamos “O Roteiro de
Grobas”.
En los
cruces, dejamos unas cuantas flechas marcadas en el suelo indicando la
dirección que seguíamos. Podríamos haber ido a la “Mámoa”, pero como estaba
cubierta, la dejamos para otra ocasión. El guía había hablado de unas neveras,
y con el sol, algunos tradujeron la información en cervezas frescas. No hubo
dudas, nos desviamos hacia las cervezas…
Nada
de cervezas, las neveras las habían robado, y en su lugar dejaron unos enormes
agujeros con las paredes empedradas y colonizados por la vegetación. Los
caminantes se apoyaron en la valla con la misma cara de un jubilado cuando se
asoma y ve una obra mal hecha.
“Las dos neveras consisten en unos
pozos creados en zonas sombrías del siglo XVII utilizadas antiguamente para la
conservación de nieve y su posterior utilización en verano. Aparte de usarlas
para enfriar alimentos y bebidas, también se les daba un uso terapéutico. Esta
nieve se prensaba para hacer hielo y era utilizado por los monjes del
monasterio. Muchas veces se comercializaba, siendo una importante fuente de
ingresos.”
Conformados
con agua, seguimos camino. Los de las Bermudas, aun no daban señales. Subimos
por un corta fuegos pedregoso, y allí… chan tatachan… cuatro nuevos pateantes
que se hartaron de dar besos y explicaciones de su aventura. Se habían reunido
los veintidós pateantes convocados.
Nos
dirigimos a dos miradores. El primero daba mucho miedo, Alto do Coco, así que seguimos hasta el de un señor que
tenía algún defecto a la espalda: El Mirador de Grobas. Desde aquí, se baja por
un sendero muy empinado y engañoso, los primeros escalones son de madera, luego
te apañas como puedas. Mientras algunas estaban entretenidas en localizar dónde
poner el pie, otros, recostados sobre la valla, mataban el rato gritando
tonterías: hay, hay, que voy. Cuidado,
cuidado, que me la pego… este sendero nos lleva a otro mirador que parece
estar más derecho.
Un
bosque de robles jóvenes nos lleva a cruzar el Rio de Malpaso, no recuerdo,
pero debe ser este porque muchos tropezaban. En una ocasión, un despistado que
adelantaba a una pareja, tropezó con ella y aceleró el paso para no irse de
bruces. ¡Lo siento! dice la “tropezada”. ¡No, no, no me sientes, de pie estoy
mejor!, dice el “tropezador”…
Monte
y más monte, ladera y más ladera hasta la gran subida: “A Costa da Fariña”. Se
había prometido una cuesta difícil y aquí estaba. La pendiente era tal, que obligaba
a mantener las distancias. Uno no lo hizo y situó la nariz a la altura adecuada
para adivinar que el de delante había
desayunado churros, y que no estaban muy buenos, a juzgar por los datos
recibidos.
Era
tal la belleza de las vistas, que alguna se quedó sin respiración al parar y
darse la vuelta para contemplarlas. Tuvieron que tomárselo con tranquilidad
para no ser embargadas por la emoción. Casi
se les saltan las lágrimas al llegar arriba y contemplar que los más VIP
estaban sentados a la sombra contando historias ajenos a su emoción. La excusa
fue suficiente para sacar el chocolate. Dicen que da energía, o no, pero está
de muerte. Sobre la una del mediodía, estábamos todos arriba.
Volvemos
a bajar por la siguiente ladera. A estas alturas, comenzábamos a sospechar que
tenían planificada una montaña rusa y que estábamos viendo la viabilidad,
haciendo el recorrido a pie.
