9-10 y 11/06/2017 Peña Trevinca (Ourense)
Viernes día 9, la llegada:
Llegamos el viernes demasiado temprano. Supongo que en temporada baja,
el albergue lo utilizan familias de arácnidos que campan a sus anchas. Tuvimos
que iniciar un expediente de desahucio por el trámite de urgencia. Unas
dispuestas congostreñas y algún voluntario, desalojaron a las okupas y a todos
sus enseres.
El local tenía aspecto de nuevo e infrautilizado. Los pomos de las
puertas, debió colocarlos un gracioso. Cuando intentabas abrir una puerta desde
dentro, te quedabas con el pomo en la mano y la puerta riéndose de ti. Las
duchas estaban pensadas para desplumar a los pollos, no se conseguía bajar la
temperatura, solamente salía caliente, más caliente y muy caliente (al revés de
otros locales).
El albergue está estratégicamente situado para que no lo utilicen los
peregrinos. Unas congostreñas que venían desde Coruña, llegaron a las zona,
pero no localizaban el punto exacto. Menos mal que llamaron al congostreño más
responsable. Fueron necesarias unas pocas instrucciones precisas para que se
perdiesen del todo. El método más eficaz fue salir a buscarlas con un coche
para traerlas al redil.
La cena estaba apalabrada para que cada uno se zafase, y así fue,
¡cómo se zafa la gente! Parecía que tuviesen miedo a quedarse incomunicados por
una helada: que si tortillita, que si empanada, que si bica, que si empanada,
que si fiambre. Ni fi, ni hambre pasamos. (En
casa con una frutita o un yogur, ya ceno) ¿Qué pasa en el monte se
despierta la bestia tragona?
La dormida se organiza por géneros, el buen género para la derecha y
el resto a la izquierda. Las literas están distribuidas en dos alturas y
separadas entre ellas. Todas las de arriba tienen escalera menos una, que al final la encontramos oculta por los
trastos de otro.
¡Nadie roncó, pero algunos respiraron un poco fuerte!
Sábado día 10, Peña Trevinca, techo de Galicia.
Quedamos en despertarnos a las 7:00, así que sobre las 5 y poco ya
empezaron a montar bulla, parece que hay alguien al que le hormiguea el culo a
partir de las cinco y tiene que levantarse para rascarlo contra el muro de la
fachada, digo yo, eso o contó dos veces las campanadas.
El desayuno se toma en las mesas distribuidas en dos grupos de tres
para dar cabida a todos. Cada uno desayuna con la parsimonia que está
acostumbrado, incluso hay alguien que se trae su propia granja o huerto, no
sabría catalogarlo. Se trata de unos minúsculos seres blancos que viven en la
cuajada o leche pocha o queso líquido o algo así, se come con indiferencia y
sienta muy bien.
Después del madrugón, conseguimos llegar sobre las nueve, al refugio
de Fonte da Cova para recoger a otros congostreños que allí se alojaban.
Salimos en coche hasta las canteras, punto de salida. Dejamos los
coches en un lugar, donde no impidiese el paso a los descomunales camiones que
circulan por aquellas pistas. No era por estorbar, es que pasarían por encima
como si aplastasen cucarachas.
Cargados con las mochilas, cruzamos una zona de la cantera. Nos
cruzamos con un camión de ida y otro de vuelta. Los conductores, muy amables,
se apartaban lo más posible y esperaban para no llenarnos de la polvareda que
levantaban, aun así no nos libramos.
Por fin salimos de la cantera y nos encontramos con senderos medio
ocultos por carqueixa, luego tomamos ladera abajo, casi abriendo camino o
rediseñándolo. Alguien dijo que abría que marcarlo para futuras ocasiones y una
congostreña no lo pensó dos veces, plantó su culo en el suelo a modo de sello.
Fue repitiendo el sello cada vez que lo consideraba importante.
El grupo se detiene en una zona fresca con un buen chorro de agua para
esperar a los más lentos. Se aprovecha la zona para tomar el plátano.
