Ucero
(Soria) 24, 25 y 26/06/2016
Llegamos
el jueves los quince participantes sin
grandes sorpresas. La cena era personalizada, pero los acontecimientos hicieron
que fuese casi comunal. Una vez engañado el estómago, repartimos el catre y nos
piltreamos, que había que madrugar.
Viernes
día 24: Cañón del Río Lobos.
A las
ocho de la mañana zarandeábamos, como ratoncitos, en busca de algo que
desayunar. Media hora más tarde ya estábamos en camino. Salimos de casita hacia
el sendero, a patas. Después de unos metros de asfalto, nos adentramos en el camino
de altos y abundantes árboles y florida vegetación. Las más vistosas eran las
rosas de todos los tonos y los extensos campos de amapolas.
El
Parque Natural Cañón del Río Lobos, ubicado entre las provincias de Soria y
Burgos, está considerado como uno de los paisajes más bellos de España por la
espectacularidad de su relieve, un espacio sobre el eje de un profundo cañón de
escarpadas crestas.
En su
interior destacan extensos bosques de sabinas y varias especies de pino, además
de su riqueza faunística, destacando la reserva de los buitres leonados,
águilas reales y culebreras, alimoches y halcones. Entre los mamíferos abundan
los corzos, jabalíes, ardillas, nutrias, tejones y gatos monteses. De los
aéreos, vimos muchos, de los terrestres ni uno.
El
recorrido nos dirige, serpenteando por el cañón, a la ermita de San Bartolomé,
uno de los enclaves más importantes, y sorprendente en este entorno, de la
Orden de los Caballeros Templarios. Desde ella podemos contemplar este cañón en
todo su esplendor; nenúfares flotantes, aguas que aparecen y desaparecen
intrigando a los caminantes.
Desde
la ermita, se puede ver a unos metros más, las Cuevas de San Bartolomé. No se
comieron el coco para ponerles nombre. Una es la Mayor y la otra será, será,
efectivamente la Menor. En ambas estuvieron unos señores rupestres
garabateando.
Cómo
estaban oscuras, al encontrarse dentro de la Mayor, todos intentábamos ver con las
linternas. De repente un congostreño, lanza un apagado alarido al ver salir algo
de un agujero, y dirige la luz hacia allí. Era un compañero que salía de la
cueva Menor, que al salir de culo, fue confundido con un rupestre tardío. La
gracia llamó la atención y otros quisieron entrar en la diminuta cavidad.
Aprovechando
la escasez de luz, hacemos fotos tenebrosas y se carcajea de las ridículas
situaciones, También se hacen fotos de postureo, claro.
Más
adelante nos encontramos, a una altura considerable, empotrados en el muro,
unas mesitas en una atalaya, resulta que eran un lugar conocido como "El
Colmenar de los Frailes" donde la comunidad templaria albergaba
colmenas fabricadas con troncos huecos de árboles que alineaban sobre los
resaltes rocosos del cañón y aún se mantienen. Mientras contemplábamos las
colmenas, los buitres leonados nos contemplaban a nosotros. Por cierto son
“leonados” porque tienen un plumacho en el cuello parecido al de los leones, no
porque rujan para meter miedo.
Pasamos
por la Fuente del Rincón con la garganta seca, pero la fuente estaba tan
arrinconada que ni la vimos. Sobre las once y media, estábamos hambrientos y
nos tomamos unas frutas.
Nos
dirigíamos al Puente de los Siete Ojos, cuando un rebaño de ovejas sindicadas protestaban
enérgicamente a su pastor: que si bee, o también bee. El mastín, estaba
haciendo oídos sordos en la sombra de un árbol. Incluso había regresado al
rebaño la oveja negra de la familia y una cabra. También protestaban.
Llegamos
al puente de los Siete Ojos. Dicen que lo han construido con tantos arcos
porque en temporada de lluvias se desbordan (doy fe de ello).
Ahora
caminamos hacia Hontoria del Pinar, aún quedan casi once km. Pasada la una y
media, los bocadillos reclamaban nuestra atención. Sobre la hierba grande que
cubría el torrente del río, nos pusimos las botas. ¡Ah, no, que ya las teníamos!;
entonces comimos el bocata.
Un
congostreño aventurero, topó una construcción de madera en forma de casita de
troncos, que utilizaban los lugareños para refugiarse mientras cosechaban
resina. Esto consiste en clavar algo al árbol y luego recoger la resina que
desprende.
Llegamos
a Hontoria del Pinar, ya en la provincia de Burgos. Aquí es donde dejaron los
madrugadores conductores los coches para los comodones.
Las
cañas las tomamos en el Bar el Chato, tan chato que solamente tenía dos
cervezas de cada, o dos de otra cosa, pero no más. Sobre las cuatro y media se
había acabado la juerga, escapando dela tormenta que por el camino de regresovimos en el horizonte.
