CRÓNICA PATEADA 278



Paredes de Coura (Portugal) 14/12/2019

Comenzamos sobre las diez y cuarto, hubo que resolver algunos problemas de logística, un no sé qué, de que habían extraviado los datos. Cosas de la tecnología.

Salimos de la capilla de SâoSebastiâo de Infesta, por un sendero empedrado que daba paso a zona de campos de cultivo, los bordeamos por la cabecera que tenía un paso elevado a tal efecto.

La lluvia fue nuestra compañera durante todo el recorrido, dando tanta belleza al paisaje como engorro a los caminantes. En varias ocasiones tuvimos que cruzar por ríos improvisados que antes no estaban. Incluso para cruzar por unas poldras (puente de pivotes de piedras elevadas) tuvimos que darnos la manita como buenos compañeros.

Faltaban apenas cinco minutos para las once, cuando nos topamos con el rótulo publicitario de la “Cascata das Lajes Altas”. Hubo que bajar peligrosamente por un sendero para llegar a la zona donde descarga el agua. La humedad hacía que el sendero fuese resbaladizo y la gente caminaba encorvada, como si buscasen setas;  un congostreño parecía Igor, el criado de Frankenstein, al camuflar la mochila bajo la gabardina.

La cascada, cascaba bien fuerte, a borbotones. Se creaba un aura de gotas atomizadas mezcladas con el aire, mientras el grueso golpeaba, sonoro, el suelo de rocas. Todos hicieron fotos del evento (y también de la cascada).

Fuimos pisando senderos anchos, alfombrados de hojas secas, ahhh no, que estaban mojadas, pero eran marrones. Este sendero, nos enlaza con una carretera asfaltada y ésta con un pueblecito. A la izquierda de la carretera pacían un rebaño de cabras, que nos observaban. Sus caras parecían decir “y dicen que las cabras somos nosotras, ¡Cuánto vicio!”.

A las afueras de ese pueblecito, en una subida y aprovechando que la lluvia se había ido a recargar, nos tomamos el plátano, de pie, haciéndonos sentir como se sienten las vacas cuando comen, que siempre lo hacen de pie. Luego rumian acostadas. Nosotros también.

Llegamos a un pueblecito llamado Penim, nos sorprenden unas velas encendidas a los pies de un cristo encerrado con llave. A pesar de la lluvia, mantenían la lumbre estoicamente.

Más arriba nos topamos con un bosque de pinos que padecían una explotación de resina. Muchos pinos tenían un desgarro en la corteza y a modo de babero, una bolsa plástica que recogía la savia ya blanca y cristalizada.

Atravesamos otro bosque, pero éste era de abetos, a sus pies no crecía nada por falta de luz solar. Llegado un tramo del sendero, se daba la posibilidad de seguir por el camino, o bordear subiendo una empinada cuesta hasta el marco geodésico, y bajar por un corta fuegos. Cuando se trata de elegir, el grupo, siempre elegirá lo más desafiante, bueno, salvo algunos “caguiñas” que siguieron el sendero.

Cuando los “caguiñas” llegaron al cruce de encuentro, seguía lloviendo y hacía aire. Había que moverse para no congelarse. El que ostenta el título de “empanao”, sale al encuentro del valiente grupo. Comienza la subida del corta fuegos. La subida se hace costosa, llueve y hay niebla. El cansancio y la tardanza hacen volar su imaginación. Oye un murmullo que procede de la niebla, mientras unas figuras sombrías y alargadas se dibujan bajo unos ovnis de varios colores. Un escalofrío recorre su cuerpo ¿querrán abducirlo? Los relatos de experiencias con marcianos, cuentan que les meten cosas por el culo. Cuando ya estaba relajando los esfínteres, las figuras se tornan más claras y los ovnis se convierten en paraguas. Eran los compañeros que esperaba. Un sentimiento lo invade, no sabría definirlo si era alivio o decepción(por la experiencia de ver marcianos, no por la otra).

Sobre las tres menos veinte, tomamos el bocata bajo el balcón de la “Casa da Junta da Freguesía de Cunha”. Mientras estábamos desenvolviendo el bocata, llegan dos vehículos, uno de ellos era una grúa con un habitáculo en el extremo, para realizar trabajos en altura. Creíamos que habíamos hecho saltar alguna alarma y venían a enviarnos a España con la grúa a modo de catapulta. ¡Uff! No era eso, parece que venían “a casa do bahno” que casualmente la tenían dentro.

Después de un cómodo sendero se presentaba una empinada cuesta, un congostreño se ocultaba entre los arbustos antes de subir.  Según parece, alguien le dijo: “ahora viene una cuesta y te vas a cagar”, y él era bien mandado.

La cuesta no hizo mella en el grupo, todos subieron con más o menos aliento hasta el alto de los “Penedos do Macaco”, así, en masculino, que de lo contrario sería otra cosa escatológica.

Durante el trayecto, se había mantenido la idea de un final con churrasco y cerveças. La moral era alta. El resto del camino hasta los coches transcurrió bajo la lluvia por senderos que hacían difícil mantener los pies secos.

El bar pensado para las cervezas no estaba para senderistas que manchan más que gastan, así que se improvisa y se coloniza el primer bar del camino. El señor que estaba detrás del mostrador, levanta las cejas al ver aquella tropa de diecisiete clientes. La paz del bar, se había truncado desde aquel momento. No somos conscientes de lo ruidosos que llegamos a ser.

El camarero, raudo y veloz, sale y trae tres mesas de publicidad y las sustituye porlas mesitas redondas de autor que tenía dentro. Todos colaboran y  le sacan las sillas a las pequeñitas mesas para completar las nuevas mesas cuadradas. Un bohemio cliente canoso, que estaba tranquilamente sentado en una mesa con cuatro sillas, operando con un portátil, levantaba la vista y volvía a su tarea, se veía que lo iban a plantar en el suelo.

Las cervezas muy ricas, el churrasco, como apuntó alguien, ni tostado ni crudo. Menos mal que de las mochilas de un congostreño puede salir casi cualquier cosa. En esta ocasión salieron unos cacahuetes salados. Pero de la bolsa de una congostreña, sí que te puede sorprender, salieron unos pastelitos y de otra una empanada de manzana con pasas que estaba para comérsela.

Hay que hacer mención de que una abuelita feliz, se hizo cargo de los gastos.

Al terminar, cada mochuelo a su olivo.

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