CRÓNICA PATEADA 280




Moaña – 11/01/2020

Hoy toca revisar las tierras altas de Moaña. Salimos de la desembocadura del “Río da Fraga”, dónde unos patitos nadan gráciles buscando su sustento, y unos desconfiados gansos atacan a los que se acerquen demasiado.

No subimos por el río, cruzamos la “Praia da Xunqueira” en dirección a la antigua isla de San Bartolomeu, donde el experimentado guía, nacido en la zona, nos comenta cómo había cambiado el paisaje desde su infancia, aportando fotos antiguas que lo documentan.

Cruzamos la calle por la zona de la Puerta del Sol, atravesamos un bosque de robles donde se reunían grupos sindicalistas en sus celebraciones. Recorremos caminos sombríos con fuentes de refrescante agua, dónde alguno aprovechó para recargar la cantimplora. Seguimos subiendo por el margen de un pequeño río atravesando el Corredor do Morrazo dejando a nuestras espaldas las Islas Cíes.

Visitamos los petroglifos de Reibón: “A Rega Pequena I”; en la roca deberíamos ver círculos concéntricos entrelazados y varias cazoletas, pero no había la luz adecuada. Según nos indicó el guía, se ve mejor de noche, con linternas.

También visitamos “A Rega Pequena II”, con una compleja combinación de círculos concéntricos, acompañados por un motivo de distintos diseños curvilíneos, circulares y semicirculares, enlazados por una maraña de trazos, enmarcados en los laterales por otros motivos de forma cuadrangular. La roca presenta marcas de cantería que se cargaron parte de los grabados.

-          “Sí, todo muy interesante, pero ¿cuándo comemos el plátano?”, dice alguien famélico.
-          “Na casa dos parentes, un pouco máis adiante”, contesta el guía.
-          “¿Y hay café?”
-          “Sí, hay de todo”.

Continuamos por un sendero que dividía los pinos de la parte superior, de un mar de eucaliptos en la parte de abajo. Dejamos merenderos a nuestro paso sin utilizar para tomarnos el plátano en el Castro de Meira. En la parte de abajo del castro, se encontraba una pequeña construcción de un solo habitáculo, conocida como “A Casa dos Parentes”. Parece ser que era el lugar donde residía la familia de los canteros portugueses que trabajaban allí hace ya muchos años. En su día habría café seguramente, pero ya no.

Mientras atendíamos a los comentarios del guía, nos vienen a visitar dos mastines para ver si somos un peligro para sus cabras.

Subimos por unas escaleras siendo observados por un rebaño de cabras y nos situamos en los muros del castro. Mientras tomábamos el plátano, algunas cabras curioseaban  para ver si podían comer algo de las mochilas. Solo consiguieron alguna cáscara de plátano. Un macho de cabra, se acercaba desconfiado para ver por qué mostraban tanto interés esas cabras, algún disgusto le darían ya, seguro, a juzgar por sus inmensos cuernos.

Seguimos subiendo  entre las cumbres de Domaio, caminamos por un sendero que atravesaba un recinto vallado y un bosque de castaños, ya desprovistos de su fruto.

Protegido por unas vallas de madera, se veía una mesa torpemente labrada, comparada con las otras del merendero y demasiado grande para ser un asador. Nos acercamos para verla en detalle. Era un monumento funerario que se construyó hace más de cinco milenios: el dolmen de Chan de Arquiña, estaba semienterrado, se veían  los restos circulares de la mámoa que recubría antaño el monumento. Consta de una cámara poligonal compuesta de 11 piedras verticales y de un corredor, compuesto de 5 piedras más. Los familiares del difunto, ya se habían ido, así que tardamos poco porque no había a quién dar el pésame.
Seguimos hasta el “Miradoiro Faro de Domaio”. Unos habían llegado cruzando por el monte, el grueso de la tropa, “desplegó el mantel para comer”, en unas rocas del camino antes de llegar a las antenas.
Ese monte estaba sembrado de torres de hierro  a las que le brotaban antenas circulares como si fuesen hongos en un tronco podrido. No todos hicieron cumbre. Desde la casita en lo alto, podía contemplarse las dos rías: la de Pontevedra y la de Vigo, y por supuesto las Islas Cies.
Con el estómago lleno, nos disponemos a bajar. Tomamos los senderos entre eucaliptos hasta una carretera asfaltada y en un arranque de valentía y deseos de aventura, el guía baja por una pendiente llena de maleza y con un 80% de posibilidades de caer de culo. Este inesperado descenso, nos lleva a orillas del “Río da Fraga”, bajamos cruzando puentes de madera cambiando de orilla del río y seguimos hasta el final del recorrido.
Las cañas las tomamos, el grueso del grupo de congostreños, en el bar Larpeiros, al lado de la salida. El resto prefirieron asistir a una conferencia en el Auditorio de Tirán.


Y al terminar… cada mochuelo a su olivo.

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