CRÓNICA PATEADA 237



17/02/2018 Toén (Ourense)

Quedamos en la entrada a Toén, cosa nada fácil. Alguna incluso reventó una rueda en la carretera para justificar que llegaba tarde. ¡Qué susto para nada!

Cuando pudimos arrancar, los dieciocho agraciados, faltaban diez minutos para las diez. La que tuvo menos suerte, se añadiría cuando consiguiese arreglar la rueda.

La primera sorpresa la encontramos en plena carretera, justo en el Kilómetro cero de la comarcal OU-0215. Si te ponías en la vertical de la señal y dabas un paso a la izquierda andarías, eso, un paso; pero si lo hicieses hacia la derecha, tendrías andado diez kilómetros de la comarcal OU-0519. Hay fotos que lo confirman.

Comenzamos en lo alto de Toén, en una entrada estrecha de la calle Vilar. Un letrero indicaba: “Roteiro Os Castros”. El camino transcurría entre zonas sombrías plagadas de árboles desojados, que habían cedido sus hojas al camino. Este hecho debía facilitar el crecimiento de algún tubérculo que aprovechaban los jabalíes. Todo el camino estaba removido por estos animales buscando sustento.

En una hora nos pusimos en Trellerma. Allí nos encontramos con dos adorables ancianitas deseosas de saber. Aunque seguramente serían madre e hija, lo cierto es que parecían de la misma edad. Lucían unos trajes típicos acorde con el entorno. La conversación mantenida con algunos de los miembros más parlanchines del grupo, les alegró el día.

Dejamos por un rato a las ancianitas y subimos unos metros para contemplar la Ermita de San Antonio. Conjunto de piedras amontonadas al estilo románico. Lo verdaderamente interesante estaba unos metros más arriba: un gran merendero cubierto de tejado sobre estructura de madera y mesas de piedra. En esos momentos gozaban de la presencia del sol, lo que las hacía más atractivas. Para disfrutar de tal belleza le dimos uso. Sacamos de plátano y a zampar, así le dábamos tiempo a la rezagada para alcanzarnos.

Volvemos al camino hasta un cruce dónde se da la posibilidad de atajar, pero el grupo se sentiría ofendido si tomases tal atajo. Seguimos hacia Trelle, pero no paramos a contemplar su majestuosa iglesia, lo que sí contemplamos fue una curiosa estancia de verano. El camino transcurría por una especie de túnel bajo una casa, y los moradores de ésta acumulaban un sofá de interior y unos cuadros al óleo entre aperos de labranza. En el marco de la puerta de la bodega había un letrero que decía: “Sala de estar fora”. Lo cruzamos y continuamos por senderos entre árboles hasta Moreiras.

A la salida del sendero, justo antes de entrar en Moreiras, había un percherón muy amigable que hacía las veces de portero. ¡Ah! un percherón no es una percha grande, más bien es una raza de caballo que se caracteriza por su tamaño y fortaleza física que se solía utilizar para el tiro de carros.

Al despedir al percherón, llegamos a asfalto, justamente a la calle Eladio Sabucedo. No era una calle cualquiera, ya que aquí había una panadería que sacó del hambre a los que no tenían pan, estaba también el Bar Venecia donde un agradable camarero habilitaría la zona del gallinero para que entrásemos todos. Nos desplegamos alrededor de tres mesas, los diecinueve famélicos. Sacamos nuestros bocatas y combatimos el hambre. El camarero, siempre muy agradable, bajaba y subía realizando un trasiego de cervezas y otros licores.

Cuando salimos del bar, dejamos el lugar un poco mejor del que lo dejarían las gallinas su granero después de comer. Tierra de las botas, restos de frutos secos, migas y alguna servilleta. Es el espíritu de la montaña. El camarero nos despide con una sonrisa, el pobre aún no había revisado el gallinero.

Subimos por la calle justo a la derecha del Venecia, esta carreterita, nos lleva a visitar la iglesia de San Pedro de Moreiras (de dónde iba a ser si no). Al tal San pedro, lo tenían rodeado de tumbas. Por el suelo y arrimados a las paredes, como si se una alacena se tratase. Cuando estábamos concentrados en el recogimiento que inspira este lugar, suena un campanazo que despierta y asusta a los recogidos. Suena un nombre  alargando su pronunciación recreándose en las vocales. El aludido se hace el ofendido. A pocos minutos y cuando ya estaban todos fuera, vuelve a sonar la campana, aunque en otro tono. Momento que aprovecha el antes aludido para reafirmar su inocencia en lo de las campanadas.

Volvemos al duro camino removido por jabalíes. En apenas una hora, estábamos en el kilómetro seis de la comarcal OU-0519, esto quiere decir que estábamos cerquita de los coches. Si a la salida con un paso estábamos en el kilómetro diez de esta misma carretera, ahora pocos pasos tendríamos que dar para llegar. Ya, esto sería su fuésemos por la carretera, pero como fuimos por el monte… llegamos a Mugares, localidad rodeada de canteras de granito.

Caminamos entre dos canteras, rodeamos la más grande, la llamada Granitos del Val, para visitar la parte más alta donde había un mirador llamado: Mirador Cima da Granxa, pero para ver pollos, no me acerqué mucho. Luego encontramos unos enormes pedruscos dispuestos de tal manera que dejaba huecos que podrían acoger a algún ser en caso de chaparrón, como estaban en la parte alta de la granja y eran unos considerables pedruscos, hicieron un esfuerzo de originalidad y los llamaron “Penedos Cima da Granxa” Luego, el protagonista, un particular pedrusco con poca personalidad, porque lo llamaron Penedo Ofendido, o “Penedo Fendido”. Son tres grandes rocas distribuidas como si fuese un túmulo: dos rocas que sujetan a una tercera a modo de techo.

Lo gracioso es que alguien se inventó que si no se pasaba por el hueco que había entre las dos rocas no se podría continuar, y si no se hacía te acompañaría la mala suerte el resto de la vida. Unos más raspados que otros pero la mayoría lo lograron. Con la mochila o sin ella.

Más abajo San Vicenzo tenía sus bodegas, pero también le había afectado la crisis y solamente quedaban unas piedras sobre otras.

Seguimos hasta Mugares, un lugar bastante habitado, también tienen problemas de orines de perros, a juzgar por la decoración de los laterales de las puerta. Tienen botellones de plastico llenos de agua y esta vez con ramos de mimosas como flores. Una fuente románica es el reclamo de esta localidad. Está en un interior acompañada de un lavadero de piedra al estilo de lavandería de pueblo.

Llegamos a O Fondón, media hora más tarde, y aquí había dos alternativas, por lo que los primeros dudaban de cual tomar, pero el guía lo tenía claro y nos dirige al monte que nos lleva al final del trayecto en Toén.

Las cañas se tomaron en el Bar Pazos. La propietaria estaba tan extrañada como agradecida. Rápidamente adaptaron el hueco a que se metieran todos. Incluso arrastraron un pesado futbolín. Las cañas las acompañó de cacahuetes, magdalenas y pipas. Alguién dijo que los cacahuetes con tortilla estarían mejor, pero se quedó en deseo.


Desde aquí, después de los típicos besos, abrazos y despedidas…
Cada mochuelo a su olivo…
Hasta otra agur.


No hay comentarios: