CRÓNICA PATEADA 242


05/05/2018 Devesa de Rogueira (Caurel-Lugo)

Se había quedado en Ferreirós de Abaixo, pero en algún momento que no todos detectaron se cambió, y aparecieron todos los coches en Ferreirós de Arriba menos uno. Una información de aglomeración y falta de espacio para los vehículos  motivó el cambio.

La confusión en el nuevo destino hace que medio grupo inicie la caminata mientras otros esperan por los despistados. Los primeros arrancan por un sendero en zigzag que los lleva a la cumbre, mientras los otros toman el llamado “kilómetro vertical”. Es un decir, porque al llegar al mirador, un letrero dice que son 3 km. Al menos esa sensación da cuando llegas arriba después del gran esfuerzo que exige la subida, incluso una congostreña perdió los pantalones en la subida. No los encontró hasta la llegada a los coches nuevamente.

Durante la subida, los que aun disponían de oxígeno, berreaban para llamar la atención del otro grupo, que se podía divisar a lo lejos. Nos da la hora del plátano cuando los del zigzag se sientan a la sombra; a los del mirador con paredes de ladrillo cara vista, les faltan unos metros. El Mirador do Boi es una atalaya envidiable para merendar.

La subida por el zigzag tampoco parecía un paseo, ya que otra congostreña perdió la camiseta en la subida. En el encuentro entre los dos grupos se comentan las peripecias de cada subida.

Desde el punto de encuentro de los dos grupos hasta la Devesa da Rogueira, había un camino ancho y pedregoso de casi media hora. Aquí, unos bajan a ver la laguna da Lucenza, otros toman el sol y alguno el bocadillo.

La carqueixa de la bajada rascaba las piernas de los que habían decidido lucirlas. Llegamos a la Fonte  do Cervo. Era aquí dónde estaba la aglomeración que decían, no en Ferreirós de Abaixo. Nos topamos con al menos dos grupos de distintos idiomas.

Para solventar la aglomeración, una congostreña de tamaño justito, intenta cruzar entre otro congostreño y una señora que confiaba su equilibrio en un bastón; avanza el pie con tanto acierto, que pisa el bastón de la pobre señora:

-          Perdón, dice la congostreña, mientras con gestos intenta reponer el equilibrio de la afectada.
-          ¡Coño! exclamaría la señora, mientras decía: “Creía que el bastón me daba equilibrio y por poco me caigo por culpa de llevarlo.”
-          Los ojos de la congostreña estaban como bizcos de impotencia…

Esta fuente en realidad son dos manantiales que surgen de una misma roca: el de la derecha es de aguas ferruginosas y de ahí el color marrón de la roca, el de la izquierda, de agua transparente, viene de zona calcárea. A esta fuente (también llamada “Fonte da Fame”), se le atribuyen propiedades curativas y dicen que ayuda a abrir el apetito, (como el vino dulce quinito, que daba unas ganas de comer…)


Seguramente fue el ambiente de la fuente, que todos los grupos estaban sentados por el suelo “jalando” sus bocadillos. Tuvimos que adelantarnos hasta un sitio libre en el camino para comernos nuestros bocatas.

Después de comer, nos esperaba un sendero que aún no se había descongelado y tenía un pequeño desnivel que costó más esfuerzo de lo predecible a algunos integrantes; otros sobrados aún tenían energía para subir al Formigueiros.

Mientras se cruzaba un bosque de hayas por un estrecho camino, la belleza embargaba a los caminantes. En un momento dado, una congostreña arreó un patadón a una raíz que brotaba tímida en mitad del camino. La raíz ni se inmutó, pero la congostreña inclinó su cuerpo hacia delante e intentó adelantar el otro pie, cuestión que no consiguió, sinó que le arreó otra patada con el segundo pie y continuó inclinándose. Sus manos tardaron breves segundos en responder a la emergencia, segundos que fueron aprovechados por la gravedad para atraer su cuerpo, con tanta virulencia, que parecía rebotar. Tenía los labios llenos de tierra y una rodilla arañada. ¡Pudo ser peor!

La accidentada no daba crédito a lo que había pasado. Mientras sus compañeros intentaban levantarla, ella los observaba con mirada interrogante ¿Me he caído, no? Parecía preguntar con los ojos. Sí, filliña, sí y cacho golpe te has dado, parecían responder los de los demás.

Más adelante, mientras cuenta la caída, otra congostreña le pregunta: Pero… ¿afuciñaste?, jolín, si tenía tierra en la cara, ¿tú que crees? Más afuciñár, no se puede. (Para los que no conocen la palabra, fuciño es el nombre que le dan al morro, justo a la zona de la boca, y “afuciñar” es meter los morros en la tierra).

En ese mismo camino, encontramos una pareja de bípedos con una cría durmiendo. El macho estaba adelantado para solicitar y agradecer silencio durante el paso.

Este sendero, lleno de verdor y caídas, nos lleva al Mirador de Polín. Como otras veces, no estaba Polín. En el mirador, se realizan varias fotos de grupo. Después de algunos minutos, menos de los que deseaban algunos, se baja por un cortafuegos, luego por un camino que encontramos obturado con un tronco de grandes dimensiones. Ya estaban con la motosierra haciendo troncos para el churrasco. Mientras lo cortaban, tuvimos que bordearlo por una finca.

Llegamos a los coches en Ferreirós de Arriba, desde aquí, con los coches, bajamos hasta Ferreirós de Abajo, donde el Restaurante o Pontón estaba en pleno apogeo, creo.

En el restaurante “museo”, nos tomamos la preceptiva cerveza con una tapa de “lo siento no tengo”. Solo por los muebles merecían la pena la tapa.

Desde aquí, después de besos, abrazos y despedidas…
Cada mochuelo a su olivo…
Hasta otra agur.





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