Después de haber disfrutado tanto ( a pesar de que me encontraba algo fastidiado de salud ), no me ha quedado ninguna pena al volver, todo lo contrario, pues estoy entusiasmado ya con mi próxima vuelta a estas tierras que te tanto me seducen. Hay tantas rutas por hacer ..
Bueno, os dejo con el relato de nuestro infatigable reportero Miguel, que con tal de no perder detalle es capaz de andar hasta embarrado por el suelo.
Precendi - Amieva -
Asturias (España) 16 al 19 -5-13
Día 16:
Salimos hacia
Cangas tres coches repletos de congostreñ@s. Como la llegada estaba próxima a
la hora de la “manduca”, se decide converger dos de los primeros para cenar. El
tercero ya venía cenado. El más madrugador retrocede hasta Cangas de Onís,
mientras el coche dos se acerca. Ocurre un mismo suceso visto desde dos
ópticas:
Coche 2. El copiloto
dice al piloto: ¡Ahí lo tienes, de
frente!, ¡Pítale!
-
El piloto se defiende: Les puse largas, no puedo pitar a estas horas…; se han pasado, llámalo y dile que espere…
-
El copiloto: Ya
contesta…, mira, para en el aparcamiento
para discapacitados. Tira hacia allí y ponte detrás.
Coche 1. Piloto: ¡Qué coño hace ese poniéndome las largas! ¿No
ve por donde va…?
-
Piloto: Jo…
y ahora me sigue, ¿qué coño quiere?...; voy a meterme en esta plaza de
discapacitados para que pase; … ¡Y
ahora se pone detrás! ¿Tendrá ganas de bronca?. Sale del coche y exclama: ¡Ah coño, si sois vosotros, no os había
visto!
La cena se desarrolla
comentando el malentendido y el desaguisado que se puede montar por una
tontería. Ya en la casa, se reparte los aposentos y a dormir, que aquí se
madruga.
Dia 17:
Salimos poco
antes de las nueve de la mañana, trece congostreñ@s con intención de hacer la
senda del Arcediano (El tramo de Sajambre). “El trece mal número no parece”
creo que era el refrán. Nos dirigimos a Amieva, pasando por Ceneya. Sobre las
nueve y media estábamos descargando enseres para el paseo. La lluvia estaba
todavía en cama. El camino comienza entre vegetación y en ascendente. Todavía
hay fuerza. Se sonríe y se hacen fotos. Sobre las diez y media se despereza la
lluvia y saluda con energía. Se va y vuelve a ratos.
Es en un
claro, bajo las ramas de un árbol, donde se toma el plátano de rigor minutos
antes del mediodía. Nos esperaban muchos kilómetros, más de los que alguna era
capaz de asumir, al menos sus piernas. La subida estaba perfectamente decorada
de blanco inmaculado. Sólo las pisadas rompían la imagen. Una congostreña reciente
se iba quedando para contar las pisadas. Se hizo un poco de lío y terminó casi
mareada. No es de extrañar, cada uno pisa donde puede e incluso algunos sobre
las pisadas de otros. Así no hay quién cuente nada. Se la veía con intenciones
de abandonar la retaguardia y pasarse a la cabeza, pero como no tenía confianza
suficiente, decidió permanecer atrás. Algunos compañeros con don de gentes se
iban turnando para hacerle compañía y dar conversación. Hubo alguna ocasión que
incluso la ayudaron a cruzar de la mano. Congostra es así, siempre integrando
gente nueva.
Sobre la una,
llegamos a la antigua frontera entre León y Asturias. Ahora no es más que un
muro de piedras con una modesta cancilla. A partir de aquí hay que descender.
Durante la
bajada tuvimos ocasión de presenciar una gran nevada de casi una hora. El
camino se cubrió de una manta blanca que crepitaba bajo nuestros pies. El
viento se había ido y el sol nos saludó unos instantes. La gente enloquecía de
alegría. Se revolcaban por el suelo y se marcaban el típico ángel moviendo los
pies y las manos acostado de espaldas. Una auténtica guardería.
Pero no todo
va a ser color de nieve. Según dijo un curtido senderista, los caminos están
escritos en código “agreste”, y hay que saber interpretarlo.
El paisaje era
de foto de calendario, pero a medida que bajábamos los caminos se descongelaban.
En esas alturas, el duro suelo se reblandece con el agua formando una resbaladiza
película “de vaqueros que te obliga a participar como extra en las caídas”.
