CRÓNICA PATEADA 152

Han sido un puente intenso y gratificante. Los Picos de Europa es una tierra donde la naturaleza se manifiesta de forma capichosa y con grandes contrastes. Terreno duro y difícil, por los grandes desniveles y el suelo rocoso,  pero generoso para nuestros sentidos.
 Después de haber disfrutado tanto ( a pesar de que me encontraba algo fastidiado de salud ), no me ha quedado ninguna pena al volver, todo lo contrario,  pues estoy entusiasmado ya con  mi próxima vuelta a estas tierras que te tanto me seducen. Hay tantas rutas por hacer ..

 Bueno, os dejo con el relato de nuestro infatigable reportero Miguel, que con tal de no perder detalle es capaz de andar hasta embarrado por el suelo.


Precendi - Amieva - Asturias (España) 16 al 19 -5-13

Día 16:
Salimos hacia Cangas tres coches repletos de congostreñ@s. Como la llegada estaba próxima a la hora de la “manduca”, se decide converger dos de los primeros para cenar. El tercero ya venía cenado. El más madrugador retrocede hasta Cangas de Onís, mientras el coche dos se acerca. Ocurre un mismo suceso visto desde dos ópticas:
Coche 2. El copiloto dice al piloto: ¡Ahí lo tienes, de frente!, ¡Pítale!
-          El piloto se defiende: Les puse largas, no puedo pitar a estas horas…; se han pasado, llámalo y dile que espere…
-          El copiloto: Ya contesta…, mira, para  en el aparcamiento para discapacitados. Tira hacia allí y ponte detrás.

Coche 1. Piloto: ¡Qué coño hace ese poniéndome las largas! ¿No ve por donde va…?
-          Piloto: Jo… y ahora me sigue, ¿qué coño quiere?...; voy a meterme en esta plaza de discapacitados para que pase; … ¡Y ahora se pone detrás! ¿Tendrá ganas de bronca?. Sale del coche y exclama: ¡Ah coño, si sois vosotros, no os había visto!

La cena se desarrolla comentando el malentendido y el desaguisado que se puede montar por una tontería. Ya en la casa, se reparte los aposentos y a dormir, que aquí se madruga.

Dia  17:
Salimos poco antes de las nueve de la mañana, trece congostreñ@s con intención de hacer la senda del Arcediano (El tramo de Sajambre). “El trece mal número no parece” creo que era el refrán. Nos dirigimos a Amieva, pasando por Ceneya. Sobre las nueve y media estábamos descargando enseres para el paseo. La lluvia estaba todavía en cama. El camino comienza entre vegetación y en ascendente. Todavía hay fuerza. Se sonríe y se hacen fotos. Sobre las diez y media se despereza la lluvia y saluda con energía. Se va y vuelve a ratos.

Es en un claro, bajo las ramas de un árbol, donde se toma el plátano de rigor minutos antes del mediodía. Nos esperaban muchos kilómetros, más de los que alguna era capaz de asumir, al menos sus piernas. La subida estaba perfectamente decorada de blanco inmaculado. Sólo las pisadas rompían la imagen. Una congostreña reciente se iba quedando para contar las pisadas. Se hizo un poco de lío y terminó casi mareada. No es de extrañar, cada uno pisa donde puede e incluso algunos sobre las pisadas de otros. Así no hay quién cuente nada. Se la veía con intenciones de abandonar la retaguardia y pasarse a la cabeza, pero como no tenía confianza suficiente, decidió permanecer atrás. Algunos compañeros con don de gentes se iban turnando para hacerle compañía y dar conversación. Hubo alguna ocasión que incluso la ayudaron a cruzar de la mano. Congostra es así, siempre integrando gente nueva.

Sobre la una, llegamos a la antigua frontera entre León y Asturias. Ahora no es más que un muro de piedras con una modesta cancilla. A partir de aquí hay que descender.

Durante la bajada tuvimos ocasión de presenciar una gran nevada de casi una hora. El camino se cubrió de una manta blanca que crepitaba bajo nuestros pies. El viento se había ido y el sol nos saludó unos instantes. La gente enloquecía de alegría. Se revolcaban por el suelo y se marcaban el típico ángel moviendo los pies y las manos acostado de espaldas. Una auténtica guardería.

Pero no todo va a ser color de nieve. Según dijo un curtido senderista, los caminos están escritos en código “agreste”, y hay que saber interpretarlo.

