CRÓNICA PATEADA 230

Cotobade (Pontevedra) 30/09/2017

Nos encontramos los veintisiete pateantes, en las inmediaciones del Bar os Muiños, en las orillas del Río Almofrei, justo enfrente al molino “Daquela banda”. Salimos a las diez en “point” cruzando el puente y siguiente la orilla izquierda del río hasta cuatro casinas, no más, de un lugar llamado “O Facho”, de ahí tomamos un poco de monte hasta “O Quinteiro de Abanixo”.
Las calles del pueblo no tenían aceras, en su lugar había una inmensa mata de plantas floridas que alegran el espíritu de los caminantes y de las abejas. No solamente las calles padecían esta colonización, sino que las fachadas y jardines de algunas casas también estaban infectadas. Este chorro de florido paisaje y una carretera asfaltada, nos lleva a la Iglesia de San Martiño de Rebordelo, que como en todas las aldeas gallegas, custodiaba el campo santo.
Atravesamos el patio donde había un cruceiro y una mesa para dispensar los últimos sacramentos a cada nuevo inquilino del campo santo. Nos recibe un rabioso perro desde el muro de una casa, que con toda la energía que podía, hacía desviar la atención de casi todos del castaño que había enfrente.
Una vez libres de las reprimendas del desaforado cánido, nos reciben dos encantadores animalitos de cuya raza no puedo acordarme, el mayor creo que se llamaba platero, el pequeño de color blanco y manchas marrones y negras, perecía de peluche. Se acercaron algunos curiosos para fotografiarlos. El mayor estaba amarrado a una larga cuerda y esquivaba los flashes, mientras que el pequeño, se sabía bonito y hacía poses como cualquier adolescente, para el “feisbu”.

De repente, sim previo aviso, los que veníamos en los grupos de retaguardia, vemos con los más adelantados nos muestran los culos agachándose para hacerlo notar. ¡Sí, sí, así de asombrados también quedamos nosotros!  ¿Se trataría de un ejercicio gimnástico? ¿O quizás de emular a los avestruces cuando están comiendo? Los erizos tenían la culpa, comenzaban a abrirse y dejar a merced de cualquiera los frutos preciados. Estaban recogiendo castañas y les remordía la conciencia dejarlas atrás.

En el Piñeiral de San Brais, había una ermita del mismo santo. Nos cuentan que antaño, era una franquicia de e-Darling, donde se reunían las mozas casaderas para pedir marido. Había que dar tantas vueltas de rodillas a la ermita, según la premura del deseo. Contaba el número de vueltas, no su circunferencia. Una moza del pueblo, llamada Rita,  se había pasado y le tocó el cantinero, con una circunferencia de panza que era más fácil saltarlo que rodearlo. Eso sí, daba unos inviernos muy calentitos. Es lo que pasa por no exigir una foto del perfil y hacerles un casting antes. Pero por entonces se decía: Rita, Rita, lo que se da,… es la tripa, o algo así.
Volvemos a Rebordelo, pero no entramos, seguimos por el camino viejo hasta la carretera. Subimos por una zona donde primaba la comodidad, a juzgar por los sofás y colchones que había amontonados, los somieres ya los habrían reciclados en cancillas para los prados.
Este reconfortante camino, nos lleva a unas ruínas en Sabugueiro. Aún había algunas piedras unidas que conformaban un habitáculo, allí había una pila de piedra. A falta de más información, se elucubran teorías: Se trata de una casa pudiente dónde tendrían animales en esas cuadras; que va, serían nobles y ahí vivirían los criados. ¡Qué equivocados!, era una secta, y la pila la utilizaban para lavarles los cerebros.

Salimos pitando hacia “o foxo do lobo” por un camino repleto de hojas y muros de pequeñas piedras recubiertas de musgo. Pasamos por lo que antes fue una fuente de Arufe, ahora queda una piedra seca. También encontramos casa, que a pesar de lo antigua que parecía, mantenía la estructura en pie. Tenía un hórreo muy bien cuidado, aunque se pasaron un poco con la vegetación, para poder apreciarlo en toda su extensión, había que apartar los helechos y hierbas altas.

¡Cómo se le fue la mano a Puigdemont! ¡No fuimos a encontrar en medio del monte una urna de cristal! Con un libro, un lápiz  y papeletas. Ante la incertidumbre de todos, delante de la urna, es donde se come el plátano.
No sé qué quedaba más lejos, si el lobo o el foxo. Pasamos entre O Batan y O Beseiro, seguimos carretera, camino y sendero entre rio y campo, hasta que cruzamos encontrando una poza donde algunos  se tomaron un refrescante baño. Los más cuerdos siguieron camino hasta O Val, una zona alta donde aprovechamos para zamparnos el bocata en un lugar llamado Outeiro, era un recinto de festejos con mesas de merendero que no llegaban para todos. Acomodados entre las mesas, los muros y los bancos al sol de la Casa del Pueblo construida en 1933, dimos buena cuenta de las provisiones.

Media hora más tarde estábamos en el techo de la iglesia. Concretamente en el de la iglesia de San Gregorio de Corredoira. Se da la casualidad de que en un lateral de la iglesia, hay unas escaleras que dan paso a las campanas. Un congostreño, sin subir, dio el campanazo.

Cuando todos creíamos que era un bulo, nos fuimos adentrando en unos muros construidos en forma de “Y” donde la patita más estrecha contiene una sorpresa para los lobos. Curiosamente la gente se arremolinó sobre las paredes del foxo y comentaban y descomentaban, cómo si sintiesen la presencia de los espíritus de los lobos. Un congostreño veterano propuso un minuto de silencio por los caídos. Pasados cincuenta segundos, algunas se estaban poniendo azules, cómo si les faltase el oxígeno. Pasamos allí un buen rato hasta que se decide hacer una foto de grupo, como si fuésemos los liberadores de lobos del pueblo, o los que lloran su ausencia, algo sería.

Cuando íbamos por el monte que nos lleva a Doade, nos encontramos con un cazador, que nos indica por dónde estaban haciendo una batida de jabalís. Seguimos fuera de su radio de acción, y cuando estábamos andando tranquilos, se oye un fuerte grito y tres congostreñas salen del camino a saltos. ¡Un jabalí, grita alguien! ¡Qué susto se llevó una inofensiva culebrilla de apenas veinte centímetros, que dormitaba al sol y vio interrumpido su descanso por un grito.

Sobre las cinco y media estábamos en “A Braña”, luego en Carballedo, volvemos al margen del río pasando por la playa fluvial y visitando el Molino de los Milagros.

Con los gemelos cargados de tensión y las mochilas de castañas, llegamos al final sobre las seis de la tarde.

El bodegón Dios, en Barro, nos estaba esperando para reconfortarnos el alma y el estómago. La taza de barro con paella y la tortilla del bar, estaba de rechupete. La empanada de manzana no. No era del bar, pero también estaba rica.
Todo muy rico.
Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,

¡Hasta la próxima! Agur…

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