CRÓNICA PATEADA 150



Concello de Cenlle – Río de Avía (Ourense) 06 04-13



Sobre las once de la mañana, salimos de Cenlle por el margen izquierdo de la carretera. A pocos metros nos recibió un caballito atónito que estaba desayunando en el camino, aprovechando los incipientes rayitos de sol. Solo gira la cabeza a nuestro paso, como si estuviese acostumbrado a ver pasar a gente con mochilas.



Subimos por un sendero monte arriba llegando a una carretera asfaltada. Esta nos llevó a otro sendero angosto que terminó siendo un camino que formaba un túnel de mimosas. El destino era un mirador. En este saliente nos reunimos todos para que el guía nos identificase cada pueblo de los alrededores. Alguno aprovechó para hacer foto de grupo.



Seguimos descendiendo por otros caminos estrechos compartidos con regatos de agua. Llegamos al Área Recreativa  a Carballa. En este lugar pudimos contemplar la Iglesia de San Miguel de Osmo, que entra en el núcleo de San Clodio. Siglos XVI y XVII.



La siguiente visita fue una construcción laica del siglo XVIII-XIX, en forma de “L” que parecía estar habitada a pesar de su mal estado. Tenía un gran escudo sobre la fachada principal y un patio lleno de vegetación poco cuidada. De camino también vimos de lejos la Capilla de Osmo, de gran interés arquitectónico y de la misma época, pero no nos paramos por estar saturados de cultura.



Sin embargo, sí paramos delante de una fachada de un conjunto arquitectónico con la misma antigüedad que constaba de dos edificaciones y una capilla, encerradas por una grandiosa muralla.



Después de un sendero cementado nos encontramos con una pequeña casita recién acondicionada. En su reluciente tejado, lucía un pequeño campanario.



Después de un rato de estrechos caminos surcando fincas con cepas de vid perfectamente alineadas, podadas y atadas, llegamos a San Clodio. Allí realizamos la visita obligada a sus claustros. A la salida, reposamos en el bar unos minutos, junto a algunos escépticos del grupo que nos esperaban.



Salimos de San Clodio por carretera, hasta la bodega Vina Mein, pero estaba cerrada, así que seguimos por otro camino en forma de túnel, recubierto de mimosas. Pasamos por una zona de grandes rocas recubiertas de musgo resbaladizo. Íbamos tan entretenidos en no patinar, que perdimos de vista al grupo de delante. El camino estaba marcado y no había pérdida, pero al llegar a una zona encharcada y sin ninguna huella, nos percatamos de que no había pasado nadie todavía. Los primeros habían hecho un desvío para ver otra casita con encanto. Corrió el rumor de que el guía tenía intención de vender alguna casa. Tras asegurar el camino con una llamada telefónica nos volvimos a encontrar.



Un congostreño adelantado, había comprobado el camino y orientaba a todos por el lado izquierdo del regato de agua. Todos menos uno, que debía ser zurdo y su izquierda difería un poco de los demás. Seguía al grupo por la derecha, con un gemido, como de perrito desorientado.



Visitamos de camino dos iglesias más y dos cruceiros. Todos de la misma época. Rompió la armonía del siglo XIX, una gran casa amarilla con un tejado de uralita de chapa que recubría un tendal de la terraza.



Otro sendero de mimosas nos esperaba. El guía hizo un intento de rectificación, pero el grupo no estuvo de acuerdo, así que tuvimos que volver sobre nuestros pasos y volver a subir. Todos estábamos encantados de poder demostrar nuestra forma física subiendo. Agradecían en bajito esta cuesta al guía. Todos menos un par, que subían a todo trapo, sin disfrutar del camino.



Sobre las dos, llegamos a una finca donde había construidos unos apartamentos del más allá y una iglesia para sus celebraciones. Se decide comer en la finca, al amparo del viento, pero no todos están conformes. Así que unos comen más allá y otros un poco más acá, en unas escaleras que daban a una fuente. Como estaba protegido del aire, se estaba calentito.



Apenas media hora nos llevó el bocadillo. Nos dirigimos a ver otra casona con una gran chimenea. Retrocedemos y volvemos a los caminos. Seguimos por la orilla del río Avia. Al alejarnos del río, nos despide otro caballito dentro de una finca cerrada, éste era blanco y su higiene no parecía la adecuada. Comía hierba continuamente, levantaba la cabeza y volvía a comer.



Volvemos a compartir caminos con los regatos hasta la casa de los Ulloa. Allí pudimos ver un barreño con cabida para cuarenta personas. Durante el sendero, tuvimos que cruzar por debajo de una casa particular, por un pasillo oscuro, de apenas un metro de ancho. Muchos dudaron antes de entrar. A la salida respiraban aliviados viendo la continuidad del camino.



Poco antes de llegar al Café Bar Do Requeixo, donde nos tomamos nuestras merecidas cervezas, vimos una cortina de espigas de maíz que cubrían toda la fachada de una casa. A la salida, nos encontramos con un curioso local particular: una barbería de pueblo en activo, que parecía más antigua que las propias iglesias visitadas. Algunos conversaron amigablemente con el barbero, pero nadie se atrevió a ser su cliente.



La gran mayoría del grupo, se despide para partir a las pozas y relajarse. Otros se van directamente.



Hasta otra…Abur… 

Miguel Carbó

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