Bueu – 03/12/2016
Nos reunimos en el recinto de festejos delante de la Iglesia
de Cela. Poco antes de las diez, comenzamos diecisiete pateantes y el de las
chanclas, que no sé si cuenta como senderista.
Comenzamos atravesando el pueblo
por una serie de cuestecitas asfaltadas, subiendo y bajando. En este lugar, es
casi imposible encontrar una carretera nivelada. Este desnivel favorece que
casi todas las casas gocen de una claridad y unas vistas de la ría, que no
interrumpen las viviendas de los vecinos.
Llegados a un punto, el guía nos
para para que disfrutemos de las maravillosas vistas de la ría. Mientras
estábamos parados intentando identificar todo lo que se podía divisar a lo
lejos, una congostreña imitó el sonido del burro. Dice que lo hace porque es
una “rebuznancia” que Bea vea las vistas.
Pocos vecinos se divisaban, y los
que se veían estaban a su bola, como tristes. ¿No sería porque les han puesto a
la entrada y salida un letrero que pone “A PENA” y lo llevan interiorizado?
Ascendemos por un descuidado
camino entre las lindes de los muros de
dos vecinos. Nos adentramos en zona alterna entre tierras de cultivo y bosque
de pinos, robles y otros. Al ver el primer camino embarrado, a la mayoría les
vino un congostreño a la cabeza. “a ver cómo te apañas, pensaban”. Se apañó sin
problemas. El camino continuaba por zonas de vegetación tupida, pero despejado.
Dicen que hay un grupo que lo utiliza para senderos de bici y lo tienen muy
cuidado.
Sobre las once, nos encontramos
una casa ecológica en medio de la nada, entre árboles, a pocos metros de una carretera poco
frecuentada, que atravesaba el bosque en dirección a Ermelo, creo. Después de
cruzar esta carretera, los ciclistas se olvidaron de nosotros. El camino ya no
estaba tan limpio. Subimos un sendero entre árboles, para luego bajar por una
zona a la que le habían cortado los árboles recientemente, dejándola hecha una
pena. Luego volvimos al bosque encantado, bueno, encantado estaba yo, de ver
esos caminos de toda la vida que cruzan todo el bosque sin desentonar con el
paisaje.
Llegados a un camino sobre las
once y media, el guía dio síntomas de estar buscando algo. Alguien le comentó
no sé qué, entonces el guía parece que se picó y nos condujo por entre la
maleza, lo que en Congostra conocemos como “el camino del jabalí”. No se va a
picar hombre, si va provocando, mira que salir al monte con pantalones cortos…
cualquier ortiga o tojo que se precie, tienen que hacer su trabajo. No sólo se
había picado él, algunos también sufrimos la ira de los tojos.
Este improvisado sendero sobre
hojas secas y helechos marchitos, nos llevó a un camino marcado como tal. El
vigilante del horario de comidas reclama que ya son horas, y la zona se
prestaba, así que allí mismo tomamos el plátano. No todo el mundo respeta la
tradición y sacan otras exquisiteces impropias de montañeros. No es de extrañar
que ni puedan protestar cuando se continúa la marcha, sólo pueden emitir
sonidos guturales como hmm, hmm, y des pues de tragar… ¿yaa? Daban las once y
media en el campanario más próximo, cuando levantamos el petate para continuar.
Media hora más tarde, estábamos cruzando el Río Bouzós y adentrándonos en un
bosque de robles casi deshojados para que finalmente llegásemos a Ermelo. Allí, visitamos la
iglesia. Un congostreño que colecciona sonidos de campanas, tiró de la cuerda
para quedarse con otro más para su colección. Visitamos la Cruz de Ermelo desde
aquí, pero dando un rodeo.
Subimos al monte de la Esculca en
busca de la cruz. Le llaman esculca porque les servía de punto de vigilancia. Al
ver desde lejos la cruz clavada en la piedra, lo primero que viene a la mente
es “Escalibur”, la espada legendaria del Rey Arturo. Aquí, los caminantes re
revolucionan y se mueven de un lado para otro. Alguien grita: ¡foto de grupo!
Dos fotógrafos improvisados ponen temporizador a las cámaras y corren para
situarse. A lo lejos llega corriendo un tardón que quería encajar en el grupo.
Hubo que repetir por si acaso.
Aprovechando la aglomeración, un
espontáneo nos cuenta que en un principio la cruz estaba destinada para albergar
una luz y hacer de faro y como justificación muestra unos surcos a cada lado
que se supone eran para pasar el cable. No sé cómo interpretarlo, pero esos
surcos los tienen las espadas cristianas para dar salida a la sangre y dar una
muerte rápida a cada embestida.
No tienen iniciativa, si lo que querían era dar luz, podrían
negociar con Fenosa y si eso falla, con
los paritorios, para que las embarazadas
fueran a dar a luz allí. Algo es algo.
Volvemos al bosque por zonas
libres de vegetación y alfombrado de hojas secas. Tuvimos que continuar por un
camino repleto de vegetación. El camino paralelo estaba más transitable. Lelo
no había venido, así que tomamos su camino el camino que nos llevó a un lugar
diseñado como merendero, con mesas y bancos de piedra. No eran horas, apenas la
una y media, así que allí se quedaron y seguimos por una pista claramente para
ciclistas. Estos caminitos nos llevan a la Cruz de Paralaia. Corría un viento
ya legendario en la zona. Las vistas, preciosas. Se toman fotos panorámicas y
de postureo. Ya eran casi las dos y no parecía haber mejor sitio en el camino
para zampar el bocata, así que nos repartimos por una enorme roca en pendiente, imitando las
gradas de un estadio o las butacas de un cine. Alguien dijo: ¡Aquí, en la fila
cuarta tienes una butaca libre! El lugar estaba situado hacia el sur, al abrigo
del viento.
Llevamos las botas otra vez al
camino. Volvemos a los mismos bosques pero por otro camino. Más tarde supimos
de la habilidad del guía para conseguir que en un bosque de poco más de un
Kilómetro en diagonal, consiguiera tenernos entretenidos andando casi veinte
kilómetros. Menuda empanada tenía el guía.
Al llegar al punto de salida nos
tomamos las cañas en el Restaurante Iglexario, allí el guía nos trae la
empanada de zamburiñas. La troceó en veinte cuadraditos de los que no quedaron
ni las migas. La camarera, se sintió aludida y también trae raciones de
empanada y tortilla. La tortilla, a pesar de no estar caliente, era mejor que
la del guía, pero la empanada, ni la sombra.
Cuando entramos en el bar, no se
oía ni el sonido de las moscas al volar. Es un bar de carácter íntimo,
silencioso y acogedor. Después de entrar nosotros, tampoco se oían las moscas,
ni la gente, ni la tele. Sólo se oían los gritos de reclamos de la cerveza y de
alabanza la empanada mientras se masticaba.
Después de los abrazos, besos y
despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su
olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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