CRÓNICA DOADE

Sábado día 21, Doade (Monforte de Lemos)

Llegamos a Doade, sobre las diez y veinte, teníamos los aparcamientos esperando. Nos recibieron unos vecinos vareando con saña, un nogal que se negaba a desprenderse de sus frutos. Uno de los vecinos interrumpió la faena para intercambiar unas palabras con una nueva congostreña que traíamos para hacerle la prueba de resistencia. Al parecer se conocían de otras pateadas.

Parece ser que Doade fue en tiempos, paso del Camino de Santiago. Prueba de ello está en el poste de cruce de caminos que presidía el “mini-parque” donde aparcamos. Desde él se puede ver las direcciones y los kilómetros que hay desde este lugar hasta Roma: 2.208 km, Jerusalén: 3.926 km., Auschwitz: 2.927 km., Buenos Aires: 10.017 km, Londres: 1.876Km,….

Mientras esperamos a unos tardones con la excusa “¿?”, buscábamos donde posar la vista. Desde los coches se podía contemplar una réplica bien lograda de una especie de grúa de madera con una inmensa rueda que compensaba las fuerzas.

Conseguimos arrancar sobre las once menos cuarto los catorce integrantes. No parecíamos conscientes de la longitud ni del tiempo. La ruta inicial sigue parte desde Doade a Aguasmestas, según donde lo inicies. Pero la generosidad de los componentes básicos de Congostra logró que se hiciese circular, no sin sus imprevistos.

Tomamos el sendero a pocos metros de la salida, dirigidos al Mirador de Pena Do Castelo. Después de unos metros de sendero nos topamos con enorme tronco, muy ancho pero no muy alto y con múltiples arbolitos saliendo del mismo tronco. Los numerosos nudos dejaban que la imaginación lograse ver formas diferentes: Una vaca lamiendo una pata, un caballo, y también el escéptico vio un tronco con nudos.

Llegamos al Mirador de Pena do Castelo sobre las once, una vez allí te das cuenta de que efectivamente es una pena de Castelo, tanta, que ni existe. En su lugar amontonaron piedras con tanto ingenio que se parecía a una pequeña capilla. Se trata de una réplica de la Capilla de San Amaro, que se encuentra en las proximidades del Castro da Pena do Castelo, que actualmente llaman San Mauro. Tenía dentro un solitario santo de piedra con unas marchitas flores, así que un congostreño vestido de azul pitufo, se pone en la puerta haciendo monerías, pero el santo ni se inmuta. Los demás haciendo fotos para inmortalizar el momento.

Lo que sí tiene son unas extraordinarias vistas del mayor  afluente del Río Miño y un meandro al que llaman el cocodrilo, creo. Estas vistas se pueden contemplar desde los innumerables salientes utilizados como miradores, aunque solamente para expertos.

Pena do Castelo, es un elemento geomorfológico de carácter natural y de composición xistosa, es decir en planchas de piedra, caracterizado por estar situada en un outeiro desde el que se domina buena parte del contorno. Se prolonga hasta el abismo de la ribera y por estar configurada con grandes irregularidades y fuertes pendientes. En ambas márgenes del río se pueden ver las poblaciones de Abeleda y Castro Caldelas… y enfrente, Orense, Francos y Doade, que corresponden a distintas provincias.

Para llegar hasta el mirador, nos vendrían bien unas piernas plegables para alargar una y poder andar derecho. Después de patear una ladera embravecida, con maleza picante, tuvimos que pasar por un túnel estrechito formado entre las zarzas con pinchos. El paso requería arrodillarse e incluso quitarse la mochila o ponerla al modo canguro. Llegado el momento de pasar una congostreña asustadiza, ella se sitúa al inicio del túnel y se arrodilla adoptando una postura como si estuviese de cara a la Meca y rezando sobre una alfombra. Al comenzar el desplazamiento, da un grito de alarma: ¡quítame el jersey!, el congostreño que la precedía, con los ojos como platos, mira en todas las direcciones sin poder creer lo que ha oído, y pregunta para confirmar: ¿qué?, ella le repite: ¡que me quites el jersey! El congostreño con las manos temblorosas, analiza la situación. Ve a la congostreña en una posición comprometida y con el jersey enganchado en dos púas de la zarza. ¡Ah, que lo desenganche!, claro hombre, dice la enganchada, ¿qué creías?, el congostreño eleva los hombros poniendo cara de circunstancias.

Aquí convendría hacer una puntualización: Se saca lo que se mete, Se quita lo que se pone y Se desengancha lo que se engancha. El cruce entre estos términos puede dar disgustos. (Se quita el jersey, se saca de un agujero y se desengancha de un pincho).