En una de las
bajadas, donde no había más remedio que pisar en el reguero de barro, un
congostreño supuestamente experimentado, quiso contar con un ejemplo lo que
podría ocurrir si no se presta atención: Mientras se giraba para comentarlo, su
pie izquierdo sufrió un desplazamiento involuntario que le hizo perder el punto
de equilibrio. En su afán por recuperarlo se agarró a la vegetación autóctona
pero sin éxito. Se la pegó a todo lo largo del camino. El chasis le quedó con
una fina capa marón desde los tobillos hasta los hombros. ¡Joder! Exclamó el pobre hombre desde el suelo. ¡Me agarré a un tojo! ¡Coño, como pica!
Sus compañeros contenían la risa, algunos no. Hubo varios intentos de imitación
a lo largo del camino, pero nadie logró un rebozado tan original.
Llegó por fin
la hora de la comida. Se busca con desesperación un bar entre las casas
fantasmales de Soto de Sajambre. Un perro nos sale al paso. Como el hambre
aprieta y la lluvia no da descanso, se come bajo un balconcito de una casa.
Cada uno toma asiento donde puede. El embarrado congostreño, ve un lugar seco,
justo en la esquinita. Allí que se sienta, sobre un pulcro cartón. En la mitad
del bocadillo alguien comenta, con todo respeto, claro: ¿Se está bien ahí sobre
la cama del perro? Un respingo levantó al ya sufrido congostreño de su cómodo
asiento.
Volvemos a
subir, pero ahora por un resbaladizo bosque que despierta el ingenio. Llegamos
a la Majada de Vegabaño, donde reagrupamos la gente. Volvemos a encontrarnos
con la nieve, pero menos intensa. El grupo se dispersa según sus energías.
Apareció en el camino, una fantasmal construcción que en su día fue la Presa de
Jocica. Allí se hicieron fotos pero sin mirar al vacío.
El recorrido
precioso, pero le sobraban algunos kilómetros, tanto es así, que el intrépido
guía se adelantó a recoger su coche y acortarnos el recorrido sobrante. En el
trayecto, estuvo a punto de adelantar a un quad de un lugareño que iba en el
mismo sentido.
El incansable
guía, se adelanta con otr@s y consiguen provisiones para la cena. ¡Qué día!
Pocos lo olvidarán.
Día 18:
Salimos hacia el Naranjo de Bulnes, o Urriellu
como lo conocen en Asturias.
Para llegar al
punto de salida, hubo que someter a duras pruebas a los vehículos. En un cruce
donde un socavón dificultaba el paso, el guía mandó descargar para que pasase
el coche. Los otros conductores interpretaron que era hora de aparcar, y así lo
intentaron. El aparcamiento no era fácil, por lo que perdieron de vista un
instante al guía. Momento que éste aprovecho para mandar subir otra vez a sus
ocupantes y continuar camino arriba. El segundo conductor que no se había
percatado del malabarismo lo sigue con intención de aparcar más arriba. Desde
lejos ve como salen los ocupantes y el conductor hace aspavientos con los
brazos al tiempo que grita ¡Tachán! Como castigo por no prestar atención, los
demás tuvieron que subir caminando.
Salimos hacia
el monte pasadas las once. El guía
estaba apresurado porque era tarde para una aventura incierta. Comenzamos
subiendo una pradera. En lo alto, se decide dividir el grupo. Unas se dirigen a
Bulnes y otros al refugio Vega Urriellu.
Dos mujeres y
cinco hombres caminan con la mirada en la montaña. Es que la nieve refleja. Subes
siguiendo unas pisadas anteriores. Poco antes del destino, pueden comprobar que
tienen en marcha permanente un sistema de limpieza: cada cierto tiempo, pasa
una brisilla cargada con nieve que deja en el olvido las pisadas que seguimos.
Es alucinante y estremecedor, por el frío, claro.
Comimos en el
refugio. Sergio, que lleva 13 años
atendiendo el refugio, nos recibe con un cepillo para “barrer” las botas, antes
de entrar hay que limpiar las botas e incluso
si se tercia quitarse las botas y ponerse unos zuecos para poder mantener el
refugio habitable. Tomamos asiento y acompañados por unas cervezas que nos
sirve Sergio comemos nuestros bocadillos. En poco tiempo nos pusimos de camino
de regreso, son poco más de las 14 : 30 y es hora de bajar, la montaña es
imprevisible.
La bajada es
más amena. Alguno jugueteaba con la nieve escondiéndose de cintura para abajo,
pero lo encontrábamos sin esfuerzo.
