CRÓNICA XV ANIVERSARIO



Congostra en el 15 aniversario


Sábado día 17, Castro Landín, Cuntis.
Llegamos con el tiempo justo al gran aparcamiento de O Ferrancho. Paramos lo justo para saludar y volvimos al pueblo que habíamos dejado atrás. Aparcamos en pleno centro de Cuntis, ¡que gustazo!

Lo primero que visitamos fue un habitáculo de piedra con un montón de pilones de piedra en muy buen estado de conservación; no es de extrañar, no parecían usados desde hace mucho. Bueno, seguramente lo usaba un señor de chanclas que pasó por allí tan fresquito saludando a la concurrencia.

Una vez limpitos, nos pasamos al Centro de Interpretación de Castro Landín. Lo interpretaba una chica, que aunque parecía joven, estaba en plena faena de restauración y dejó su quehacer para darnos una amena charla.

Nos dirigimos a Castro Landín que estaba a kilómetro y medio. Puede resultar curioso, pero precisamente tenía un castro antiguo, lo que viene siendo, un montón de piedras amontonadas formando muros en círculos para conseguir un habitáculo. Su recinto aún tenían los cercos que recordaban las grandes hogueras de los antepasados. Si se da una vuelta al castro por encima de sus murallas, se goza de un año libre de “meigallo”. Una vez caducado hay que renovarlo. Como el jubileo.

Seguimos por el sendero llamado “Roteiro de Senderismo no Entorno do Parque Eólico do Monte Arca”. El nombre lo hicieron acorde con la distancia del sendero que seguramente también se cobraba por metro. Su acondicionamiento tiene un precio simbólico de 37.166,50€. Los 0,50€ ni para café, pero le da un aire de calculado al céntimo.

La siguiente parada fue en unos lavaderos de piedra, pero éstos estaban a cielo descubierto. Sus aguas estaban frescas y claritas.

Luego atravesamos varios tramos de bosque autóctono de pino de la casa. Nos paramos en varios miradores para curiosear. Uno de ellos estaba coronado con una extraña bandera reivindicativa. A la salida había una trampa para cazar pardillos. Al salir del mirador, el grupo volvía sobre sus pasos, pero había entre ellos alguno que cayó en la trampa: al pasar por un tojo sospechoso, el pardillo quiso desviar su ataque, fue entonces cuando un eucalipto lo atrapó entre sus ramas. Al verse indefenso, intentó liberarse girando sobre sí mismo. La conclusión es que hizo jirones la manga de la camiseta. Salió asustado pero ileso de la aventura. Pudo ser peor, pensó bajito. Pudo romper las dos mangas…

Apuramos lo que pudimos, pero corría el bulo de que había un oteador de viajes del IMSERSO y todos hacían méritos para ser candidatos al próximo viaje. Se quejaban diciendo que tenían prometida una pateada facilita y que, a traición, les habían incluido dos subidas “técnicas” de agárrate y no te menees, que ya te menea el viento. Pero como todo tiene su fin si se sabe esperar, al fin llegamos a la ermita, donde nos tomamos el merecido bocadillo. La ermita consistía en una pequeña edificación custodiada por un frondoso árbol, en una bonita finca. En su balconada y tirados por la hierba, comimos a gustito.

Pasada media hora, retornamos al bosque que daba paso al sendero del Rio Umia, bajamos por el margen derecho contemplando su esplendor. El guía nos llevó a un lugar del río dónde, con mucho misterio, (esto hay que leerlo en bajito), nos indicó que había una piedra en forma de rana, que si alguien la veía no lo dijese, para no quitar el placer de su descubrimiento a los demás. La piedra, llena de liquen verde, vista después de comer, si has tomado caña blanca con el café y te caes sentado en un determinado lugar, puedes verla como una rana, (o también podría ser tu abuela con el pañuelo a la cabeza). Pero a las horas que eran y con el cansancio, la piedra llena de liquen marrón, se parecía más a un mojón, digo montón de hojas, o quizás un sapo.

Seguimos por un estrecho sendero a orillas del río. Cuesta seguir al guía. Seguramente había pasado toda la noche con el cargador puesto y tenía energía rebosante. No sabría definir si era el eco o es que había entrado en bucle. En los tramos con arbustos altos, no se veía, pero se oía, daba seguridad. Era tan paciente, que no le importaba volver a repetir la historia, para estar seguro de que todos la compartían.

