Congostra en los Picos de Europa 13 al
16 de agosto/2016
Sábado día 13, Cañón del Río Cares.
Sobre
las seis de la mañana, tres coches cargados con cuatro congostreñ@s cada uno, salen
de distintos puntos para encontrarse de camino a los Picos de Europa. Se hace
una parada técnica para reunirse y tomar un desayuno a horas más decentes. A la
llegada, los domicilios temporales aún no están preparados, por lo que se
continúa camino hasta la salida de la primera pateada.
La Ruta del Cares está situada en el Parque Nacional de los Picos de Europa. Transcurre a lo largo del
desfiladero que sigue el río. Conocida como la “Garganta Divina”, está tallada
literalmente en las rocas de las montañas, es un trayecto de poco más de once kilómetros de distancia
entre el pueblo de Caín (León) y Poncebos (Asturias).
Es una
ruta muy popular y fácil, no por eso carente de peligro. Es aconsejable llevar
agua suficiente y no realizarla a las horas centrales del día si hace calor.
Aquellos que desoigan estas recomendaciones, se darán cuenta cuando caminen
bajo la rabia de Lorenzo, sin poder esconderse en varios kilómetros y con el
agua a temperaturas más altas que la de la ducha.
Pasaban
de las doce del mediodía cuando comenzamos, todos, la ruta desde Valdeón; un
congostreño veterano, que ya había realizado esta ruta, se va a explorar nuevas
posibilidades. Los demás, nos reunimos para comer, sobre las dos y cuarto, en un lugar con sombra y una fuente de agua
fresca. ¡Creo que es la única del camino!
Se
veían vigilantes del recorrido, disfrazados de cabra, situados en los puntos
estratégicos, incluso una becaria de reducido tamaño iba advirtiendo de los
peligros caminando a la par de la gente. “Bee, bee, bee,”, que en el idioma de
los vigilantes sería más o menos: “cuidado de no caerse”. El encargado se
distingue por tener dos protuberancias óseas adornando la frente, peinadas
hacia atrás.
A
mitad del recorrido hay una modesta construcción, que deben utilizar como
invernadero. Si entras para refugiarte del sol, debes tener cuidado de no pisar
el curioso cultivo: se trata de unas hojas blancas de pasta de celulosa a modo
de flor sobre un fertilizante pastoso. Si vas a colaborar en el cultivo, debes tener
cuidado de no superponer el tuyo en el trabajo de los anteriores.
No
todos los congostreños terminaron la ruta de ida y vuelta. Los que lo
consiguieron, pasaron los rigores del calor, sobre todo al iniciar la cuesta de
Los Collaos y hasta Poncebos. Se trata de una prueba de fuego. Tu propia sombra
no se proyecta más que dos centímetros debido a la altura del sol. No hay una
puñetera sombra y a las horas que pasamos no daba ni una mísera brisa, el aire
caliente carece de oxígeno y el esfuerzo favorece el mareo. En Poncebos había
un bar, donde poder beber un refresco y dar la vuelta. A la subida de retorno,
te das cuenta de que deberías traer agua para el camino.
Cuando
se consigue superar la maldita cuesta, comienza el descenso hasta la primera
aparición de agua. Allí se concentra la gente en busca de refresco; sin ser una
fuente, el agua transcurre entre las piedras. Un congostreño acalorado, toma su
sombrero a modo de vasija y se lo pone repleto de refrescante agua. Siempre
había querido hacerlo desde que vio una película de vaqueros que lo hacían. Poco
dura ese refresco, pero alivia.
A la
llegada al punto de dónde se sale, estaban esperando unos resignados compañeros
tomando una caña a la sombra. Una vez reunidos todos, nos desplazamos a
nuestros refugios para darnos una merecida ducha y comer algo.
Unos
se alojaban en Sta. Marina de Valdeón y otros en Posada de Valdeón, en una
bonita casita que alquila habitaciones con desayuno incluido. El único
inconveniente es que hay un baño para cada planta. ¡Ah! Incluye frisuelos hasta
que te aburras. (Frisuelos: tortitas, filloas, fritos, tortilla de maíz, chulas).
La
cena corre a cargo de la comunidad en el Tombo la Risa, la casa de Sta. Marina.
Unas son más predispuestas que otros. Aunque sencilla, se disfruta una
barbaridad, sobre todo del ambiente y la tertulia, aunque sea desde la altura
de un sofá y la nariz al ras de la mesa.
Domingo día 14, Ruta del Mercadillo.