El paisaje era de foto de calendario, pero a medida que bajábamos los caminos se descongelaban. En esas alturas, el duro suelo se reblandece con el agua formando una resbaladiza película “de vaqueros que te obliga a participar como extra en las caídas”.

En una de las bajadas, donde no había más remedio que pisar en el reguero de barro, un congostreño supuestamente experimentado, quiso contar con un ejemplo lo que podría ocurrir si no se presta atención: Mientras se giraba para comentarlo, su pie izquierdo sufrió un desplazamiento involuntario que le hizo perder el punto de equilibrio. En su afán por recuperarlo se agarró a la vegetación autóctona pero sin éxito. Se la pegó a todo lo largo del camino. El chasis le quedó con una fina capa marón desde los tobillos hasta los hombros. ¡Joder! Exclamó el pobre hombre desde el suelo. ¡Me agarré a un tojo! ¡Coño, como pica! Sus compañeros contenían la risa, algunos no. Hubo varios intentos de imitación a lo largo del camino, pero nadie logró un rebozado tan original.
Llegó por fin la hora de la comida. Se busca con desesperación un bar entre las casas fantasmales de Soto de Sajambre. Un perro nos sale al paso. Como el hambre aprieta y la lluvia no da descanso, se come bajo un balconcito de una casa. Cada uno toma asiento donde puede. El embarrado congostreño, ve un lugar seco, justo en la esquinita. Allí que se sienta, sobre un pulcro cartón. En la mitad del bocadillo alguien comenta, con todo respeto, claro: ¿Se está bien ahí sobre la cama del perro? Un respingo levantó al ya sufrido congostreño de su cómodo asiento.
Volvemos a subir, pero ahora por un resbaladizo bosque que despierta el ingenio. Llegamos a la Majada de Vegabaño, donde reagrupamos la gente. Volvemos a encontrarnos con la nieve, pero menos intensa. El grupo se dispersa según sus energías. Apareció en el camino, una fantasmal construcción que en su día fue la Presa de Jocica. Allí se hicieron fotos pero sin mirar al vacío.
El recorrido precioso, pero le sobraban algunos kilómetros, tanto es así, que el intrépido guía se adelantó a recoger su coche y acortarnos el recorrido sobrante. En el trayecto, estuvo a punto de adelantar a un quad de un lugareño que iba en el mismo sentido.

El incansable guía, se adelanta con otr@s y consiguen provisiones para la cena. ¡Qué día! Pocos lo olvidarán.


Día 18:
 Salimos hacia el Naranjo de Bulnes, o Urriellu como lo conocen en Asturias.
Para llegar al punto de salida, hubo que someter a duras pruebas a los vehículos. En un cruce donde un socavón dificultaba el paso, el guía mandó descargar para que pasase el coche. Los otros conductores interpretaron que era hora de aparcar, y así lo intentaron. El aparcamiento no era fácil, por lo que perdieron de vista un instante al guía. Momento que éste aprovecho para mandar subir otra vez a sus ocupantes y continuar camino arriba. El segundo conductor que no se había percatado del malabarismo lo sigue con intención de aparcar más arriba. Desde lejos ve como salen los ocupantes y el conductor hace aspavientos con los brazos al tiempo que grita ¡Tachán! Como castigo por no prestar atención, los demás tuvieron que subir caminando.

Salimos hacia el monte  pasadas las once. El guía estaba apresurado porque era tarde para una aventura incierta. Comenzamos subiendo una pradera. En lo alto, se decide dividir el grupo. Unas se dirigen a Bulnes y otros al refugio Vega Urriellu.

Dos mujeres y cinco hombres caminan con la mirada en la montaña. Es que la nieve refleja. Subes siguiendo unas pisadas anteriores. Poco antes del destino, pueden comprobar que tienen en marcha permanente un sistema de limpieza: cada cierto tiempo, pasa una brisilla cargada con nieve que deja en el olvido las pisadas que seguimos. Es alucinante y estremecedor, por el frío, claro.

