CRÓNICA PATEADA 179

Melón (Ourense) 20/12/2014

 Salimos puntuales para ser congostreños, la niebla amenazaba en la carretera y en el monte cumplió su amenaza. Como era una pateada facilita, quiso complicarla con la baja visibilidad del terreno. Quedamos de encontrarnos, con la sucursal de Santiago, en el centro de Melón.
 Una vez reunidos, serpenteamos con los coches, carretera arriba hasta Tourón. El nombre evoca un toro grande, pero el pueblo es pequeñito. No hay más de tres residentes todo el año. Eso sí, tienen un aparcamiento donde dejar los coches.
 Cincuenta y seis botas cruzan el pueblo pasando directamente a un bosque de robles. Grandes capas de musgo verde cubren los muros y las hojas marrones alfombraban el camino. Una estampa típicamente otoñal. 
 Se continúa por un sendero abierto para servicio de los montes. El sendero se divide en varios caminos de servicio. Pasada la primera cancilla con rodillos para control del ganado, se decide hacer un recorrido en círculo para indicar a los pateantes por dónde no es el camino. Una vez comprobado que están todos convencidos, nos subimos el pequeño muro del camino y cruzamos el monte en dirección a la cantera. Comprobamos que la cantera es un elemento vivo y que va creciendo con el tiempo, arrasando montes y caminos, por lo que los guías tuvieron que improvisar un camino alternativo que rodease el gigante empedrado. Un pequeño percance visual motivó que tomásemos el plátano en el interior de la cantera, hubo que volver a buscar unas gafas que no aparecieron.

 Salimos de la ella con la intención de retomar el camino conocido. Y así ocurrió después de saltar una zanja que obstaculizaba el paso. ¡Menos mal que no había cocodrilos!
 Ya encauzados en el buen camino, iban comentando que con la niebla no se apreciaba el terreno, que era una pena porque la vista de las cascadas era una pasada. ¡Qué razón tenían!, nos pasamos tres pueblos. En vez de girar a la derecha en determinado lugar para bajar por Moces, giramos a la otra derecha y continuamos cortando la niebla hasta Vivenzo, que en línea recta es un kilómetro más lejos, con los serpenteos del camino, tres.
 Consultamos a un vecino para que nos ubicase en el interior del banco de niebla. Nos comenta que por el monte no podría indicarnos sin que volviésemos a equivocarnos de derecha. Nos recomienda bajar por asfalto hasta la carretera nacional. 
 La gusa ya atacaba, así que antes de enfrentarnos con la carretera, se opta por tomar los bocatas. Se distribuye la gente entre los balcones, la marquesina del bus y el muro. Comimos lo más rápido posible porque la niebla nos perlaba el pelo con la humedad. 

 Como el asfalto nos produce alergia, en cuanto pudimos, tomamos un sendero de tierra y reconducimos el camino al ya conocido. Bajamos por un cortafuegos entre tojos de gran altura hasta llegar a Moces. Una vez allí, tomamos otro sendero de servicio que algunos vecinos desconocen. Cruzamos la autopista y giramos a la izquierda por un sendero asfaltado en mal estado. La intención era visitar un conjunto de hórreos de Quins que aparentaba estar cerquita. Pasados unos kilómetros, asistimos a una pelea de gallos: ¡Quiquriquí, es por aquí! ¡quiquiriquí, no que es por aquí!. Finalmente seguimos la ruta del jabalí, que bajaba por un sendero plagado de plantas autóctonas de ramitas afiladas, pasamos por el borde de una acequia y descendimos paralelos a un riachuelo. ¡El jabalí, sabe por dónde meterse, el paisaje mereció la pena!, Las siluetas de los hórreos que se divisaban a lo lejos en el horizonte, le daban una perspectiva fantasmal. Una nueva forma de contemplarlos.
 No quedaba otra opción que no fuese el arcén de la carretera nacional para llegar el inicio de las pozas. El sacrificio merece la pena.

 El río está en su plenitud, dejando caer desde gran altura, una cortina de agua de extraordinaria belleza. Este hecho se repite varias veces a lo largo de toda la ladera de la montaña. Al final de cada cascada, se crean unas piscinas naturales a las que llaman pozas, muy apreciadas en los días de calor del verano. 
El cansancio hizo ver, a algun@s caminantes, un par de nutrias congostreñas de corto pelaje, disfrutar de las frías y cristalinas aguas. Los lugareños, han sabido aprovechar la belleza del Río Cerves como reclamo, y han acondicionado el valle con vallas y escalinatas de madera que son el tormento de l@s bajit@s.
Mantener esta infraestructura ya les cuesta más. A pesar de las comodidades que implantaron, Congostra se fue dispersando según el oxígeno consumido. ¡La cuesta, cuesta! La cima contiene una serie de miradores en los que se puede parar a respirar, con la excusa de contemplar el paisaje que muestran los torrentes. Incluso hay un balcón que permite al visitante suspenderse sobre la vertical de la cascada mayor, desde donde se sacan múltiples instantáneas. Pocos consiguen mantener la cámara seca.
 Desde la parte alta de la cascada, después de cruzar el puente de hierro, y visitado el balcón, se toma un sendero que nos comunica con la carretera principal de Tourón. A la llegada, una congostreña de hambre perenne, comenta que de haber sabido que había tanto asfalto, traería unas patatas y unos chorizos, que como no tenía abastecimiento, llevaba los pies cocidos. Aquí comenzamos y terminamos la ruta.
 Se realiza recuento y selección para asistir al último tapeo congostreño del año. Se divide “el melón” por la mitad: doce  se piran y el resto se quedan. 

O Lar de Pazos es un peculiar bar, montado con restos de camiones y contenedores. Pequeño, pero muy acogedor. Todos los sábados hay callos con macarrones gratis. Parecían estar muy buenos, sorprendía ver lo poco que se tardaba en el baño. No era el miedo a quedarse sin ellos, era el frío que hacía en este lugar de culto y lo calentito que se estaba en el bar. El dueño nos sirvió un plato de callos y/o sopa de cocido, que consistía en un cucharón para probar y otro para dejar en el plato, si podías. Estaba seguro de que no lo dejaríamos, y si te terminabas todo, venía amenazando otra vez con el cucharón. Vino tinto y blanco mojaban las sopitas. Café a elegir. Todo esto por seis euros. Tesoros de la vieja guardia de Congostra.

 Desde aquí… cada mochuelo a su olivo. ¡Hasta la próxima! Abur…

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