17/02/2018 Toén (Ourense)
Quedamos en la entrada a Toén, cosa nada fácil. Alguna incluso reventó
una rueda en la carretera para justificar que llegaba tarde. ¡Qué susto para
nada!
Cuando pudimos arrancar, los dieciocho agraciados, faltaban diez
minutos para las diez. La que tuvo menos suerte, se añadiría cuando consiguiese
arreglar la rueda.
La primera sorpresa la encontramos en plena carretera, justo en el
Kilómetro cero de la comarcal OU-0215. Si te ponías en la vertical de la señal
y dabas un paso a la izquierda andarías, eso, un paso; pero si lo hicieses
hacia la derecha, tendrías andado diez kilómetros de la comarcal OU-0519. Hay
fotos que lo confirman.
Comenzamos en lo alto de Toén, en una entrada estrecha de la calle
Vilar. Un letrero indicaba: “Roteiro Os Castros”. El camino transcurría entre
zonas sombrías plagadas de árboles desojados, que habían cedido sus hojas al
camino. Este hecho debía facilitar el crecimiento de algún tubérculo que
aprovechaban los jabalíes. Todo el camino estaba removido por estos animales
buscando sustento.
En una hora nos pusimos en Trellerma. Allí nos encontramos con dos
adorables ancianitas deseosas de saber. Aunque seguramente serían madre e hija,
lo cierto es que parecían de la misma edad. Lucían unos trajes típicos acorde
con el entorno. La conversación mantenida con algunos de los miembros más
parlanchines del grupo, les alegró el día.
Dejamos por un rato a las ancianitas y subimos unos metros para
contemplar la Ermita de San Antonio. Conjunto de piedras amontonadas al estilo
románico. Lo verdaderamente interesante estaba unos metros más arriba: un gran
merendero cubierto de tejado sobre estructura de madera y mesas de piedra. En
esos momentos gozaban de la presencia del sol, lo que las hacía más atractivas.
Para disfrutar de tal belleza le dimos uso. Sacamos de plátano y a zampar, así
le dábamos tiempo a la rezagada para alcanzarnos.
Volvemos al camino hasta un cruce dónde se da la posibilidad de
atajar, pero el grupo se sentiría ofendido si tomases tal atajo. Seguimos hacia
Trelle, pero no paramos a contemplar su majestuosa iglesia, lo que sí
contemplamos fue una curiosa estancia de verano. El camino transcurría por una
especie de túnel bajo una casa, y los moradores de ésta acumulaban un sofá de
interior y unos cuadros al óleo entre aperos de labranza. En el marco de la
puerta de la bodega había un letrero que decía: “Sala de estar fora”. Lo cruzamos
y continuamos por senderos entre árboles hasta Moreiras.
A la salida del sendero, justo antes de entrar en Moreiras, había un
percherón muy amigable que hacía las veces de portero. ¡Ah! un percherón no es
una percha grande, más bien es una raza de caballo que se caracteriza por su
tamaño y fortaleza física que se solía utilizar para el tiro de carros.
Al despedir al percherón, llegamos a asfalto, justamente a la calle
Eladio Sabucedo. No era una calle cualquiera, ya que aquí había una panadería
que sacó del hambre a los que no tenían pan, estaba también el Bar Venecia
donde un agradable camarero habilitaría la zona del gallinero para que
entrásemos todos. Nos desplegamos alrededor de tres mesas, los diecinueve famélicos. Sacamos nuestros bocatas y combatimos el hambre. El camarero,
siempre muy agradable, bajaba y subía realizando un trasiego de cervezas y
otros licores.
Cuando salimos del bar, dejamos el lugar un poco mejor del que lo
dejarían las gallinas su granero después de comer. Tierra de las botas, restos
de frutos secos, migas y alguna servilleta. Es el espíritu de la montaña. El
camarero nos despide con una sonrisa, el pobre aún no había revisado el
gallinero.
Subimos por la calle justo a la derecha del Venecia, esta carreterita,
nos lleva a visitar la iglesia de San Pedro de Moreiras (de dónde iba a ser si
no). Al tal San pedro, lo tenían rodeado de tumbas. Por el suelo y arrimados a
las paredes, como si se una alacena se tratase. Cuando estábamos concentrados
en el recogimiento que inspira este lugar, suena un campanazo que despierta y
asusta a los recogidos. Suena un nombre
alargando su pronunciación recreándose en las vocales. El aludido se
hace el ofendido. A pocos minutos y cuando ya estaban todos fuera, vuelve a
sonar la campana, aunque en otro tono. Momento que aprovecha el antes aludido
para reafirmar su inocencia en lo de las campanadas.
Volvemos al duro camino removido por jabalíes. En apenas una hora,
estábamos en el kilómetro seis de la comarcal OU-0519, esto quiere decir que
estábamos cerquita de los coches. Si a la salida con un paso estábamos en el
kilómetro diez de esta misma carretera, ahora pocos pasos tendríamos que dar
para llegar. Ya, esto sería su fuésemos por la carretera, pero como fuimos por
el monte… llegamos a Mugares, localidad rodeada de canteras de granito.
Caminamos entre dos canteras, rodeamos la más grande, la llamada
Granitos del Val, para visitar la parte más alta donde había un mirador
llamado: Mirador Cima da Granxa, pero para ver pollos, no me acerqué mucho.
Luego encontramos unos enormes pedruscos dispuestos de tal manera que dejaba
huecos que podrían acoger a algún ser en caso de chaparrón, como estaban en la
parte alta de la granja y eran unos considerables pedruscos, hicieron un
esfuerzo de originalidad y los llamaron “Penedos Cima da Granxa” Luego, el
protagonista, un particular pedrusco con poca personalidad, porque lo llamaron Penedo
Ofendido, o “Penedo Fendido”. Son tres grandes rocas distribuidas como si fuese
un túmulo: dos rocas que sujetan a una tercera a modo de techo.
Lo gracioso es que alguien se inventó que si no se pasaba por el hueco
que había entre las dos rocas no se podría continuar, y si no se hacía te
acompañaría la mala suerte el resto de la vida. Unos más raspados que otros
pero la mayoría lo lograron. Con la mochila o sin ella.
Más abajo San Vicenzo tenía sus bodegas, pero también le había
afectado la crisis y solamente quedaban unas piedras sobre otras.
Seguimos hasta Mugares, un lugar bastante habitado, también tienen
problemas de orines de perros, a juzgar por la decoración de los laterales de
las puerta. Tienen botellones de plastico llenos de agua y esta vez con ramos
de mimosas como flores. Una fuente románica es el reclamo de esta localidad.
Está en un interior acompañada de un lavadero de piedra al estilo de lavandería
de pueblo.
Llegamos a O Fondón, media hora más tarde, y aquí había dos alternativas,
por lo que los primeros dudaban de cual tomar, pero el guía lo tenía claro y
nos dirige al monte que nos lleva al final del trayecto en Toén.
Las cañas se tomaron en el Bar Pazos. La propietaria estaba tan
extrañada como agradecida. Rápidamente adaptaron el hueco a que se metieran
todos. Incluso arrastraron un pesado futbolín. Las cañas las acompañó de
cacahuetes, magdalenas y pipas. Alguién dijo que los cacahuetes con tortilla
estarían mejor, pero se quedó en deseo.
Desde aquí, después de los típicos besos, abrazos y despedidas…
Cada mochuelo a su olivo…
Hasta otra agur.
No hay comentarios:
Publicar un comentario