Pasaban de las once cuando llegamos al único bosque de tejos que hay
en Galicia y uno de los mejor conservados de toda Europa, conocido por “O
Teixedal de Casaio”. Su buen estado, quizás se debe a que está en un lugar de
difícil acceso. Bosque relicto, es decir que queda como vestigio de
conservación de los únicos ejemplares que existen. La sensación que produce en
su interior, es que se está en un subterráneo dónde sólo hay raíces. El lugar
está sombrío y fresco, no crece nada más que los propios árboles. Los hay
centenarios e incluso dicen que entre dos pueden ser milenarios.
Si entrar en el bosque costó un poco, salir no fue un paseo. El
sendero se había mezclado con la naturaleza y seguimos la intuición del guía.
Éste nos lleva por una preciosa zona de suelo alfombrado con hierba larga hasta
un mar de retama (xestas) que crecía en cascada.
El guía abría camino como un niño jugando en el patio a que va buceando.
Con la mano izquierda apartaba las ramas y con la derecha también, introducía
su cuerpo y volvía a repetir los mismos movimientos una y otra vez. Los demás
lo seguían incondicionalmente. Los que portaban bastones, tenían que elegir, si
morder las ramas o sujetar el bastón. En una zona ya libre de ramas, pero con
rocas en vertical, el guía se para para ayudar a los más desfavorecidos por la
naturaleza. En un movimiento instintivo, se toca el bolsillo donde acostumbraba
a dejar las llaves. Un escalofrío recorre su cuerpo al tiempo que se toquetea
todos los demás bolsillos. Había perdido las llaves del coche y casa. Una de
las ramas, traicionera, le había rajado el bolsillo dejando libres a las llaves
para una excursión no autorizada.
Mientras no fraguaba una idea clara de cómo resolver el problema,
seguimos subiendo hasta un pequeño lago que esperaba mejores tiempos.
Refrescamos un poco los pies y como había mucho sol subimos la colina para
sentarnos en una modesta sombra que arrojaba una roca. Una vez incómodos,
sacamos los bocatas y dimos buena cuenta de ellos.
Con la tripa llena, se vuelve a pensar en la mejor solución a las
llaves extraviadas. Entre todas las ideas que se barajan, cobra más fuerza la
de ir a casa a recoger una copia. Así que un grupo de cansados y dos veteranos
regresan, mientras que el resto continúa a Trevinca.
Ahora, descabezados, fuimos dando bandazos tirando unos de otros según
la intuición y las marcas. Una congostreña reciente, pero veterana en la
montaña, toma altura para ir cresteando, pero el resto del grupo sigue otro
camino y ella decide bajar para ir todos juntos. Casualidad, el sendero tomado
bajaba al valle y volvía a subir hasta dónde estaba la veterana. ¡Qué putada! A
pesar de esas menudencias, una vez identificado el monte, fue fácil llegar; lo
difícil fue llegar con aire.
Como sabíamos que no nos creerían, nos retratamos todos los que
hicimos cumbre. Después de unas risitas y unas fotos, tomamos el camino de
regreso. El paisaje debía tener un encanto especial, dado que una congostreña
se empeñaba en quedarse para siempre. Una congostreña reciente, a la que no le
parecía buena idea, le dio la mano y tiró de ella hacia abajo para arrancarla
de allí.
Al llegar a los coches, los encontramos como el sueño de cualquier
soltero, irreconocibles de tanto polvo. Nos distribuimos entre los coches que
quedaban y dejamos el que no tenía llaves. Nos tomamos unas cañas en el refugio
Fonte da Cova, nos despedimos de los residentes y nos largamos hasta el
albergue, pero antes pasamos por El Barco a recoger las llaves, esta vez las
del albergue. Las tenían las que no se sentaron en la cumbre, pero sí frente a
una bebida fresquita. Dos congostreñas de muy al norte, se despidieron porque
no podían quedarse, al parecer tenían un evento en el muro de no sé quién.
La cena:
Los que fueron a buscar la llave que todo lo abre, llegarían tarde,
así que los pobres tenían que cenar la empanada que había sobrado y poco más. Al
resto del grupo, con cargo de conciencia, les apetecía comer algo fuerte,
después de tanto bocadillo: un cordero asado, entrecot, costillas a la brasa,
algo así. Nos pusimos bonitos y salimos al Barco a cenar.
