Parque
Natural Serra da Lastra y las Médulas.
30/06/2018
Serra da Encina da Lastra
Comenzamos
a patear el Parque Natural Sierra de la Encina
de la Lastra, sobre las ocho y media
desde un cruce de un puente en Biobra.
El
sendero transcurre entre un bosque de encinas. Nos despierta del letargo de la
monotonía, un tremendo chaparrón anunciado por relámpagos y truenos.
Visitamos
una encina de quinientos años. Les hicimos más fotos que si fuese de la
familia. La veterana encina, estaba situada sobre una roca, casi
cubriéndola, daba la sensación de que la
estaba devorando.
Durante
el camino, a pesar de la incesante lluvia, nos hartamos de cerezas de todos los
tamaños y especies. Nos disputábamos las mejores ramas, para coger a manos
llenas.
A la
hora de comer, nos encontramos con un curioso establecimiento que hacía las
veces de bar. Un gran letrero exhibía en la fachada el nombre “La
escuela”. En la puerta había un letrero
orientativo del horario y una frase que lo aclaraba. Solamente figuraba la hora
de cierre de días laborables, a las seis de la tarde y fin de semana a las doce
y media. La apertura es a la demanda como indica el curioso cartel:
“Si
está cerrado me puedes llamar, seguro estaré o en la huerta, o en las gallinas
o con los conejos, o viendo la telenovela, o buscando a José; pero no me importará
dejar todo por servirte”. Y deja su teléfono móvil
para que la llamen, que en el gallinero hay cobertura.
Quiero
suponer que estar en las gallinas o con los conejos, será haciendo labores de
mantenimiento o manutención, no estarán jugando un tute cabrón, que la soledad
es muy dura.
La
camarera gallinera, conejera y buscadora de José, se presentó a pocos minutos
de que la llamasen. Era una persona dada a la gente (hablaba por los codos), lo
propio de un establecimiento cara al público.
Nos
ofreció repartir las mesas a gusto mientras nos despachaba las cervezas. Después
de comer el bocadillo, alguien le preguntó si tenía café de máquina. Ella
responde que para las gallinas no le compensaba, pero tenía capsulas y una
máquina que hacía una variedad de cafés muy rica, la que anuncia George Clooney.
Pensamos si al José que busca con tanto ahínco no sería Clooney.
Echamos
mano de los paraguas y continuamos camino hacia la ermita de San Estevo.
Subimos por un sendero cementado de pueblo, para toparnos con el bosque. De la
ermita, solo quedaban cuatro paredes derruidas y el campanario, pero sin la
campana.
Visitamos
una mina de limonita. Alguno creía que íbamos a tomar una limonada, pero no, se
llama así a una roca mezcla de varios minerales, a la que los griegos llamaron
“leimon”, es decir, pantano, e indica uno de los lugares en el que se origina
esta roca, denominada también hierro de los pantanos. Esta roca era triturada y
mezclada con agua para elaborar una pintura de color pardo, como el de Juan.
Las nubes
no nos dieron tregua. Estábamos de regreso, más mojados que pollos, sobre las
cinco de la tarde.
Como
la cena estaba para las nueve y media, nos dio tiempo a improvisar un guateque.
Un congostreño adelantado en clases de baile de salón, toma la iniciativa, y
siguiendo el ritmo de la música que otro congostreño había puesto desde su
portátil, comenzó el baile. Se fueron apuntando casi todos hasta conseguir la
rueda cubana.
Cada
uno iba siguiendo las instrucciones del monitor mientras seguían el ritmo agarrados
a su pareja:
-
Tarrito, gritaba el monitor.
Los bailarines intentaban girar sobre su brazo entre risas nerviosas…
-
Tarrito con la tuya, como si
la anterior fuese de otro. Los bailarines, desconfiados, cambiaban de pareja
sin soltar la anterior.
¿Tarrito? Yo había entendido carrito, por eso
me salía tan mal, decía alguien…
Pero la figura mas repetida era la de la empanada, que consiste en hacer lo contrario que los demás, si toca girar sigues de frente, si toca cambiar de pareja no soltaba a la suya...¿ o sería que no quería soltar a la que ua tenía ? .
Pero la figura mas repetida era la de la empanada, que consiste en hacer lo contrario que los demás, si toca girar sigues de frente, si toca cambiar de pareja no soltaba a la suya...¿ o sería que no quería soltar a la que ua tenía ? .
El
baile en un principio se desarrollaba en el calorcito del patio exterior, pero
la lluvia hizo cambiar al interior y separar las mesas para dejar pista. Cada
uno intentaba emular al de al lado que parecía hacerlo mejor…
La
cena se realiza en El Barco de un tal Valdeorras. Una cenita a la carta con
grata compañía. Hasta las doce no tocamos litera.
01/07/18
Las Médulas.
El
día amanecía como en un campamento de parvularios, o los barracones de la mili.
Había gran revuelo porque un congostreño tenía la cama mojada. No se descarta
ninguna teoría. Después del desconcierto, se llega a la conclusión de que había
una teja rota y con la tormenta…
En
el desayuno, una congostreña preguntaba: ¿Quién estaba debajo tuya?, porque se
la oía con la respiración muy acompasada y tú te movías mucho… pero no aclaraba si estaban en distinta litera.
Otro
jaleo se formaba en el baño de hombres, todos se peleaban por un minúsculo
espejo que cambiaba de manos según las necesidades de acicalamiento. No había
dónde engancharlo. Lo raro es que permaneciera aun entero.
Habíamos
quedado en el Aula Arqueológica de Las
Médulas, a las nueve, pero un congostreño se había enterado de una disputa de
titulación de “empanao” y quiso
asegurarse de ser el merecedor de tal titulación. Se pasó de la salida, dos
pueblos, cuando se dieron cuenta estaban en el tercer pueblo, dieron vuelta y ahora
sí, volvieron a pasarse. Está claro que merecía el título. Sus acompañantes
colaboraban dejando el móvil en la mochila. Para que espabile.
La
zona de las Médulas está enfocada al turismo, había más restaurantes que
visitantes. Fuimos recorriendo la zona formando un círculo, pasando por las
distintas cuevas: La Encantada, La Cuevona y otras cuevitas. En cada una de
ellas se realizan miles de disparos de cámara, como si se quisiese llevar toda
la cueva en el bolsillo. También visitamos los miradores, de Orellán y el de
Las Médulas, donde se puede apreciar a vista de pájaro toda la excavación
romana.
También
entramos en la cueva de Orellán, que va a dar a un balcón, dentro de la
excavación. Al terminar, cresteamos por los alrededores, manteniendo la vista
en los montículos marrones que habían quedado desnudos de vegetación. La lluvia
nos dio un descanso hasta la una y media, luego nos echó rápidamente del monte.
Los
bocatas los tomamos en la terraza cubierta de un bar de carretera llamado el Castillo.
Los acompañamos de unas cervezas frías mientras esperábamos por el nuevo “empanao”
y sus acompañantes que volvieron a perderse.
Desde
aquí, cada mochuelo a su olivo.
Agur,
hasta otra.
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