Poco antes de las doce, un congostreño donante de sangre, se había descorchado y perdido la tapa. El congostreño guía, botiquín, consejero y amigo, echó mano de una pequeña tirita para calmar el ansia del herido. ¡Bah, nada solo la piel!

Sobre las dos menos cuarto, nos encontramos con un pueblecito con encanto. Era lo único que le quedaba, bueno el encanto y unas higueras repleta de brevas. Estos árboles se situaban con las ramas colgadas hacia zonas de difícil acceso, por eso conservaban sus frutos. En realidad la frase “no caerá esa breva” seguramente en un principio sería “no caerás por coger esa breva”.

El pueblecito recordaba a Grecia, todo roto por todas partes, pero con menos piedras. Como el hambre atacaba ya, los higos tintos desaparecían del árbol. También lo hacían algunas manzanas y uvas.

Atravesamos un bosque de alcornoques (sobreiras). No, no se hacen sobres con ellos, sino corcho. Poco después, llegamos a un bosque lleno de colorido. Era un bosque de madroños. También aquí dimos cuenta de los más rojitos. Estaban un poco harinosos, pero el hambre no distingue mucho.

A ver, decía una voz, ¿están verdes o son inmaduros? Las dos cosas, los frutos están verdes y los que se suben a los arboles cual oso, son unos inmaduros. ¿Más duros que quién? Dijo alguien mientras resbalaba colgado de una rama.

Sobre las dos y veinte, ya había sonado la sirena de la comida varias veces, cuando llegamos a un improvisado mirador hecho de una roca saliente que recordaba a la famosa presentación del hijo de la película del Rey León. Allí posaron varios para la foto del “feisbu”. Mientras unos hacían fotos, un culo inquieto ya estaba visitando otro saliente, donde se veía unos metros más de agua del Sil.

Desde este nuevo saliente, parecían estar montados a lomos del “cocodrilo”. Cada vez se iba juntando más gente en el nuevo pico. Allí se hace una foto de grupo con casi todos. Unos caguiñas no llegaron. Cuestión de la que prometieron dejar constancia en la crónica.

Eran ya más de las tres cuando se dignaron tomar el bocadillo. Lo tomaron bajo presión y amenaza de tener que subir una tremenda cuesta. Ni era cuesta, ni era tremenda, de momento.

Llegamos a Pena das Cruces sobre las cinco, la cosa comenzó a tomar otro nivel, había un senderito como un falso llano, que empezaba a tirar del bocadillo y agotar las pilas.

A una congostreña con exceso de batería, se le soltó un cable de una pierna y le dio un calambre. Los rápidos servicios de grúa, repararon la avería por un ratito. Pocos metros más arriba se volvió a “calambrar”. Debieron de atar bien el cable a la segunda vez, que cuando vi para atrás, la vi subiendo en zigzag alegremente. Parecía un muñeco de pila, cuando los sueltan en un recipiente y corren de un lado a otro hasta agotarla.

Sobre las seis de la tarde, poco antes de llegar a Vilanova, limitando con A Meda, nos encontramos con un sendero con dos letreros gráficos que anunciaban que el resto que quedaba sería una cagada. Se trataba de dos retretes arrojados al suelo sin ningún gusto estético. Uno era blanco y el otro del mismo color que su contenido, un poco más claro.

Así fue, la noche se nos venía encima y el guía hizo uso de sus innumerables recursos para hacerse con un vehículo que nos llevase a los conductores a recoger los coches, mientras el resto del pelotón se dirigía a la localidad de Palleiros.

El conductor tardaba y el guía pensaba en alto: “Tenía que estar aquí, no tiene perdida, le dije que estábamos en la carretera al lado de un  campo de hierba”.

Como para ayudar no hay mucha gente, pero chinchones sí que se encuentran: ¡Hombré!, dice uno, “en una carretera al lado de un campo de hierba”, aquí, es más fiable que las coordenadas de cualquier GPS. Yo tampoco lo entiendo. Pues tenía razón, pasados apenas unos minutos, llegó nuestro salvador. Sale encantado y saludando. Se trataba de un vecino de la localidad que conocía el terreno y no le importaba dirigirnos. Gracias desde aquí.

Los conductores se desplazaron hasta Os Palleiros y allí esperaron pacientemente a los sufridores. Volvimos a Doade y en el Restaurante A Cantina, nos tomamos las cañas. Los cacahuetes tuvimos que repartir medio para cada uno. Ya eran las nueve de la noche, así en poco tiempo nos piramos.

Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.

¡Hasta la próxima! Agur… 

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