Pasaba
poco de las ocho de la mañana y estábamos subiendo por la carretera de Sta.
Marina dirigidos a Fuente De (no preguntéis ¿de qué? porque no hay respuesta).
El
pueblo va quedando pequeño a la vista. Antes de llegar al Collado Remoña,
tuvimos la oportunidad de saborear arándanos salvajes que crecen en el camino.
Descendemos por el sendero del otro lado del camino, contemplando las montañas
y rebaños de aburridas vacas. Las mamás vaca, habían dejado a sus terneritos a
cargo de otra en una improvisada guardería, unos tumbados y otros correteando,
nos observaban con el mismo interés que nosotros a ellos.
Sobre
las once y media, llegamos a un pueblecito que antaño debió ser de curas a
juzgar por el nombre: Pido. Seguimos bajando y nos cruzamos con una gente
enferma pedaleando agónicamente la pendiente que nosotros bajábamos. También
nos cruzamos con otros más cuerdos montados a caballo.
Sobre
las doce, estábamos en Fuente De. Aquí el grupo se reparte en tres; unos locos
por subir la montaña por Vega de Liordes; otros prefieren subir al funicular y
ver la montaña más descansados, a pesar de las dos horas de cola; los últimos
prefieren visitar el pueblo para ver si encuentran de qué es la fuente.
Los
más osados fueron subiendo la cuesta en zigzag según sus propias energías. A la
única congostreña que se atrevió, se le agotaron las pilas. Los dos
congostreños más veteranos fueron animándola y haciendo experimentos: sacaron
de la mochila una manta térmica y se la colocaron atada al cuello a modo de
capa de Superman. No funcionó, no cayeron en la cuenta de que sin el peinado
con rulo de la frente y el calzoncillo por fuera del pantalón, la capa no
funciona.
Utilizando
el método de la observación, vieron que la susodicha, caminaba de puntillas,
cosa que le cargaba los gemelos y los mellizos. Subsanada esta fea costumbre,
consiguió llegar a la cumbre.
Llegamos
al collado Remoña: Una planicie entre montañas con aspecto de volcán relleno con
la hierba seca y apenas una fuente escondida debajo de las piedras. Había
también una cueva natural fresquita y una casita pequeña para el pastor. Hay
que seguir subiendo un poco más. Una cancilla con un letrero, corta el paso.
Advierte que dejen la puerta cerrada. El refrán dice que no se le pueden poner
puertas al campo, pero no dice nada del monte.
Al
llegar al supuesto punto de encuentro, se repone el agua en un abrevadero de
vacas, pero del chorro, ¡Eh! Una vez contactado con los demás y constatar su
retraso, se continúa camino.
Entre
los primeros, que llegaron pasadas las seis y media, se encontraba un
congostreño al que le faltaba la pareja. Decide salir a su encuentro. Cómo se
encontraba aún con humor, se esconde detrás de un árbol para darle una
sorpresa-susto. Cuando sale de detrás del árbol emitiendo un sonido “asustador”,
los componentes del grupo reaccionan de forma diferente: las últimas se asustan,
la pareja del asustador le reprende, y el cabecera del grupo salta escapando sin mirar para atrás. “¡Sí,oh, o que tiña que protexernos ahí o vai”, dice una
voz.
Ese
día cae un chaparrón que dura apenas diez minutos. A unos los pilla en casa, a
otros en el desplazamiento a la casita para ducharse. Una vez en la casita, el
cansancio les había mermado el oído. Una inquilina francesa atisba por la
puerta del baño común y grita bajito. Un congostreño mantiene un dialogo de
besugos con ella:
Franchute:
“Ramón”
Congostreño
1: Aquí no hay ningún Ramón
Franchute:
“Mamut”
Congostreño:
Tampoco hay un mamut. Si te conformas con un elefante grande…
Congostreño
2: Calla hombre, que está llamando a la madre. Y, dirigiéndose a la tímida
cabecita que brotaba de la puerta preguntó: ¿llamo a la puerta?
Franchute:
¡No, por dios! Con un gesto que se interpretaba: no me la lieis más.
Subimos
a dar cuenta de las judías con lomo. La butaca seguía ahí, no había crecido.
Lunes día 15, Ruta del Collado Jermoso.
Comenzamos
más tarde que los días anteriores. Subimos sendero para coches todo terreno, durante
un buen rato. Nos adelantaron algunos coches dejando el aire cargado de polvo.