Llegamos
a un pueblecito, dónde había más vacas que personas, estaba entre grandes
prados de hierba verde perfectamente cortada; Ameixedo, creo que se llamaba. Lo
atravesamos sin ser atacados por las moscas. Nos adentramos en un bosque de
jóvenes acebos. Bajamos más ladera y atravesamos “O Rego das Grove” por un
puente con un nombre muy original: A Ponte do Rego das Grove. Creo que fue
aquí, donde sentamos la cabeza y el culo, en un merendero para tomarnos el
bocata. Alguno incluso consiguió entonar algún ronquido.
Más
adelante, encontramos una fuente de agua fría donde repostar y volver a
adentrarnos en las laderas de la cadena montañosa. Nos topamos con otro río,
seguramente el Grove, que estaba por todas partes, pero esta vez había que
cruzar cual bailarina que va danzando de piedra en piedra. No consiguió caer
nadie, y eso que hacía calor.
Seguimos
el margen izquierdo del río, a su nivel mientras pudimos; cuando se cortaba el
camino, subiendo y bajando, claro. Nos dirigíamos a ver una señora muy cansada.
Cuando la localizamos, alguien dice: ¡Ahí está! Las cámaras se dirigen y
disparan fotos y fotos. Como siempre hay despistados, uno pregunta en bajito: “¿dónde
está la señora cansada, dentro del agua?”. “Una señora cascada”, ¡una gran
cascada!, ¡una gran catarata!, ¡unha fervenza!… contesta una voz. ¡Va! No es
tan grande, replica el despistado haciéndose el ofendido.
Creo
que era en Bustelos, donde encontramos otra fuente. Unas vaqueras alertadas por
el ruido, asomaron a ver qué pasaba, al ver la cantidad de sedientas caras,
ofreció unas cervezas a dos euros. Luego se arrepintió y dijo que la cerveza
para el que trabaja. (Esto lleva
implícito que somos unos vagos).
Pasito
a pasito, llegamos a un refugio en un lugar llamado Grobas, pero antes pudimos
contemplar desde otro ángulo “la subida
de los panaderos”, donde casi se marean al contemplarla desde lejos. En el
refugio había unas cuantas parejas, cuyo gran temor era que quisiéramos
quedarnos a pasar la noche y les jorobásemos el plan.
Descansamos
un ratito a las orillas del rio y luego seguimos. Pasamos por las ruinas del
pueblo absorbido por la vegetación. El único habitante, era un pajarito atónito
en el alfeizar de una ventana. Los interesados comenzaron a disparar las
cámaras. El pájaro no se movía. La gente se acerca para certificar que estaba
vivo. El pájaro se da la vuelta, suelta lastre y se va volando.
Bajamos
otra vez al Río das Grove, lo recorremos un poquitín y comenzamos la cuesta
final; el distinto grado de fortaleza física y mental separa el grupo. Unos
cabríos toman la delantera y suben y suben, otros se lo toman con filosofía y
un bastón o dos. Llegamos a lo alto de la colina dónde los reyes son los cascados
molinos de viento. Seguimos su sendero y tomamos el camino de regreso.
Colgado
en una alambrada, estaba un oso de trapo, era el vigilante de la finca. Tenía
el aspecto de haber pasado varias tormentas. En un granero próximo, estaban
cuatro felices vacas cenando a base de fibra. Pasaban de las siete y media
cuando avistamos los coches. Hubo que ayudar al último del Triángulo que venía
cegato y casi se come un regato (sin
haberlo deseado, me ha salido un pareado). Cuatro machos alfa fueron
suficientes para ponerlo en el camino.
En
Sotelo de Montes, nos tomamos las cañas. En la taberna Os Carteiros. Los
camareros utilizan un truco: toman nota de lo que pides y te traen lo que
quieren. Si pides primero, te sirven de último. En su favor, debo decir que
casi siempre aciertan.
La
tapita consistía en una cazuela de barro, tipo cenicero, con cinco macarrones
untados con bonito y unos trozos de palitos de cangrejo con cebolla. Para que
no nos peleásemos, trajeron uno para cada uno. ¡Todo muy rico!
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Abur…
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