CRÓNICA PATEADA 234

30/12/2017 Santa María de Xeve (Pontevedra)

Nos encontramos en el recinto de festejos de Xeve, punto estratégico entre la iglesia y el bar de tapas La Gruta. Para este día juntamos veintitrés voluntari@s. Aparcieron algunos que no sabíamos de ellos desde hacía tiempo, mucho tiempo.

El encuentro fue grato,  todos estaban perezosos para salir, no encontraban el momento de finalizar la charla. Serían casi las diez cuando se hace el primer intento, unos comienzan a caminar mientras otros rematan la historia para ponerse al día.

Salimos del recinto por la parte de atrás del palco, por una estrecha carretera asfaltada. Pronto tomamos contacto con la naturaleza, pisamos caminos de tierra con años de historia. Apenas habíamos caminado media hora, cuando se hace una parada. ¿Qué comemos aquí? Pregunta alguien, no, van a comprar pan, le responde otro alguien. Después de un buen rato, seguimos bajando por otra carretera asfaltada que da paso a casas unifamiliares y a fincas de labradío, caminamos durante un buen rato hasta el campo de tiro de Cernadiñas Novas, allí conectamos con la carretera general donde nos esperaba un ciclista para dejarnos pasar hacia el río. No se sentía seguro y prefería que fuésemos nosotros delante. Esa era la primera impresión, sin embargo al poco rato pide paso para adelantarnos titubeando por el estrecho camino.

Descendemos de la carretera hasta las orillas del Lerez y contemplamos los frutos de las últimas lluvias, el río estaba a rebosar, de hecho rebosaba por las reclusas que había para contener y redirigir las aguas. Continuamos por sus orillas hasta una pequeña playita fluvial, ¿esta es la playa de Samil? Preguntó alguien haciéndose el gracioso. Sí, le contestan, y ahora vamos a bañarnos. ¡Y lo hicieron! Dos congostreños, ya con antecedentes de disputarle a una rana su charquito, aprovechan cualquier ocasión para refrescarse. ¡Ya hay que tener ganas!

El resto del grupo continúa por las orillas hasta un puente de madera en forma de arco. En este bucólico entorno, nos tomamos el plátano. Dio tiempo para hacerse fotos de unos pequeños rápidos del río. No era tan rápido el ciclista, que llegó más tarde con cara de cansado. ¿Qué, le trajo Papa Noel la bici y la está disfrutando? Le pregunta alguien. No, esta ya es vieja y pesada, a ver si consigo otra nueva y más ligera, contesta. Una congostreña desconfiada, comenta bajito: ¿a qué se está refiriendo? Porque aquí no va a conseguir nada de eso, no veo ninguna nueva, y menos ligera, y tampoco veo bicis.

Volvemos por el mismo sendero y cruzamos el río por otro puente de madera. Iba en el grupo un congostreño reciente que cruzaba con decisión, se resbala en la madera mojada y …zas, hostia terrible en el culo. Cuando consigue levantarse comenta a los de atrás que se aguantaban la risa: “tenes cuidado que aquí se resbala” mientras señala el suelo húmedo del puente con una gráfica marcada con los zapatos.

Poco antes de la una y media, cruzamos la carretera general, en plena curva, para adentrarnos en un bar y tomar el bocadillo. Era temprano, pero no encontraríamos mejor oportunidad para tomar el bocata sentados agarrados a una cerveza.
El bar disponía de dos mesas grandes y alguna más en el arcén de la carretera. Era un poco incómodo para tanta gente, pero nada que ver, si querías ir al baño.

Disponía de un habitáculo en el exterior, decorado tipo retro y minimalista. La puerta era de lo más familiar, no necesitaba cierre, estaba dotada de una cristalera, traslúcida, por supuesto que hacía intuir si estaba ocupado o no, pero si querías asegurarte, podías atisbar: justo a la altura de la vista, habían retirado el cristal para tal menester.

Un congostreño, avezado en las nuevas tecnologías, no tuvo problemas para encontrar el hueco donde depositar la cerveza procesada. Una vez terminado, y tras las últimas sacudidas, buscó con ahínco un botón donde pulsar, un láser que al pasar las manos se activase, o una sonda de reconocimiento de voz o movimiento, una dirección de dónde poder descargar una App, pero no tuvo suerte. Usó su Smartphone para ver si encontraba un tutorial que le sacase del atolladero, pero no había cobertura, era incómodo sentarse y sacar el móvil por el hueco de la puerta para lograr unas rayitas, (de cobertura, eh), para colmo, había cola para el baño y los de fuera pensarían que se estaba haciendo un selfi. ¡Qué apuros!

Durante la búsqueda, intentó ver dentro de una cajita blanca que había colgada como si fuese un cuadro de pésimo gusto, pero como no llegaba, se agarró a una cadena usada para impulsarse y… el susto de una pequeña catarata interior lo desplaza de espaldas sobre la puerta clavándose el pomo. ¡Joder, por poco me deslomo! ¡Puñetero modernismo! Después de un buen rato, sale con la cabeza bien alta, no mucho, por si tropieza en el techo del garaje. La del siguiente turno, se lo queda mirando, seguramente preguntándose: ¿Qué haría tanto tiempo y haciendo tanto ruido? ¿Le atacaría un jabalí? ¡Sí, sí, es muy fácil prejuzgar…!

Volvemos al río llegando a un puente, donde se hacía mención a una refriega con los franceses en 1809 donde destaca la frase “Españoles: dedicaos todos a imitar a los inimitables gallegos”. No es por desmerecer los logros, pero si son inimitables, no perdemos el tiempo y seguimos con nuestro rollo.

En medio del sendero, justo a orillas del río, nos plantaron, literalmente, unos kiwis, sin dejar paso para los caminantes, obligándonos a dar un rodeo por un bosque deshojado.

Cruzamos un puente creado con cableado resistente y una pasarela de tablas de madera. Oscilaba tanto lateral como verticalmente. Es esta elasticidad lo que lo hace resistir, pero no da esa sensación cuando estás sobre el río. Cada caminante se hacía sus cabriolas de postureo para salir en la foto.

Después de muchas fotos, volvemos al camino. Recorremos el margen del río varias horas hasta la capilla de San Roque. Aquí algunos se tomaron un descanso y se quitaron las chinas de las botas, luego continuamos caminando por la carretera hasta un camino que transcurre por monte y zona de campos, llegando a los coches sobre las seis menos cuarto.

Nos dedicamos al estiramiento y aseo del calzado para estar bien para las cañas. Estratégicamente situada, la tapería La Gruta, nos ofrece una mesa tipo edad media dónde casi no cabemos. Nos sirven las cervezas mientras prepara el trío de jamón asado, calamares y oreja. Todo muy rico. Según un congostreño inconformista, la oreja estaba muy salada, o al menos eso decía entre pincho y pincho,  casi sin  tomar aire para hablar.

Después de los abrazos, besos y despedidas de año y deseos para el próximo… cada mochuelo a su olivo,

¡Hasta la próxima! Agur…

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