Comimos en el refugio. Sergio,  que lleva 13 años atendiendo el refugio, nos recibe con un cepillo para “barrer” las botas, antes de entrar hay que limpiar  las botas e incluso si se tercia quitarse las botas y ponerse unos zuecos para poder mantener el refugio habitable. Tomamos asiento y acompañados por unas cervezas que nos sirve Sergio comemos nuestros bocadillos. En poco tiempo nos pusimos de camino de regreso, son poco más de las 14 : 30 y es hora de bajar, la montaña es imprevisible.
La bajada es más amena. Alguno jugueteaba con la nieve escondiéndose de cintura para abajo, pero lo encontrábamos sin esfuerzo.
A la llegada del cruce de la división del grupo,  aun había energía y luz suficiente, así que salvo los conductores, se sigue la misma dirección al pueblo de Bulnes para encontrar al resto del grupo.
La bajada no estaba como se esperaba. Se resbalaba un poco, según dijeron los aventureros. La primera prueba se realiza en la hierba. Un congostreño mas acostumbrado a pistas de baile y no habituado a ese tipo de pruebas, deslizó un pie, yendo a parar con sus posaderas al suelo; lo peor es que a cada intento de incorporarse volvía a resbalar. La imagen era la de una tortuga dada la vuelta. Por supuesto sus compañeros solo se rieron internamente.

Los conductores, una vez aparcados, salieron a su encuentro. De camino se encontraron con el feliz grupo femenino que aún mantenían la alegre travesía y las 2 botellas de sidra que habían tomado en Bulnes, para que luego digan que el montañismo es duro. La conductora se unió a su fiesta, mientras los dos conductores suben montaña arriba a una velocidad endiablada cruzándose con expertos senderistas, enfundados en sus ropas de marca, sus mochilas a la espalda y sus botas de caminar.
Los dos congostreños subían dejando atrás a las cabras que pretendían competir en la subida. Iban sin mochila, con la cazadora doblada sobre el brazo, como si acabaran de salir de misa y se diesen prisa porque se les quema el cocido que habían dejado al fuego. Durante la subida, un pedrusco cae en el hueco que había entre los dos. ¡Algún cabrito quiere hacernos una broma! dice uno mirando hacia arriba. Efectivamente era un grupo de cuatro cabras que estaban en una ladera totalmente vertical. Agarradas a sus propios pelos del pecho, porque no se percibía otra posibilidad. Allí, mirándonos con indiferencia.

Cuando la subida comenzaba a estar interesante, aparece el resto del grupo. En la bajada se confraterniza y se cuentan las inclemencias sufridas.
Por otro lado, la sección femenina tuvo una fiesta propia, en la que se lo pasaron pipa sin que los pesados de siempre las azuzasen, pudiendo hacer fotos, hablar de sus cosas de mujeres y riendo entre ambas.
La cena estaba encargada para las nueve. Sopita rica y ensaladilla. No ofrece fabada por no ser apta para la cena. Se necesita intimidad durante las horas siguientes. El segundo consistía en picadillo con patatas y huevo, o filete, más empanado que el camarero, también con patatas.  Todo era con patatas. Lo que no había aclarado es que eran las mismas para todos.
Para asombro del camarero, se piden cinco fabadas. Los de la sopita miran con ojos llorosos la cazuela de barro. La sopa, dudamos que alguna vez estuviese rica. El segundo vino acompañado de una fuente de patatas, los primeros en repartir comieron, los demás tuvieron que reclamar más patatas. Vinieron para los postres. Uno se quedó impertérrito hasta que no apareció su huevo prometido, que casi llega también para los postres. Eso sí, los huevos de auténticas gallinas asturianas bravús, por el olor de la sopa.

Día 19:
Salimos hacia los Lagos de Covadonga. El día estaba frío y soleado a ratitos. La lluvia ya es una más del grupo. No todos se atreven a llegar al mirador de Ordiales. Como la senda es de una única dirección, los primeros recogen a los demás a la vuelta.
¿Subimos hasta el mirador? Preguntó alguien. A lo que se formula otra pregunta típica de pueblo: ¿Eh? Pero un congostreño que debe estar en primero de inglés, pero no domina la fonética, entiende Eggs. Hace inmediatamente la traducción: eggs = huevos. Huevos, la contraseña. Y sale pintando casi sin saber hacia dónde.

Con menos ritmo, pero todos llegaron al mismo punto, que no fue el mirador. Estaba muy nevado y ya no disponíamos de herramientas. Nos bajamos hasta los lagos para tomar prestadas las mesas de la terraza del bar El Casín.  

Con el estómago llego, nos dirigimos a casa, pasando por un pueblecito llamado Culleredo. (Como las casas colgadas de Cuenca, pero en Asturias). Mientras las mujeres “suricateaban” por las tiendas, algunos congostreños aburridos disfrutaban de una caña en el bar Galerna. Ahí mismo, en la terraza, pudimos comprobar la onda expansiva que desprende un niño al caer. Se cae un niño a dos metros y retiembla la mesa con las cañas y se derraman las cervezas.


En este bucólico pueblecito es donde nos despedimos hasta la próxima. Aburiño…

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