05/05/2018 Devesa de Rogueira (Caurel-Lugo)
Se había quedado en Ferreirós de Abaixo, pero en algún momento que no
todos detectaron se cambió, y aparecieron todos los coches en Ferreirós de
Arriba menos uno. Una información de aglomeración y falta de espacio para los
vehículos motivó el cambio.
La confusión en el nuevo destino hace que medio grupo inicie la
caminata mientras otros esperan por los despistados. Los primeros arrancan por
un sendero en zigzag que los lleva a la cumbre, mientras los otros toman el
llamado “kilómetro vertical”. Es un decir, porque al llegar al mirador, un
letrero dice que son 3 km. Al menos esa sensación da cuando llegas arriba
después del gran esfuerzo que exige la subida, incluso una congostreña perdió
los pantalones en la subida. No los encontró hasta la llegada a los coches
nuevamente.
Durante la subida, los que aun disponían de oxígeno, berreaban para
llamar la atención del otro grupo, que se podía divisar a lo lejos. Nos da la
hora del plátano cuando los del zigzag se sientan a la sombra; a los del
mirador con paredes de ladrillo cara vista, les faltan unos metros. El Mirador
do Boi es una atalaya envidiable para merendar.
La subida por el zigzag tampoco parecía un paseo, ya que otra
congostreña perdió la camiseta en la subida. En el encuentro entre los dos
grupos se comentan las peripecias de cada subida.
Desde el punto de encuentro de los dos grupos hasta la Devesa da
Rogueira, había un camino ancho y pedregoso de casi media hora. Aquí, unos
bajan a ver la laguna da Lucenza, otros toman el sol y alguno el bocadillo.
La carqueixa de la bajada rascaba las piernas de los que habían
decidido lucirlas. Llegamos a la Fonte do Cervo. Era aquí dónde estaba la
aglomeración que decían, no en Ferreirós de Abaixo. Nos topamos con al menos
dos grupos de distintos idiomas.
Para solventar la aglomeración, una congostreña de tamaño justito,
intenta cruzar entre otro congostreño y una señora que confiaba su equilibrio
en un bastón; avanza el pie con tanto acierto, que pisa el bastón de la pobre
señora:
-
Perdón,
dice la congostreña, mientras con gestos intenta reponer el equilibrio de la
afectada.
-
¡Coño! exclamaría la señora, mientras decía: “Creía que el bastón me daba equilibrio y por
poco me caigo por culpa de llevarlo.”
-
Los ojos de la congostreña estaban como bizcos
de impotencia…
Esta fuente en realidad son dos manantiales que surgen de una misma
roca: el de la derecha es de aguas ferruginosas y de ahí el color marrón de la
roca, el de la izquierda, de agua transparente, viene de zona calcárea. A esta
fuente (también llamada “Fonte da Fame”), se le atribuyen propiedades curativas
y dicen que ayuda a abrir el apetito, (como el vino dulce quinito, que daba
unas ganas de comer…)
Seguramente fue el ambiente de la fuente, que todos los grupos estaban
sentados por el suelo “jalando” sus bocadillos. Tuvimos que adelantarnos hasta
un sitio libre en el camino para comernos nuestros bocatas.
Después de comer, nos esperaba un sendero que aún no se había
descongelado y tenía un pequeño desnivel que costó más esfuerzo de lo predecible
a algunos integrantes; otros sobrados aún tenían energía para subir al
Formigueiros.
Mientras se cruzaba un bosque de hayas por un estrecho camino, la
belleza embargaba a los caminantes. En un momento dado, una congostreña arreó
un patadón a una raíz que brotaba tímida en mitad del camino. La raíz ni se
inmutó, pero la congostreña inclinó su cuerpo hacia delante e intentó adelantar
el otro pie, cuestión que no consiguió, sinó que le arreó otra patada con el
segundo pie y continuó inclinándose. Sus manos tardaron breves segundos en
responder a la emergencia, segundos que fueron aprovechados por la gravedad
para atraer su cuerpo, con tanta virulencia, que parecía rebotar. Tenía los
labios llenos de tierra y una rodilla arañada. ¡Pudo ser peor!
La accidentada no daba crédito a lo que había pasado. Mientras sus
compañeros intentaban levantarla, ella los observaba con mirada interrogante ¿Me he caído, no? Parecía preguntar con
los ojos. Sí, filliña, sí y cacho golpe
te has dado, parecían responder los de los demás.
Más adelante, mientras cuenta la caída, otra congostreña le pregunta:
Pero… ¿afuciñaste?, jolín, si tenía tierra en la cara, ¿tú que crees? Más
afuciñár, no se puede. (Para los que no
conocen la palabra, fuciño es el nombre que le dan al morro, justo a la zona de
la boca, y “afuciñar” es meter los morros en la tierra).
En ese mismo camino, encontramos una pareja de bípedos con una cría
durmiendo. El macho estaba adelantado para solicitar y agradecer silencio
durante el paso.
Este sendero, lleno de verdor y caídas, nos lleva al Mirador de Polín.
Como otras veces, no estaba Polín. En el mirador, se realizan varias fotos de
grupo. Después de algunos minutos, menos de los que deseaban algunos, se baja
por un cortafuegos, luego por un camino que encontramos obturado con un tronco
de grandes dimensiones. Ya estaban con la motosierra haciendo troncos para el
churrasco. Mientras lo cortaban, tuvimos que bordearlo por una finca.
Llegamos a los coches en Ferreirós de Arriba, desde aquí, con los
coches, bajamos hasta Ferreirós de Abajo, donde el Restaurante o Pontón estaba
en pleno apogeo, creo.
En el restaurante “museo”, nos tomamos la preceptiva cerveza con una
tapa de “lo siento no tengo”. Solo por los muebles merecían la pena la tapa.
Desde aquí, después de besos, abrazos y despedidas…
Cada mochuelo a su olivo…
Hasta otra agur.
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