CRÓNICA PATEADA 217



Corno do Bico - Paredes de Coura (Portugal) – 14/01/2017
Llegamos a Vascões sobre las nueve y media. El pueblo estaba recién ventilado y hacía algo de fresquito: dos grados bajo cero. La gente parecía contenta, no dejaba de aplaudir y patear el suelo. Eso o estaban exterminando una plaga de hormigas a pisotones.

Abrigados como osos polares, salimos en busca “do Corno do Bico”, a una altitud de 883 metros. Comenzamos por una carretera asfaltada poco transitada. Un congostreño veterano, decidió que tomaría el camino original, que consistía en subir un pequeño muro y atravesar una finca recién quemada y cubierta de escarcha. Los demás continuaron por el asfalto unos metros más hasta el cruce. Este desapego de grupo, sentaría precedente en toda la pateada.

Son innumerables los caminos posibles para llegar “o Corno do Bico” y creo que los recorrimos todos…

Existen en la zona una serie de miradores, de los que se puede observar un panorama amplio: o Cotão, la Laguna de Cima, el Gran macizo de la Sierra de Soajo y la Peneda, más abajo el valle de Lima. Las sierras del Gerês y Cabreira. Finalmente podemos ver la Sierra de Arga y a lo lejos, el mar.

La zona está repartida por “Trilhos do Sistema Solar” el primero que nos encontramos fue Urano. Detrás se encontraba con un tupido bosque de robles que fuimos atravesando por el sendero endurecido por las bajas temperaturas. Este camino nos llevó al refugio del guardabosques que permanecía cerrado. Se trata de una casita blanca que destaca en un claro entre los árboles. En la misma zona, había dos construcciones de piedra un poco perjudicadas. Una de ellas era un asador al que sólo le faltaba la mercancía para disfrutar de una merendola.

Lo más destacado estaba casi escondido: consiste de una estancia a las orillas del camino en forma de planta circular de unos dos metros de diámetro, como paredes, plantaron árboles a corta distancia, consiguiendo un túnel vertical de gran altura hacia el más allá. Alguien contó que había una creencia en el lugar sobre esta atípica construcción: Estaba destinada a aportar fertilidad a las mujeres que deseasen ser madres. También se extendía a cualquier otro deseo que se pidiese con devoción.

Desde la antigüedad se ha dicho que Dios es un círculo, cuyo centro está en todas partes, considerándolo como la figura geométrica perfecta. Así, el círculo siempre ha representado conceptos en torno a lo sagrado y lo divino. Se dice que del círculo han salido el compromiso manifestado en las alianzas matrimoniales.
El más experto y devoto del grupo, pidió que entrasen los que quisiesen experimentar las vivencias de aquellos tiempos en los que funcionaba esta particular fábrica de deseos.

Tenéis que arrimaros de espaldas a los árboles, dijo, y ver hacia arriba, con los ojos cerrados concentrándose en pedir el deseo, entrareis como en trance y el deseo se cumplirá. (Dada la edad de las participantes, no sería un deseo cumplido, sería un milagro).

Una voz en off comento: no olvidéis cerrar los ojos y abrir las piernas, sino lo de ser madres es más difícil. Se desatan unas risitas y el guía al ver la falta de fe, rompe el estado de trance y todos salen a tropel.

Seguimos sendero abajo sorteando cancillas en el camino para evitar que pasasen los animales. El sendero continuaba entre bosques de robles deshojados con sus troncos vestidos de verde musgo. El frío no nos dejaba, aunque nos compensaba el sol con algún rayo de vez en cuando. Estábamos pensando si Portugal estaría deshabitado, si los alienígenas se llevarían todo ser vivo para su estudio, cuando nos encontramos con una atónita vaca, que con desgana levantó la mirada. Seguro que se preguntaba: “¿Que farão estes bichos por aquí com o frio que faz hoje?”. Tendría que pensar en portugués porque es una vaca portuguesa, ¿no?
Para entablar confianza, un congostreño con el mismo gusto que los toros, se acercó y le ofreció frutos secos. La vaca en un principio estaba recelosa, pero pronto aceptó la comida. Desde lejos no se oía lo que hablaban, a juzgar por la cara de alegría del congostreño, se dieron el Facebook y quedaron.
La dirección era un mirador o el parque de meriendas. No conseguimos llegar a ninguno, ya eran las doce y algún roñoso reclamaba parada para el plátano, así que en cuanto encontramos una calva con sol, (sin vegetación, se entiende) nos asentamos, y a papar.