Toca ducha y salir a realizar la compra para la cena y de paso ver Burgo de Osma.
Toca ducha y salir a realizar la compra para la cena y de paso ver Burgo de Osma.
Compramos la cenita y
visitamos la ciudad. Algunos compraron “Teta de monja” y “Torta del Beato”.
Espero que les gustase.
Cena: Unas más que otros colaboraron en la
elaboración de la cena. Unas raciones de empanada presidían el mostrador. A uno
de los congostreños le mandaron a cocer los huevos al piso de arriba. Otros
ponían la mesa y algunas cocían las patatas y las judías. En las idas y venidas,
la empanada iba desapareciendo. Cuando llega el congostreño del piso de arriba
comenta: “Traigo los huevos cocidos”. Alguno lo ve con el entrecejo fruncido y
dice: ¡Hace calor, pero tanto….! No, que traigo la tartera con los huevos que
fui a cocer arriba, responde. Todo estaba muy rico, sobre todo habiendo hambre.
Incluso el vino.
Sobremesa: Unas vecinas, nos habían comentado
la existencia de un túnel, realizado por los romanos para traer el agua a la ciudad, que atravesaba la montaña y que estaba muy cerca,
así que a un culo inquieto se le ocurrió ir a visitarla de noche con linternas.
Los demás lo seguimos. Estaba situada a unos quinientos metros de la casa. La
entrada costó un poco encontrarla. La forma del túnel era en forma de
botella. No era de líneas regulares, pero estaba impecable. Disponían de una
chimenea de ventilación en el centro.
Una
congostreña comentó su miedo a las culebras y le ofrecieron un palo para darle
tranquilidad. Cuando la mayoría del grupo estaba ya adentrado en la cueva, sonó
un alarido desgarrador. Este grito provocó otros en cadena. Así como las ondas
sonoras iban pasando por cada uno, emitían su propio grito. Era uno de los
congostreños graciosos, que estaba inspirado.
Lo
cruzamos y caímos en la tentación de rodear la montaña y volver por otro
camino. No fue posible, tuvimos que retroceder por el mismo túnel. El alarido
ya no hizo el mismo efecto.
Sábado
día 25: Laguna Negra - Picos de Urbión
Sobre
las diez ya estábamos subiendo la senda de la Laguna Negra. Unos por el sendero,
otros por el asfalto. La visión es distinta cuando no hay nieve. Una vez
abandonado el asfalto, apenas hay doscientos metros de sendero vallado hasta la
Laguna.
La
Laguna Negra está enclavada en uno de los parajes más bellos de Soria: Los
Picos de Urbión y el nacimiento del Duero. Cuenta con una antiquísima leyenda:
Machado sitúa la historia trágica de
un parricidio en estas tierras. En 1912 escribe la novela. Alvargonzález es
asesinado por dos de sus tres hijos que tienen prisa para el cobro de la
herencia. Arrojan su cuerpo a la Laguna Negra. Un inocente es condenado al
garrote como culpable. La esposa del difunto, madre de los asesinos, muere de
pena. Sus tierras dejan de producir y se empobrecen. Cuando el tercer hermano
emigrado regresa, compra parte de las tierras a sus otros hermanos y obtiene
grandes cosechas. Los remordimientos corroen a los asesinos que acaban vendiendo
lo que les queda. Al pasar cerca de la Laguna Negra, se pierden en la noche y acaban
hundidos en sus aguas.
Una
vez a las orillas de la laguna, se emplean muchos metros de carrete. Se
fotografían las verdes aguas por todos los ángulos. Incluso con gente saludando
a la cámara. Rodeamos la Laguna y repetimos las fotos desde mucho más arriba.
Seguimos subiendo hasta la Laguna Larga y luego a la Laguna Helada. Las vistas
son de helicóptero. A pesar del día, nos topamos con neveros o zonas con nieve.
Subimos a la colina más alta del lugar, los Picos de Urbión, y nos
fotografiamos agarrados a la cruz clavada a la roca. Luego bajamos hasta el mismísimo nacimiento del Duero. En
este punto, delante de una obra de arte, de hierro oxidado, que identifica el
lugar, nos hicimos la foto de grupo.
Ahora
toca subir… las fuerzas no son iguales para todos. Nos topamos con un rebaño de
ovejas del mismo sindicato que las primeras. Berreaban por lo mismo. La Laguna
Helada nos espera a dos kilómetros.
No
estaba helada, tenía una caterva de ranas, estaban en época de celo y
reclamaban su derecho al apareamiento. No conseguimos entender qué decían. Como
ya dieran las dos, nos sentamos en unas piedras de la laguna, y nos despachamos
los bocatas. Alguna incluso se lavó los pies con sus aguas.