Pasados unos kilómetros, hicimos una parada técnica sobre la planicie de unas rocas sobre un meandro del río, así consiguieron refrescarse los más calurosos y descansar los más cansados.

Volvemos al camino en contemplación de las caprichosas formas que adoptan los árboles y plantas para ganarse la vida. Llevábamos con nosotros un niño de nueve años muy dicharachero y andarín. Como niño que era, daba rienda suelta a su vitalidad. En uno de sus entusiasmos, se torció un pie y reclamaba atención. Una tobillera solventó el problema.

Llegamos a los pasos de Meira, de antes del siglo XIX, humilde estructura para cruzar el río. Son como unas muelas de piedra clavadas atravesando el río para facilitar el paso a los vecinos cargados con sacos de harina. El río casi no llevaba agua, por lo que perdían su gracia.

Pasaban de las seis y media cuando llegamos a los coches. Al llegar se puede comprobar que hay enchufe en todas partes. En los juegos de la cena se prometía “rusa segura”, por el camino, algunos se entretenían con las moras, y sin embargo sé, de buena tinta (de calamar), que alguien tiene pedida “unha nejra” con abanico desde hace tiempo y nada de nada. Ya le repitieron en varias ocasiones que “nejra non hai”, la tienes clara. Así  que se conformará con una clara de limón.

La cena se hizo desear. Los camareros concienciados de la importancia del evento, querían escenificar las vicisitudes de la época. Mientras, cuando consiguieron poner el local ahumado, hicieron pasar a los comensales. El jamón y el queso de los entrantes, muy ricos; la ensalada estaba riquísima, las patatas estaban riquísimas, incluso el churrasco cuando apareció, también estaba riquísimo. En su punto, en el del cocinero. Cada uno tiene su propio punto, claro.

Se hizo un intento de solemnidad para la entrega de unos diplomas conmemorativos en reconocimiento de las virtudes de algunos congostreños, pero era evidente que todos estaban más interesados en saber que había dentro de los paquetes de los regalos “PONGO” que deberíamos traer empaquetados. Pero eso también debía entrar en concurso del IMSERSO y costaba trabajo.

La cuestión tiene tanta miga como una hogaza de pan. Se trata de exponer todos los regalos sobre una superficie a la vista de todos. Una mano inocente reparte tantos números en papelitos, como regalos hay. Luego el que ha tenido la desgracia de sacar el uno, prueba suerte. El segundo puede escoger del montón o quitarle el del primero si le gusta más. En ese caso el primero vuelve a escoger del montón. Con los siguientes ocurre lo mismo hasta que llega el todopoderoso último que se queda con el que quiere…

La pelea estuvo en una lamparita, que fue disputada entre los que menos luces tenían y querían alumbrarse. El segundo premio consistía en una botella de licor amarillo de dudosa procedencia. La nota discordante de gracia fue a caer en unas manos inocentes: un casca nueces con un mango muy ancho y dos bolas en el otro extremo, para golpear.

Se termina la fiesta con unos minutos de música atronadora que mueve el cuerpo de algunos bailarines. Algunos tienen faena al día siguiente, por lo que se piran a su casita, los demás pernoctan en el edificio por gentileza del guía. Así pueden disfrutar, al día siguiente,  de un pequeño paseo de diez kilómetros a las orillas del río.

Domingo día 18, Petroglifos de Cequeril.

El domingo dejamos los coches a orillas de la carretera, junto a un puente oculto por el asfalto: “A Ponte do Ramo”. Allí, el guía quería contarnos una historia que ocurría justamente bajo ese puente. Pero las interrupciones en su discurso le producen problemas con el menaje de cocina (según sus propias palabras, se le va la olla y tiene que empezar). Por tanto se hace necesario una estratagema. Consiste en sacar de una cesta, un higo por cada uno de los oyentes, así mientras comen, él puede hablar libremente, sin interrupciones.

La historia que contó, decía que las mujeres de los pueblos de los alrededores, que perdían un hijo en el parto, en su segundo embarazo, iban al puente, y al primer transeúnte, hombre o mujer, le pedían que apadrinara al futuro hijo. El rito de bautismo o “enxembramento” del hijo no nato, se celebraba bajo el puente, vertiendo agua del río a la embarazada sobre los pechos y el vientre. La hora efectiva para esta celebración era a las doce de la noche. Como todos los festejos, se remataba comiendo y lo que sobraba se arrojaba al río.

