CRÓNICA PATEADA 271




Llegamos escalonados al merendero de Merufe, cerca de la Capilla de “Noso senhor  dos Passos”. Alguno se quedó dando vueltas por la capilla como una hormiga cuando le tapas el agujero. Al final consiguió llegar al merendero.
Este lugar era ideal para una salida. Contaba con un patio cubierto y tres mesas de piedra con sus correspondientes bancos. También tenía una pileta con agua, y cerquita, un baño totalmente operativo.
Salimos un poco más tarde de lo previsto, adentrándonos en los caminos típicos de la zona. Piedras, vegetación y agua son los principales componentes.
No había mucha gente por el camino, a primeras horas solamente nos encontramos con una señora ajetreada sirviendo el desayuno al ganado. Lucía un jersey de lana en tonos oscuros, cubierto con un mandilón sin mangas en tela de hilo, haciendo juego. Vestía un pantalón de tergal enfundado en unas chirucas negras. “Bon día, bon día” fueron las únicas palabras que nos cruzamos.
La subida era continua. Casi dos tercios del camino era subiendo, o por lo menos era la sensación. Monte pelado y piedras, formaban parte del paisaje. En medio de la nada, aparece una construcción creada con unas uralitas de latón, para el refugio del ganado. Estaba vacío, pero el camino asfaltado de boñigas delataba su presencia en grandes manadas.
La nada dio paso a un bosque de árboles verdes a través de un túnel que ofrecían sus ramas. Fue entre estos árboles, sobre las doce y media, donde tomamos el plátano. Lo hicimos bajo los paraguas y en apenas unos minutos. El frío nos obligaba a mantenernos activos.
Media hora más tarde, llegamos al Mirador de Estrica, con su pequeña capilla de San Antonio. Con la lluvia, viento y niebla que había, supusimos que allí con buen tiempo, habría unas vistas preciosas de los socalcos típicos de la zona.
Ahora toca bajar. No creáis que es una tarea fácil, dada la característica local. Las piedras en las condiciones propicias, ofrecen al caminante la excusa idónea para darse un buen culazo.
La lluvia nos acompañó todo el día. “Dicen que mejora después de comer” dice alguien para animar a las masas, así que aceleramos el paso hasta Sistelo para comer prontito y así mejorara. Mejoró, la lluvia era más contundente y continua, nada de chirimiri, además venía acompañada de unas ráfagas de viento para apartar los paraguas y empapar de forma regular.
Después de una pequeña subida, llegamos a Sistelo, donde nos tomamos el almuerzo. El bar que recordábamos, era apenas dos metros cuadrados, por lo que algunos se situaron bajo el abrigo de un lavadero, mientras el resto se arreglaba en el escueto bar.
Cuando los del lavadero se acercaron para tomar un café calentito, se dieron cuenta de que el bar había crecido en todas las direcciones, para convertirse en “Tasquinha Ti’ Mélia”, con dos habitáculos, uno provisto de unas mesas grandes cubiertas de un hule de cuadros y el otro con mesitas con servicios de comedor.  En las mesas grandes, se encontraron al resto del grupo cómodamente sentados a la mesa con cara sonriente. ¿Qué ha pasado con la dureza del senderismo? Se han dejado corromper por las comodidades domingueras, decían los recién llegados, escondiendo su envidia.
Recuperamos los paraguas y nos dirigimos cuesta arriba hacia Padrâo.  Paramos para reagrupar, justo en lo alto, al lado de la mítica fuente. Habían restaurado un bajo que ahora lo llaman “Quiosque Sabores Reçionais”, que estaba cerrado, pero que al ruido nuestro se apresuró,  inútilmente,  en aperturar. ¡Portugal está en plena transformación!
Una vez reunidos, bajamos hacia el Río Vez. En otra época algunos calurosos, se daban buenos chapuzones en este río. Se presenta un cruce de caminos posibles y nos decantamos por el más recto y menos cuesta.
La música de verbena nos acompaña todo el camino hasta Portela de Alvite, al llegar, nos encontramos con un especie de guateque de caminantes que se reagrupaban bajo un tejado  sin paredes. Festejaban nuestra llegada y hacían señales para que nos añadiésemos. Supongo que necesitaban más gente en los laterales que parasen la lluvia.
Bajamos por el “Caminho dos Mortos” hasta Merufe, donde nos esperaban los coches. Utilizando las instalaciones, nos ponemos ropa seca y nos dirigimos a tomar la caña final.
El local que teníamos asignado había cerrado a causa de las lluvias, menos mal que la habilidad y conocimientos de los guías nos llevaron A Calustra de Salceda. El local estaba casi a nuestra disposición debido al mal tiempo. Nos tomamos unas tortillas, oreja, cocretas y croquetas todo regado con vinito y otros refrescos.
¡Ah! Se me olvidaba, que también se celebraban los años que fraguaron una gran amistad de grupo. Lo mejor de todo no era la tortilla ni el vino, lo mejor eran los diplomas que son entregados en reconocimiento a la labor efectuada por los asistentes en los caminos. Alguien tiene que pisarlos para mantener la maleza controlada.  ¡Felicidades a todos y hasta otra!

Cada mochuelo…



Gracias Miguel,  andas aún algo fastidiado del pie, pero no has perdido nada de ingenio y  humor.

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