Llegamos al mismo Collado que habíamos pasado el día anterior. Bajamos durante
un buen rato y comienza lo bueno. Hay que subir por unos senderos con una buena
inclinación. Se va subiendo en zigzag. Después de una hora de subida, se busca
desesperadamente una sombra para sentarse y tomar el plátano.
Seguimos
las marcas hacia el Collado Jermoso. Algunos nos preguntábamos para qué habían
hecho un refugio tan lejos y si querían clientes para qué lo esconden tanto y
por qué no hacen un camino decente. Y collado, lo será pero jermoso… para
gustos.
En el
camino nos encontramos con otros caminantes en sentido contrario, que nos
animan a subir. Rompe la rutina un trío de mulos, dos comen hierba, aburridos,
el tercero, de dos patas, hace ñoñerías para que le saquen fotos. Los
cuadrúpedos continúan, pero el bípedo se va sustituyendo. (Bípedo quiere decir de dos piernas, no de dos pedos, que sé que los
hay mal pensados).
Deben
ser las alturas o el porcentaje de oxígeno, que sé que afecta de una forma
diferente a las mujeres. A unas, con sólo oír un trueno, se le despierta un
instinto de competición y no hay quien las pare hasta llegar a la meta; en
cambio otras se vuelven cariñosas y buscan el contacto humano.
La
subida hasta el dichoso Jermoso, se fue llevando con resignación, aunque
alguien dijo “dijeron que esta era media alta, pero a mí me tocó el panty”.
Pasaba de la una y media cuando avistamos una casita en medio de la nada. Esto
crea un estímulo para seguir caminando. Se huele la cañita a kilómetros. Media
hora nos llevó desde que la vemos hasta que la tocamos. Algo menos para alguna
que había oído un trueno y se le aceleró el paso.
Este
refugio, a 2.064 metros de altura, está situado sobre la canal de La Sotín y
bajo las principales Torres del sector del Llambrión, en un lugar rocoso. Las
piedras se aprovecharon del lugar, pero las vigas de madera se subieron a lomos
de seis trabajadores por viga. Su inauguración fue en 1940, y se añadió la guardería
en 1944. En 2008 se rehabilitó variando su forma.
Hoy se
ve una casita de piedra con tejado a dos alturas. La piedra a tono con las del
lugar, y la techumbre no es teja, está compuesta de láminas negras
impermeabilizadas, moldeadas con calor.
El
servicio es agradable. Tienen una lista de productos de consumo de precios no
tan altos como su ubicación. Disponen de una familia de gallinas que corretean
libremente por el lugar. Un congostreño se jactaba de comer un bocadillo de
“juevos de jaliña do Collado Jermoso”.
No
podía ser menos, a las horas que eran, las seguidoras del “trueno” tomaron por
asalto una mesa de la terraza, el resto se situó donde pudo.
Antes
de bajar, nos aprovisionamos de agua en un grifo exterior de la casa. Había, al
lado, otra curiosa fuente que consistía en un recipiente con un pulsador en su
interior. Debajo había un letrero que indicaba “BEBEDERO MULAS – NO USAR”. Para
tener que poner ese letrero, es evidente que los hay tercos. Alguno se hacía el
gracioso llamando a otro, indicándole que le habían construido una fuente
dedicada.
La
bajada no se hace esperar. Una vez abandonada la confortable silla de la
terraza, comienza el descenso. Esta bajada tiene más pendientes que las
sevillanas en la Feria de Abril.
El
cariño y la ternura surgieron, así, de repente. ¿Me das la mano, por favor?,
dice una congostreña al guía. El pobre, mira a los lados para comprobar si
hablaba con él. Llegados a un acuerdo cariñoso, bajaron media ladera de la
manita. Iban hablando de varios temas: pon el pie aquí, ahora aquí. Los hombres
siempre pensando en lo mismo. No te me alejes. Lo típico en las parejas
recientes. Detrás de la parejita, venía otro congostreño de carabina, para
evitar que las cosas fuesen a mayores.
En un
momento dado, el trio se cruza con otro caminante que asciende aplastado con
una enorme mochila derrapando en la roca. El guía cruza unas palabras con el
caminante y se toma un descanso. El sediento caminante pide agua. El guía le da
el agua en la que disuelve una pastilla que le da un sabor asqueroso que, según
el guía, aporta minerales y sales que dan energía al que la bebe. Yo creo que
se la echa para que no se la beban. Solamente le gusta a él.
