CRÓNICA PATEADA 233




Caurel (Lugo) 01-02-03/12/2017

Reencuentro: viernes día 1.

Llegamos al albergue en un par de horas. Nos encontramos con algunos madrugadores. El albergue tiene un aspecto híbrido entre albergue de montaña y colegio mayor. La estancia es agradable.

El reparto de literas se realiza según la confianza o el género. Los que no gozaban de ninguno de estos privilegios, se unían al grupo mixto. En este último, había un reciente congostreño que manifestaba tímidamente que podría molestar con sus ronquidos. ¡Cómo se nota que es nuevo, no sabía cómo se las gastan en Congostra!

La cena era libre, pero casi todos terminamos en el Chapacuña3 tomando las cervezas, agua de sopa y lo que añadió cada uno. Nos fuimos a dormir rapidito para estar frescos para el día siguiente. No hacía falta dormir para estar fresco, al levantarse, los -0,5ºC ya te ponían fresco.

O Mazo-Montouto: sábado día 2.
Sonó el quiquiriquí sobre las ocho menos cuarto. El desayuno se había pactado a las ocho, en el Chapacuña3, pero algunos madrugadores estaban a las puertas diez minutos antes. Como el bar no daba señales de vida, se fueron a la pastelería que abría antes. Volvieron a tomarse otro al abrir, para no perderse el compadreo.

Salimos de “O Mazo”, sobre las nueve y media atravesando el pueblo de tejados de pizarra. Pronto tomamos sendero para abrirnos camino entre el gélido frío a orillas del Río Soldón. Seguíamos la “Ruta da Devesa do Cervo”. El bosque estaba ya marchito, las hojas ya pasaban más tiempo en el suelo del que estuvieron en las ramas. El camino era continuado y sin complicaciones.

En la cascada del río, nos tomamos un descanso y el plátano. Hacía frío y el cuerpo pedía marcha y nos marchamos pronto. Llevamos subiendo algún tiempo y hacíamos paraditas para refrigerar despojándonos de la capa sobrante. A poco más de las doce, pudimos levantar la mirada para contemplar a lo lejos el Montouto, final del sufrimiento. Pero aún quedaba un poco. Era el momento de “crestear” subiendo. Cada pequeño remonte, era toda una conquista. Algunas subidas costaban más de lo deseado, había caído un poquito de nieve y al pisar se resbalaba, pero era subir o pasar frío, así que todos arriba.

Poco antes de la una y media, hacemos cumbre, esto quiere decir que llegamos arriba del todo del Montouto (1.541m). Aunque nos acompañaba Lorenzo, no era una estancia agradable, corría un viento “jodón” que con las bajas temperaturas, invitaban a salir pitando.

La bajada se hace más interesante. La mayoría bajaba agachado como si tuviese dolor de barriga, algunas consideraban que el camino estaba hecho un desastre y lo iban limpiando arrastrando el culo. El efecto contagio hacía que algunas imitasen a otras, ¡qué demonios, si ella puede, yo también!, pensarían.

A pesar de que nadie se había quejado, sobre las dos, en una ladera cara al sol comimos el bocadillo. Buscamos un sitito con la menor humedad para sentarnos y nos tomamos el merecido descanso.

La bajada se realiza cresteando hasta un sendero pedregoso y desde allí hasta los coches. Una vez en Quiroga, algunos se van directos a la ducha, otros con mochilas al hombro, se dirigen a la cafetería Felix a tomarse la cañita que simboliza la celebración del final.