Los senderos estaban bien marcados con letreros que indicaban los distintos “trilhos” o caminos, pero ocurre como con las rotondas cuando vas en coche en una ciudad desconocida: tienen muchas salidas, pero ¿cómo sabes cuál es la buena? Muchos letreros decían “Corno do Bico”. Cuernos había pero los tenían puestos las vacas, y “bicos” sólo teníamos los morros de las mismas vacas…

El guía optó por tirar para abajo. Después de unos kilómetros, al llegar a un cruce, alguien dijo: ¡Cómo me suena este sitio!, fuimos a parar al mismo cruce del que ya habíamos partido, pero del cuerno, ni la sombra. Volvimos a intentarlo por el “Trilho dos Miradouros” con igual suerte. Hicimos una visita “O Lameiro das Cebolas”, un lugar explotado hace mucho tiempo para la creación de turba, un sucedáneo del carbón. Atravesamos un puente de madera y subimos por un cortafuegos hasta un mirador, digo que lo sería porque desde allí se miraban cosas, y también sería un “sentidor”, porque se sentía un aire frío de lo lindo. Bajamos por el sendero que parecía más probable durante unos metros. Nos topamos con que era un sendero de tractores para limpiar la maleza, pero no tenía salida. Nos faltaba uno que se había quedado a contribuir con la reforestación, plantando un pino. ¿Cómo sabemos dónde está? Preguntó alguien. Con este frío, si buscas dónde sale humo, allí estará. Y estaba.

Volvemos a subir lo bajado y cambiar la dirección hasta el puente de madera. Unos opinaban que habría que bajar por el caminito antes del puente, otros decían que por el de después, lo que provocó una división del grupo. Llegamos a una especie de lago. Ya calentaba el sol, así que esperamos a los desafortunados y continuamos camino. Pasados unos montículos de madera situados a los lados del camino, había un letrero que decía: “MIRADOIRO>”

Una plataforma de hierro galvanizado, nos dio una pista. Un letrero en esta plataforma nos confirmaba que era un mirador. Aquí mismo nos hicimos una foto de grupo con un peinado de pelo al viento.

Tras unos kilómetros volvimos a un cruce conocido, ¡cómo  me suena este cruce! Dijo una voz con tono de sorna, el camino que ya podría llamarse “pañuelo” dado que le sonaba a todo el mundo. Damos unos pasitos más, y sobre las dos, en una zona soleada, decidimos comer el bocata. El gran compañerismo hizo que el dueño de una lata de sardinas, las repartiese según el gusto fuese cabeza o colita. El frío agarrotaba la mente y contestaban risitas nerviosas al ofrecimiento.

Luego en un nuevo intento, nos topamos con un faro atómico. Estaba en un estado deplorable, no tenía ni un cristal entero. Entre el faro y el mirador, había un merendero que cruzamos pero ya no lo usamos. Antes de entrar en el mirador, encontramos unos escaladores portugueses que hacían prácticas en una roca. No sé si querían subirla o comérsela, insistían en echarse harina en las manos y pringar la roca subiendo. Nosotros pasamos al mirador e hicimos fotos. El frío viento nos larga rápido.

El caminito nos volvió a llevar al centro de fertilidad y a la casita del guardia forestal. Un congostreño reclamó el churrasco depositado en el horno pero se lo había comino el dios de la fertilidad. Puñetero.

Volvemos al sendero entre el bosque de robles. El suelo está totalmente alfombrado de hojas secas que ocultan el camino, así que los recorrimos todos. ¿Es por aquí? Preguntaba un congostreño adelantado. ¿Está pisado? Le contestan con otra pregunta. Si no lo está hay que ir por ahí.

Había congostreños adelantados, entre ellos una primeriza, que al decirle que había que retroceder la cuesta y cambiar el camino dice bajito: “si esta pateada es fácil, preferiría venir a una más difícil”.

Finalmente, tomamos el único camino que había sin pisar. Bajamos y bajamos pero el camino se perdía entre matojos y alambradas. De repente varios congostreños se vuelven guías y oteadores de caminos. ¡Por aquí parece que hay camino! Todos en tropel hacia allí. ¡Por ahí no, allí se ve camino! Dice otro, el tropel cambia de dirección… Así, se volvió a dividir el grupo. Dos atravesaron los campos de labradío y el resto volvieron al camino “pañuelo” que a todos les suena. Llegamos a los coches sobre las cinco.

Las cañas y los cafés, se tomaron en un bar de Paredes de Coura, creo. El camarero se vio abrumado cuando entramos todos en tropel. Había un espacio tipo reservado donde estaba una pobre clienta merendando, como se vio acorralada, que se vio obligada a tomarlo a todo trapo y abandonar la mesa. Algunos pidieron “cerveja preta sin alcohol” con un dominio del idioma que da cruzar la frontera a menudo. Dos congostreñas, que no frecuentan el país, también piden cerveza. El camarero pregunta: ¿preta?. No sé, la de siempre. Yo que sé si tienen que apretarla o no, yo la quiero de botella. Una vez retirado el camarero, preguntan, ¿qué es eso de preta?, negra, le contestan. ¡Ah! dice, yo creía que la apretaban para quitarle el alcohol…

Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…

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