La
congostreña cariñosa, decide aventurarse y dar unos pasitos, pero al verse
comprometida, solicita ayuda al carabina: ¿Me
das tú una mano?, a lo que contesta en el tono cariñoso que lo caracteriza:
“Nada de manitas, que soy un hombre
casado, yo te indico cómo tienes que situarte y dónde poner los pies, pero nada
de mariconadas… ¿Pero tú crees que a estas alturas voy a querer algo?” dice
sorprendida. “Ni a estas alturas ni allá
abajo, tienes que aprender a apañarte”, contesta el carabina.
Volvió
a recuperar la manita que ya conocía por el tacto. El retraso del trío despertó
la curiosidad de otro congostreño veterano, que al ver la situación, también
quiso participar. A la cariñosa, no le importó cambiar de pareja, pero el
carabina seguía siendo el mismo. Aprovechaba para sacar fotos de las
situaciones para documentar en caso de reclamación. La nueva pareja reaccionaba
de dos formas: él se reía constantemente, minimizaba la percepción del riesgo y
daba ánimos; ella, cuando conseguía sacar los ojos de las piedras, maldecía al
fotógrafo.
El
carabina pasaba el rato en sacar fotos de distintas perspectivas. Hubo un
momento, que en una fracción de segundo, se le ocurrió un nombre para una casa
rural. Si ya existía una que se llamaba “El Tombo”, otra “El Tombo la Risa”, siguiendo
la secuencia, esta podría ser “El Tombo la Risa y Dolor de Culo”. Claro que
estaría repartido en dos plantas, la risa es para unos y el dolor de culo para
otros.
Cuando
consiguieron llegar abajo, soportaba las risitas sabiéndose intacta, veía desde
donde y por donde bajó y no daba crédito. No era cariño lo que sentía, era
terror a las alturas. Agradecía a los dos contostreños que la hubiesen ayudado,
y no como el “otro” que la asustaba más.
Tanta
emoción hizo que la congostreña de la capa de Superman, se dejase llevar e
intentase darse un revolcón. Menos mal que allí estaba su marido para pararle
los pies. Se trata de una mujer de pata corta que se dejó llevar con el calor
de la emoción y , ahora que sabe pisar bien, entre risas, dio una zancada que creía suficiente, pero no lo
fue, lo que la llevó rodando al suelo. Su marido que estaba muy cerca,
reacciona, suelta todo lo que tiene en sus manos y, con la efectividad de un
portero de la liga de primera, se lanza a sus pies y logra detenerla. Tal fue
la cuestión y tan rápida, que todos se quedaron helados, sin saber si gritar o
aplaudir. Ese hombre tuvo que jugar de portero en su infancia, sinó no se
entiende. Las preguntas no eran si se habían lastimado, sino la felicitación
por aquel paradón.
Por el
camino nos sorprende un chubasco que apenas le da tiempo a mojar. Los
conductores se adelantan para recoger los coches en la zona de partida y venir
al punto de llegada.
Durante
la ceremonia del preparado de la cena, la congostreña asustada por las alturas,
baja por unas escaleras más pendientes que la montaña. Lo hace ataviada con un
vestido de verano blanco adornado con unas flores que rompían el monótono color,
que provoca comentarios en la vecindad. Desciende en perfecto equilibrio y sin
“manita”, lo que hace preguntarse si el miedo sería a las alturas o a las
piedras.
Martes día 16: el retorno.
Dada
la dureza de las pateadas, se decide hacer un regreso pausado. Nos levantamos
más tarde y tomamos camino de retorno. Visitamos León a lo turista japonés. Paramos después en Sanabria para comer. Durante la
comida, un congostreño visitó el baño. Mientras utilizaba el urinario
enganchado a la pared, se apaga la luz. Creyendo que llevaría un sensor de
movimiento, el desesperado congostreño, mientras con una mano mantiene la
direccionalidad del chorro, con la otra intenta activar la luz haciendo
movimientos para captar el sensor. En un momento dado, se abre la puerta y con
el reflejo exterior, se ve a un señor bajito con cara de susto
contemplando un individuo montando el
urinario como si fuese un toro mecánico a oscuras. Cuando el jinete intenta
excusarse, no le da tiempo. El bajito, con los ojos como platos, cierra la
puerta y desaparece del baño, del comedor, y del edificio.
El
tímido congostreño calla su aventura y salen al exterior para despedirse y
dirigirse a casa. Al jinete de urinarios, le parece ver al pequeñín escondido
detrás de un árbol esperando a que se piren…
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Agur…
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