Durante el recorrido desde los coches a la cafetería, un congostreño aprovecha la presencia de una papelera, para deshacerse de una lata de cerveza y un pañuelo usado, muy usado. El pañuelo sobresalía del agujero de la lata, dándole un aspecto de “coctel molotov”. Fue casi un acto reflejo: ver la papelera y depositar la lata, un acto limpio y sin fisuras, pero llegado a la cafetería, y despojarse de la mochila, la lata seguía estando allí, por lo que exclama: “¡Entón que tirei!” y con la lata en la mano, corre a la papelera, mientras va reconstruyendo mentalmente todos los movimientos anteriores. No encuentra explicación. Al llegar a la papelera, revisa todo su contenido sin encontrar nada conocido que pudiera sustituir a la lata. ¿Qué podría haber tirado en su lugar? Al no encontrar explicación, vuelve a tirar la misma lata, pero esta vez despacito y concienciándose de que la tiraba. Y ordenando bajito a la lata: ¡quédate ahí, coño! Y mientras se alejaba veía para atrás por si lo seguía. Al regresar al bar, entre risas se lo cuentan. La explicación era más sencilla: un gracioso que iba detrás, cogió la lata de la papelera y volvió a meterla en el bolsillo de la mochila.

La cena nos esperaba en el Chapacuña3, a las nueve. Cómo la puntualidad es una norma del bar, nos acercamos hora y media antes para jugar unas partidas a las cartas y tomar unas cañas. Jugamos al tute cabrón y casi siempre gana el mismo. Conclusión que no quiero desvelar.

Nos sirvieron entremeses de tortilla fría y salada, “concretas” calientes y revuelto de una verdura verde que podrían ser espinacas, caliente y rico; también había caldo que contenía verdura, patatas y algún anillo de chorizo flotando bajo la verdura. El segundo era jamón cocido muy jugoso y apetecible, acompañado con patatas. Todo muy rico.

Durante la sobremesa, entre el postre y el café, una congostreña a la que no le quedaba ya licor café, comentaba con la que tenía enfrente, lo gracioso que resultan algunos chistes cuando te encuentras un punto. Entre los más significativos están:
-          Una madre pregunta a su hijo: ¿cariño que quieres desayunar? ¡Colacao, mecajoendios! Contesta el niño.
-          La madre se lo cuenta a su marido y éste decide darle el desayuno al día siguiente, para reparar esos malos modos…
-          A ver niño, ¿Qué quieres desayunar? pregunta el padre, ¡Colacao, mecajoendios! Contesta el niño. El padre le da dos tortas mientras le dice: ¡Que sea la última vez que contestas eso!, y el niño asiente.
-          El padre cuenta a la madre que el tema ya está arreglado, así que al día siguiente, la madre vuelve a preguntar al niño: ¿cariño que quieres desayunar? ¡Colacao NO, mecajoendios! Contesta el niño.
Los comensales que lo habían pillado se reían mientras querían meter su propio chiste.
Entre dos cazadores se establece este dialogo:
-          ¡Véndoche un can!
-          ¿E que fajo con un can vendado?

Unos se acostaron pronto mientras que otros fueron a tomar unos chupitos por el pueblo. En una habitación cualquiera ocurrió un evento: Un congostreño reciente, preocupado por no molestar con sus ronquidos, les comenta a los otros dos compañeros en un tono casi avergonzado: tengo que comentaros algo… El congostreño más cercano se pone en guardia para recibir la noticia. A lo mejor, no os dejo dormir, les dice, porque que yo he bebido un poco y cuando bebo, se me levanta. El congostreño que esperaba la noticia, no se imaginaba esa noticia. Con los ojos totalmente abiertos y el culo apretado, le pregunta: ¿Qué? Mientras el tercer congostreño más veterano hace esfuerzos por no atragantarse de la risa. El avergonzado, atónito por la risa del tercero, vuelve a repetir la frase, sin entender por qué se ríe. Le vuelven a hacer la pregunta pero sin casi querer saber la respuesta: ¿Qué se te levanta?, pues el ronquido, contesta, ¿qué va a ser? El tercer congosteño ya explota a carcajadas. Creí que querías proponerme matrimonio, dice el segundo congostreño, joder que susto me has dado. Una tímida sonrisa se esboza en la cara del que se le levanta.