A la llegada
del cruce de la división del grupo, aun
había energía y luz suficiente, así que salvo los conductores, se sigue la
misma dirección al pueblo de Bulnes para encontrar al resto del grupo.
La bajada no
estaba como se esperaba. Se resbalaba un poco, según dijeron los aventureros.
La primera prueba se realiza en la hierba. Un congostreño mas acostumbrado a
pistas de baile y no habituado a ese tipo de pruebas, deslizó un pie, yendo a parar
con sus posaderas al suelo; lo peor es que a cada intento de incorporarse
volvía a resbalar. La imagen era la de una tortuga dada la vuelta. Por supuesto
sus compañeros solo se rieron internamente.
Los
conductores, una vez aparcados, salieron a su encuentro. De camino se
encontraron con el feliz grupo femenino que aún mantenían la alegre travesía y
las 2 botellas de sidra que habían tomado en Bulnes, para que luego digan que
el montañismo es duro. La conductora se unió a su fiesta, mientras los dos
conductores suben montaña arriba a una velocidad endiablada cruzándose con
expertos senderistas, enfundados en sus ropas de marca, sus mochilas a la
espalda y sus botas de caminar.
Los dos
congostreños subían dejando atrás a las cabras que pretendían competir en la
subida. Iban sin mochila, con la cazadora doblada sobre el brazo, como si
acabaran de salir de misa y se diesen prisa porque se les quema el cocido que
habían dejado al fuego. Durante la subida, un pedrusco cae en el hueco que
había entre los dos. ¡Algún cabrito quiere hacernos una broma! dice uno mirando
hacia arriba. Efectivamente era un grupo de cuatro cabras que estaban en una
ladera totalmente vertical. Agarradas a sus propios pelos del pecho, porque no
se percibía otra posibilidad. Allí, mirándonos con indiferencia.
Cuando la
subida comenzaba a estar interesante, aparece el resto del grupo. En la bajada
se confraterniza y se cuentan las inclemencias sufridas.
Por otro lado,
la sección femenina tuvo una fiesta propia, en la que se lo pasaron pipa sin
que los pesados de siempre las azuzasen, pudiendo hacer fotos, hablar de sus
cosas de mujeres y riendo entre ambas.
La cena estaba
encargada para las nueve. Sopita rica y ensaladilla. No ofrece fabada por no
ser apta para la cena. Se necesita intimidad durante las horas siguientes. El
segundo consistía en picadillo con patatas y huevo, o filete, más empanado que
el camarero, también con patatas. Todo
era con patatas. Lo que no había aclarado es que eran las mismas para todos.
Para asombro
del camarero, se piden cinco fabadas. Los de la sopita miran con ojos llorosos
la cazuela de barro. La sopa, dudamos que alguna vez estuviese rica. El segundo
vino acompañado de una fuente de patatas, los primeros en repartir comieron,
los demás tuvieron que reclamar más patatas. Vinieron para los postres. Uno se
quedó impertérrito hasta que no apareció su huevo prometido, que casi llega
también para los postres. Eso sí, los huevos de auténticas gallinas asturianas
bravús, por el olor de la sopa.
Día 19:
Salimos hacia
los Lagos de Covadonga. El día estaba frío y soleado a ratitos. La lluvia ya es
una más del grupo. No todos se atreven a llegar al mirador de Ordiales. Como la
senda es de una única dirección, los primeros recogen a los demás a la vuelta.
¿Subimos hasta
el mirador? Preguntó alguien. A lo que se formula otra pregunta típica de
pueblo: ¿Eh? Pero un congostreño que debe estar en primero de inglés, pero no
domina la fonética, entiende Eggs. Hace inmediatamente la traducción: eggs =
huevos. Huevos, la contraseña. Y sale pintando casi sin saber hacia dónde.
Con menos
ritmo, pero todos llegaron al mismo punto, que no fue el mirador. Estaba muy
nevado y ya no disponíamos de herramientas. Nos bajamos hasta los lagos para
tomar prestadas las mesas de la terraza del bar El Casín.
Con el
estómago llego, nos dirigimos a casa, pasando por un pueblecito llamado
Culleredo. (Como las casas colgadas de Cuenca, pero en Asturias). Mientras las
mujeres “suricateaban” por las tiendas, algunos congostreños aburridos
disfrutaban de una caña en el bar Galerna. Ahí mismo, en la terraza, pudimos
comprobar la onda expansiva que desprende un niño al caer. Se cae un niño a dos
metros y retiembla la mesa con las cañas y se derraman las cervezas.
En este
bucólico pueblecito es donde nos despedimos hasta la próxima. Aburiño…
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