Pero los higos estaban tan ricos que se terminaron antes de rematar la historia, con lo que las interrupciones eran frecuentes. Por lo que la historia creo que quedó así:

Las descuidadas mujeres de los alrededores, que perdían al hijo que mandaban a por esparto, iban al puente a buscarlo. A los que pasaban, le preguntaban por su hijo Donato, que era así como se llamaba el niño perdido. Y se quedaban bajo el puente, comiendo higos y echándose agua por los pechos (inicio de las camisetas mojadas), hasta las doce de la noche, a ver si aparecía. Si no aparecía donato, hacían otro, y los higos que sobraban los tiraban al río.

Fuimos a ver un camino romano, de esos empedrados con las piedras originales. En la explicación del guía, se mencionó que el camino era románico, por lo que su pareja le corrigió, que no es igual romano que románico, que los separan unos cuantos siglos. El guía, con un tono que convence más que la que corregía, dice: “mira que eres puntillosa, agora non imos entrar en detalles por uns siglos máis ou menos”.

Por el camino, encontramos una manada de caballos que hicieron las alegrías de algunos; mientras los contemplaban lo más cerca posible, uno, nota el suelo resbaladizo. ¡Pisé una mierda!, exclama. ¡Ala, alegría y buen rollito!, le dice otro miembro del grupo.  Dicen que se trata de un síntoma de suerte (supongo que para los demás).

Este desparpajo despertó el interés del niño de nueve años, y en un momento dado, nos sorprende con una pregunta mientras señala una boñiga con un palo clavado: ¿esto es una mierda pinchada en un palo?

A lo largo del camino la gente iba comprobando si había puntos de recarga de la suerte, pero eran respetuosos con ellos y su generosidad hacía que los dejasen para los más necesitados.

En otra parte del camino, el guía nos muestra una ristra de troncos plegados sobre el río, se trata de un puente de procesión. Se utiliza y se renueva cada año. La riada se lo merienda en cuanto llueve un poco.

Había en el recorrido, una piscina repleta de agua y alguna maleza. Posiblemente para el disfrute de los lugareños, pero no debían tener tiempo y se la cedieron a las ranas.

Sobre las doce, nos encontramos con la fuente de Conles, una pequeña construcción fundida en un lugar sombrío. Casi pegado había un gallinero con la ventana cubierta de alambrada, y sobre ella, una lima. Un congostreño hace una observación: ¡tienen una lima y no se van!. El guía, que estaba a todo, busca entre sus alimentos y dice, “no, no, es agua y grano, no creo que le pongan lima a las gallinas” . “No hombre, digo que tienen una lima en la ventana para escaparse, como los presidiarios, y no la usan”, dice el congostreño. “Ya veo, para protestar, tienen mucho pico, que si cocorocó, que si cacaracá, pero a la hora de la verdad, son unas gallinas”, añade. “¿Qué?”, pregunta el guía.

Por fin llegamos a los yacimientos de petroglifos. El primero que vimos fue el Campiños. Dicen que representa un conjunto de Cequeril. Representan unas cazoletas antiguas de ritos paganos, a las que quisieron cristianizar posteriormente, imprimiéndoles una cruz. Estaban conectadas entre sí para dar la sensación de la conexión con lo divino. Yo creo que era un dibujo de un visionario que predijo que se utilizarían en las cocinas artilugios en espiral, lo que ahora conocemos como vitrocerámicas.

El siguiente representaba a dos marcianos con una cruz en la barriga, solamente tenían dos patas. Uno contaba con rabo, de ahí la confusión con un gato.

El tercero, comenzó con un rectángulo, del que fueron sacando rayas, como cuando estás hablando por teléfono y te pones a jugar con el bolígrafo. Al terminar la conversación, si te fijas queda algo así.

Posteriormente fuimos a visitar la iglesia de Cequeril. Seguramente los artistas y familiares, descansan bajo las grandes losetas que cubren el patio.

Salimos de la iglesia por un sendero bajo los racimos de uvas. Degustamos unas cuantas y seguimos por un sendero que nos devolvió al río. Caminamos solemnes por su ladera y volvimos a encontrarnos con el puente. Donato seguía sin aparecer.

Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.

¡Hasta la próxima! Agur… 

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