Es lo que tiene la riqueza de culturas, unos emplean los verbos con un significado y otros le dan otro. (Dile a un taxista argentino que lo quieres coger).

Seara-Lagoa Lucensa: domingo día 3.
Nos levantamos con el quiquiriqui a la misma hora del sábado. El desayuno esta vez es más informal y en la cafetería Felix. Nos piramos a la parroquia de la Seara para dar la salida. Dejamos los coches en la carretera de Vieiros y comenzamos la ascensión.

La primera parada es en la catarata de Fondo de Petoda, allí se hacen fotos con el chorro de agua a las espaldas. Media hora más tarde nos encontramos en el centro de la laguna Lucenza. Estaba cubierta con una capa de nieve, pero sin una gota de agua. Una congostreña amontonó un poco de nieve, lo decoró con un gorrito verde, se parecía a un muñeco de nieve o a un gnomo. Haciendo piña, nos colocamos para la foto de grupo con la cabeza en el centro. Había un perrito empeñado en tumbarse justo en las narices del Noel improvisado. Costó pero conseguimos la foto.

La nieve nos alfombró todo el camino y el sol calentaba a ratos. Mirases donde mirases la imagen era de postal, todo recién nevado. Llegamos a Devesa da Rogueira, estaba tan blanco como el lago, los carteles indicadores tenían cristales formados con el frio y la nieve. Es el efecto “cencellada”, se da cuando la niebla húmeda es empujada por la brisa y choca contra una superficie sólida a bajas temperaturas formando plumas y agujas de hielo. Toda la devesa sufría este efecto en cada hierba o matojo.

Cruzamos un bosque arbolado decorado de blanco para ponerlo acorde con las fiestas. Nos llevó este camino, hasta “a Fonte do Cervo”, manantial que de una misma roca brota en dos hileras, de aguas ferruginosas y aguas calcáreas, muy útiles para estimular el apetito. 

El siguiente punto es el Formigueiro, todos menos cuatro conseguimos llegar. Se estaba bien, calentaba el sol y no hacía aire. Como aún era temprano para comer, decidimos crestear hasta el camino y reencontrarnos con los prófugos. Durante la bajada, un desperdigado toma un atajo, pero como no hay atajo sin carajo, tuvo que volver sobre sus pasos y correr para alcanzar al grupo. Sobre las dos, en pleno camino, en una ladera soleada, nos recreamos con la vista y saciamos el estómago.

Seguimos bajando por un sendero recién descongelado y el suelo era un firme deslizante. Este sendero nos llevaría  justo al grupo de casitas que componen Vieiros. Al atravesar la carretera asfaltada y adentrarse en Vieiros, el de los atajos, retrocede unos metros para cerciorarse de que no queda nadie atrás, y cuando entra en el pueblecito había dos posibilidades para ir a “Fervenza de Vieiros”. Cómo no es asiduo de las apuestas, erró en la elección, yendo y viniendo por todos los caminitos del pueblo, para luego intentarlo por el correcto, pero ya con mucha desventaja. Iba berreando con su ya conocido grito de pastor, pero no había contestación. Del otro lado, también hacían lo propio, pero no había cobertura. El grupo, una vez llegados a los coches, toman uno y retroceden por la carretera. A unos pocos metros ven a un senderista que se tapaba los ojos para no ser deslumbrado y jugando con un bastón como si fuese una hélice o imitando a una vedette. Por otra parte, el aventurero veía unas luces que se acercaban, y con su suerte, pensaba que era un ovni y que venían a abducirle. (Le consolaría si por lo menos fuese una marciana negra y una rubia). No fue así, salieron del coche unos ogros roñosos que le echaron la bronca.  Este percance acortaba el tiempo de las cañitas, por lo tanto una vez en Quiroga,  uno para el albergue para cambiarse y otros para casita…

Esta vez sin abrazos, besos ni despedidas…

Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,

¡Hasta la próxima! Agur…

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