CRÓNICA SALIDA 245


Parque Natural Serra da Lastra y las Médulas.

30/06/2018 Serra da Encina da Lastra
Comenzamos a patear el Parque Natural Sierra  de la Encina de la  Lastra, sobre las ocho y media desde un cruce de un puente en Biobra.

El sendero transcurre entre un bosque de encinas. Nos despierta del letargo de la monotonía, un tremendo chaparrón anunciado por relámpagos y truenos.

Visitamos una encina de quinientos años. Les hicimos más fotos que si fuese de la familia. La veterana encina, estaba situada sobre una roca, casi cubriéndola,  daba la sensación de que la estaba devorando.

Durante el camino, a pesar de la incesante lluvia, nos hartamos de cerezas de todos los tamaños y especies. Nos disputábamos las mejores ramas, para coger a manos llenas.

A la hora de comer, nos encontramos con un curioso establecimiento que hacía las veces de bar. Un gran letrero exhibía en la fachada el nombre “La escuela”.  En la puerta había un letrero orientativo del horario y una frase que lo aclaraba. Solamente figuraba la hora de cierre de días laborables, a las seis de la tarde y fin de semana a las doce y media. La apertura es a la demanda como indica el curioso cartel:

“Si está cerrado me puedes llamar, seguro estaré o en la huerta, o en las gallinas o con los conejos, o viendo la telenovela, o buscando a José; pero no me importará dejar todo por servirte”. Y deja su teléfono móvil para que la llamen, que en el gallinero hay cobertura.

Quiero suponer que estar en las gallinas o con los conejos, será haciendo labores de mantenimiento o manutención, no estarán jugando un tute cabrón, que la soledad es muy dura.

La camarera gallinera, conejera y buscadora de José, se presentó a pocos minutos de que la llamasen. Era una persona dada a la gente (hablaba por los codos), lo propio de un establecimiento cara al público.

Nos ofreció repartir las mesas a gusto mientras nos despachaba las cervezas. Después de comer el bocadillo, alguien le preguntó si tenía café de máquina. Ella responde que para las gallinas no le compensaba, pero tenía capsulas y una máquina que hacía una variedad de cafés muy rica, la que anuncia George Clooney. Pensamos si al José que busca con tanto ahínco no sería Clooney.

Echamos mano de los paraguas y continuamos camino hacia la ermita de San Estevo. Subimos por un sendero cementado de pueblo, para toparnos con el bosque. De la ermita, solo quedaban cuatro paredes derruidas y el campanario, pero sin la campana.

Visitamos una mina de limonita. Alguno creía que íbamos a tomar una limonada, pero no, se llama así a una roca mezcla de varios minerales, a la que los griegos llamaron “leimon”, es decir, pantano, e indica uno de los lugares en el que se origina esta roca, denominada también hierro de los pantanos. Esta roca era triturada y mezclada con agua para elaborar una pintura de color pardo, como el de Juan.

Las nubes no nos dieron tregua. Estábamos de regreso, más mojados que pollos, sobre las cinco de la tarde.

Como la cena estaba para las nueve y media, nos dio tiempo a improvisar un guateque. Un congostreño adelantado en clases de baile de salón, toma la iniciativa, y siguiendo el ritmo de la música que otro congostreño había puesto desde su portátil, comenzó el baile. Se fueron apuntando casi todos hasta conseguir la rueda cubana.

Cada uno iba siguiendo las instrucciones del monitor mientras seguían el ritmo agarrados a su pareja:

-          Tarrito, gritaba el monitor. Los bailarines intentaban girar sobre su brazo entre risas nerviosas…
-          Tarrito con la tuya, como si la anterior fuese de otro. Los bailarines, desconfiados, cambiaban de pareja sin soltar la anterior.
¿Tarrito? Yo había entendido carrito, por eso me salía tan mal, decía alguien…

Pero la figura mas repetida era la de la empanada, que consiste en hacer lo contrario que los demás, si toca girar sigues de frente, si toca cambiar de pareja no soltaba a la suya...¿ o sería que no quería soltar a la que ua tenía ? .

El baile en un principio se desarrollaba en el calorcito del patio exterior, pero la lluvia hizo cambiar al interior y separar las mesas para dejar pista. Cada uno intentaba emular al de al lado que parecía hacerlo mejor…

La cena se realiza en El Barco de un tal Valdeorras. Una cenita a la carta con grata compañía. Hasta las doce no tocamos litera.

01/07/18 Las Médulas.

El día amanecía como en un campamento de parvularios, o los barracones de la mili. Había gran revuelo porque un congostreño tenía la cama mojada. No se descarta ninguna teoría. Después del desconcierto, se llega a la conclusión de que había una teja rota y con la tormenta…

En el desayuno, una congostreña preguntaba: ¿Quién estaba debajo tuya?, porque se la oía con la respiración muy acompasada y tú te movías mucho… pero no aclaraba si estaban en distinta litera.

Otro jaleo se formaba en el baño de hombres, todos se peleaban por un minúsculo espejo que cambiaba de manos según las necesidades de acicalamiento. No había dónde engancharlo. Lo raro es que permaneciera aun entero.

Habíamos quedado en el Aula Arqueológica de  Las Médulas, a las nueve, pero un congostreño se había enterado de una disputa de titulación de “empanao” y quiso asegurarse de ser el merecedor de tal titulación. Se pasó de la salida, dos pueblos, cuando se dieron cuenta estaban en el tercer pueblo, dieron vuelta y ahora sí, volvieron a pasarse. Está claro que merecía el título. Sus acompañantes colaboraban dejando el móvil en la mochila. Para que espabile.

La zona de las Médulas está enfocada al turismo, había más restaurantes que visitantes. Fuimos recorriendo la zona formando un círculo, pasando por las distintas cuevas: La Encantada, La Cuevona y otras cuevitas. En cada una de ellas se realizan miles de disparos de cámara, como si se quisiese llevar toda la cueva en el bolsillo. También visitamos los miradores, de Orellán y el de Las Médulas, donde se puede apreciar a vista de pájaro toda la excavación romana.

También entramos en la cueva de Orellán, que va a dar a un balcón, dentro de la excavación. Al terminar, cresteamos por los alrededores, manteniendo la vista en los montículos marrones que habían quedado desnudos de vegetación. La lluvia nos dio un descanso hasta la una y media, luego nos echó rápidamente del monte.

Los bocatas los tomamos en la terraza cubierta de un bar de carretera llamado el Castillo. Los acompañamos de unas cervezas frías mientras esperábamos por el nuevo “empanao” y sus acompañantes que volvieron a perderse.

Desde aquí, cada mochuelo a su olivo.
Agur, hasta otra.

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