16/06/2018 Río Lérez y Almofrei (Pontevedra)
La longitud y el madrugón infundio miedo a algunos congostreños. Entre
Vigo y sucursales, juntamos trece. Pero a la guía titular le debieron pillar
alguna irregularidad, porque a mitad de legislatura, presentó su dimisión por
el bien del proyecto. En su caída, arrastró a dos más.
El nuevo tomó la cartera con entusiasmo. Dimos la salida ya tarde, en
espera de un cuñado de alguien que era despistado y podría perderse. Era más
despistado de lo que cabía esperar, y se perdió antes de llegar.
Cruzamos la primera cancilla sobre las nueve y media, perturbando el
desayuno a un rebaño de ovejas que pacían tranquilamente. Tomamos un sendero
sombrío con suelo cementado que servía tanto para senderistas como para
corredores, nos cruzamos con varios entrenándose. El sendero era ya antiguo,
pero se conservaba en buenas condiciones, incluso el vallado de madera estaba
bien.
Este sendero, circula por el margen del Lérez, y parece un lugar
estratégico para la pesca, nos encontramos varios pescadores desplegando el
sedal a los dos lados de un río que corría tranquilo.
Pasadas las diez, cruzamos el primer puente de hierro, con suelo de
rejilla para continuar por el otro margen, y a pocos metros, volvimos a cruzar
el río, pero esta vez por el paso de vehículos, desde donde pudimos fotografiar
desde el mismo centro, a un río en calma.
El sendero era fresquito, pero en ocasiones, el estrecho camino, se
cubría de largas hojas de hierba, formando una especie de túnel que ocultaba
pequeñas sorpresas, como agujeros o raíces. Esta incertidumbre daba más emoción
si cabe. Sino que se lo pregunten a un congostreño, que mientras vigilaba sus
pasos, al levantar la mirada, se encuentra con una silva seca, acercándosele
velozmente con los pinchos afilados- ¡Cuidado! grita la congostreña que acababa
de soltarla y que fue a estamparse en su cara. ¿Cuidado, con qué o más bien con
quién?
Moraleja: no pierdas el culo del de delante para no perderte, ni te
acerques tanto que te estampen una rama en la cara.
No era el de costumbre, pero se oían voces farfullando algo de un
plátano, así que en una zona de recreo, nos dispusimos a tomarnos un respiro y
un plátano.
El camino se volvió enrevesado, tenía troncos de ramas que
entrecruzaban y se resbalaba. Habría que ir atentos a lo que se pisa, pero en
un momento pasó: un congostreño con más reflejos que prudencia, pisa una rama
que le desplaza el pie hacia el río. Al no encontrar firme, el cuerpo lo sigue,
pero con una habilidad inesperada, se agarra a unas ramas que colgaban del
muro, quedando unos instantes colgado; acto seguido, de un brinco se pone en
pie y vuelve al camino. Era un movimiento que recordaba a la monta de un
caballo agarrándose de sus crines.
La congostreña que lo precedía no daba crédito a lo que veía. Se quedó
tan parada, que parecía dudar entre ayudarlo o pincharlo con un palo para ver
si se iba al río.
Este evento, le subió tanto la adrenalina al jinete, que a lo largo
del camino, nos obsequió, tres veces, con su habilidad para caerse y
levantarse. Acompañaba su habilidad de caída, con unos reflejos que no los
superaba ni una peluquería un día de boda.
Sobre las doce y cuarto, cruzamos el puente colgante, construido con
cableado de acero y suelo de tabla de madera. Mientras cruzábamos, no faltó
algún gracioso, que hacía oscilar el puente. Este bamboleo no impidió la típica
foto de la ocasión.
Cuando dejamos atrás el río, para adentrarnos en el bosque, cruzamos
por zonas donde los helechos nos veían por encima del hombro. Alguna hierba
también, y desprendían polen a borbotones. Alguna se quejaba de que nunca un
polvo le había afectado tanto la garganta.
Estábamos caminando hacia el río, cuando nos encontramos un tractor
cargado con tanta hierba que peinaba la vegetación de los muros. No había
señalización de preferencia, pero por galantería nos hicimos a un lado y lo
dejamos pasar.
Ya de regreso, eran las tres cuando encontramos un lugar que cumplía
dos requisitos: baño y sombra. Unos disfrutaban de un refrescante baño en el
río y otros del bocadillo en la sombra.
Teníamos que cruzar el Río Almofrei, por un puente de piedras que
llaman poldras, pasos o pasaderas… reminiscencias del neolítico. Dos de ellas
estaban poco fijas, así que un voluntario dedicó unos minutos para dejarlas
peor de lo que estaban.
Todo sacrificio era poco para referenciarse en unas pozas en un lugar
privilegiado del río. Llegamos a las ansiadas pozas, sobre las cinco. El lugar
era efectivamente privilegiado para las cabras y lagartijas. El 70% del grupo
consiguió bajar al río y bañarse varias veces.
Volvimos río abajo y volvimos a cruzar las poldras, pero antes hicimos
una foto de calendario, distribuyendo el grupo sobre cada piedra. Cuando
estaban todos concentrados en el equilibrio y la foto, una caña agita el agua
levantando un chorro que despertó a los más concentrados.
Las cañas se toman en la Casa Cultural de Marcon. Dentro está el
Restaurante San Miguel. Nos sirvieron con las cañas, una rica empanada, unas
patatillas, y unos chips huecos muy raros. Una congostreña, nos invitó a un
pastelito con nueces y los huevos de su padre.
Desde aquí, después de los abrazos, besos y despedidas…
cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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