Recorrimos todo el pueblo,
chiringuito por chiringuito, pero no apareció ni Valdeorras ni su barco. El
topónimo de Barco, podría surgir por la derivación de una palabra pre-latina,
que llamaban barc o barg a una concavidad, que es la configuración del terreno
donde se encuentra.
Estaban en fiestas locales y en cualquier parte que fueses parecía que
ya habían jugado a las sillas, ya sabéis, suena la música y la gente se mueve
alrededor de un grupo de sillas hasta que para la música, el más lento se queda
sin silla. Los que se habían quedado sin silla éramos nosotros. No había un
puñetero lugar donde sentarse doce cristianos a cenar.
Cada vez que preguntábamos en un bar ¿tendría mesa para doce?, abrían
tanto los ojos que pensábamos que querían verlos a todos de un vistazo, luego
respiraban y contestaban: noo, que va.
Un hábil congostreño, vio en la terraza, a un joven camarero que
dejaba de hablar con una clienta y se dirigía al interior del bar, lo
intercepta y le pregunta: ¿sabrías donde podemos cenar por aquí? El camarero lo
ve con indiferencia y le responde: aquí, mientras señala con el dedo hacia el
local (el congostreño pensaba que intentaba favorecer su negocio). Ya, le
comenta, ¿pero servís cenas o solamente tapas? Ya con aire de incredulidad, el
chico responde: y a mí que me cuenta, pregunte a un camarero, que yo voy al
baño.
Queríamos cenar fuerte, y lo más fuerte que conseguimos fue la salsa
picante de una de las tres pizzas que tomamos.
Encontramos una terraza con el espacio suficiente para alojarnos
todos. Preguntamos a un camarero (identificado
por llevar bandeja), si podíamos sentarnos y nos serviría. El camarero, muy
amable y profesional nos contesta que sí. El negocio consistía en dos locales,
una pizzería y un bar de tapas que compartía los clientes. Las cañas nos las
trajo y nos indicó que las pizzas habría que ir a pedirlas al otro local. Más
tarde nos trae una tapa de jamón para cada uno.
Enviamos a un congostreño familiarizado con las pizzerías. El sistema
de pedido imitaba al de la ITV de los coches; se hace el pedido al que le
asignan un código, y ese código a un dispositivo que debes llevar a la mesa y
esperar a que suene, cuando estén listas te envían una señal al dispositivo que
emitirá un pitido. ¡Ya está listo el pedido! significaría. Por si te sientas
muy lejos y no te llega la señal, te cobran por adelantado, como la ITV.
Pasaba un buen rato y comenzábamos a desesperarnos. Una pizzera
husmeaba por entre las mesas en busca de algo. Después de otear todas las
mesas, ve a nuestro congostreño del pedido y le comenta que ya estaban listas
las pizzas. ¡Joder qué sistema de llamada! ¡Quizás habría que darle una vuelta
más y perfeccionarlo un poco! ¿No? La pizzera se deshace en explicaciones: es
que perdimos el código y no sabíamos a quién llamar, perdón.
Domingo día 11 jabalí con castañas.
No se madruga tanto esta vez, desayunamos y recogemos todo, dejándolo
todo preparado para los arácnidos. Llegamos al punto de la ruta sobre nueve y
media. Lo primero que llamaba nuestra atención, era la cantidad de cerezas que
colgaban de los arboles sin que nadie las recogiese. Eran de todas las clases:
pequeñas y amargas, grandes y rojas, negras, e incluso amarillas. Cada una con
su particularidad, pero todas riquísimas. Incluso cortaron una rama a un cerezo
del camino y lo dejaron tirado y cargado de fruta.
Cruzamos el pueblo para llegar a un sendero que transcurre entre un
bosque de encinas. Tanto por “encina” como por debajo, se ve lo mismo, un
sendero polvoriento con gran luminosidad y un sol radiante, radiante y
bochornoso, que nos dirige a un mirador. Lo más destacable era un joven cerezo
con cuatro cerezas preparadas para el consumo. ¡Ah! También se veía un valle y
unas casitas a lo lejos.
Al regreso, hicimos lo que pudimos para aliviar de carga a los
afligidos cerezos, luego nos refrescamos un poco y nos dirigimos a Salcedo, a
la Cantina de Julia, lugar donde nos tomaríamos pitu (pollo) con patatas y
jabalí con castañas.
Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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