Volvimos
a la contemplación de la Laguna Negra desde las alturas. La vista ya había
cambiado: la laguna tenía una pátina que desconozco si era efecto de la luz o
de las algas. Esta vez bajamos todos por el sendero del río, nada de asfalto.
De
regreso a casita, visitamos La iglesia de San Juan de Rabanera, uno de los monumentos
del románico castellano que posee la ciudad de Soria. En su interior custodia
dos impresionantes crucifijos y a un señor de sotana, pero quiere cobrar por
verlos. Nos piramos.
El día
no había terminado, nos dirigimos a contemplar el Sabinar de Calatañazor. Lo ventilamos en un pispás. Árboles
centenarios con mucho interés histórico. Seguimos hasta la Fuentona y la famosa
cascada. Lo más intrigante era escaparse del vigilante que nos clavó cuatro
euros por aparcar cada coche. Al no ser época de lluvias, quedaba todo muy
deslucido. La Fuentona, que en épocas de lluvias suele ser un borbotón de agua, no era más que
otra laguna. La cascada, no quedaba nadie que lo hiciese. Nos quedaba la
Atalaya, las vistas merecían el esfuerzo, también el olor a hierbas como
romero, tomillo y creo que alguno dijo azafrán.
Las
cañas las conseguimos tomar en el Bar la Fuentona. La entrada fue gratis, la
salida casi a palos.
Aún
quedaba energía para visitar Calatañazor, pequeño pueblo medieval casi en ruinas que vive
casi del turismo. Algunas casas están reconstruidas.
Cenita
de ensalada, espagueti y carne y arroz con leche . Una delicia.
Domingo
día 26: Hoces del Río Duratón.
Madrugamos
para ser los primeros. A los que no teníamos bienes, nos embargaba la emoción.
Llegamos a Sepúlveda con tiempo de visitar la ciudad y la Iglesia del Salvador,
situada en las alturas donde se contempla el nacimiento de las Hoces del Río
Duratón. En cuanto abrieron el chiringuito, nos hicimos con los permisos
obligatorios. Mientras el guía arreglaba la documentación, nos entretuvimos con
las predicciones de “la piedra” sobre el parque:
-
La piedra está mojada: Lluvia en el parque.
-
La piedra está seca: Tiempo seco en el parque.
-
La piedra no da sombra: Tiempo nublado en el parque.
-
La piedra no se ve: Hay niebla en el parque.
-
La piedra tiene escarcha: Tiempo frío en el parque.
-
La piedra da saltos sobre el soporte: Terremoto en el parque.
-
La piedra sale volando: Tornado en el parque.
-
La piedra está tumbada: Fuertes vientos racheados en el
parque.
-
La piedra no está: Ha habido un huracán en el parque.
Bajamos
por una pendiente de cemento, y una ancianita que trataba de llevar a su marido
hasta casa, nos dijo: “No bajéis, que luego tendréis que subir, je, je, je”.
Todos le sonreímos y seguimos bajando. Al llegar, nos dimos cuenta que por ahí
no era; vuelta a subir. La ancianita sonriendo dice bajito: “Yaaa seee looo
dije”.
Salimos
según la normativa: cinco cada veinte minutos. No había quién controlase.
Debido al poco tiempo que teníamos, lo hicimos a la carrera. Ida y vuelta.
El
paisaje es espectacular desde dentro del cañón. Se ve toda la vegetación en su
esplendor y un río mermado entre grandes acantilados. El bocata lo tomamos al
retorno, poco antes del aparcamiento, a la sombra bajo un puente que creo que
lo llamaban Talcano.
Para
completar las vistas nos dirigimos a la Ermita de San Frutos (Hoces del
Duratón). Lo más destacado en su necrópolis son tumbas antropomorfas. Desde el
recinto, las vistas son las mismas que antes, pero ahora las compartimos con
los pájaros. Casi nos tuteábamos con los buitres, de lo cerca que planeaban.
Fotos de buitres con alas y otros sin ellas y con cámara. El paisaje casi hace
olvidarse del puñetero camino hasta aquí, que avivaba los sentidos intentando
pillar los menos baches posibles.
Vuelta
a la vida de los mortales. Las cañitas las tomamos a la salida del polvoriento
camino, en Villaseca, en el Bar San Frutos, en el bajo de una casa casi
aislada. La/el camarera/o no tenía buen día. El guía, con el remanente de la
comunidad, decidió invitar, pero mientras servía, una congostreña le dice: “perdone,
¿Cuánto cuesta…?”. “¿No dijo que pagaba él?; pues te esperas que estoy contando”,
responde lo que estaba detrás del mostrador.
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Abur…
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