CRÓNICA PATREADA 283


Lamas de Mouro – Peneda – (Portugal) 29/02/2020

¡No volveremos a realizar una pateada como esta hasta pasados cuatro años!

Sobre las diez aparcamos en la puerta de Lamas de Mouro, al lado del Centro de interpretación del parque Peneda- Geres, justo en un aparcamiento empedrado.

Al poco rato ya estábamos metidos en faena, cruzamos el riachuelo por un puente de madera y caminamos monte abajo por el “Pinhal de Pinheiro-Silvestre”. El guía quedó rezagado esperando a un congostreño que tuvo una trifulca con su despertador y no se pusieron de acuerdo con la hora de despertar.

Nos reunimos todos, en un peto de ánimas de piedra con velas a pilas que alumbraban a algún santo. ¡Qué místicos son en Portugal!

El camino nos lleva por un bosque de pinos autóctonos sin más sorpresas hasta la altura de un alpendre que había contenido gran cantidad de vacas, a juzgar por el barrizal a sus puertas. Era por este barrizal, por donde iba el camino, así que todos menos uno, lo rodearon. El héroe embarrado, botaba por el barro con la esperanza de pisar en algo fijo ¡pobre iluso! Mientras bordeaba la alambrada, un resbalón activó sus reflejos para agarrarse, descubriendo así por qué lo llaman alambre de espino.

El día estaba fresquito, incluso cayeron algunas gotas por lo que había que compaginar los bastones con el equilibrio del paraguas y la resistencia del viento. Mientras atendía al paraguas que reclamaba su atención, un congostreño arrea una patada a una raíz que sobresalía del suelo a modo de asa, esto hizo que se desconcertara, teniendo que decidir si atendía al paraguas, al bastón o a la puñetera raíz. La inercia decide por él: la raíz recibe otra patada con el otro pie, su equilibrio se resiente, sus ojos aplican el zoom para no perder detalle, el paraguas queda doblado bajo su cuerpo, su cara roza contra el suelo. ¡No pasa nada! farfulla ante las interrogantes miradas de los compañeros que se habían percatado del aparatoso proceder del susodicho. Mientras reponía la compostura pensaba: Seguro que el señor que creó la religión hindú con dioses de varios brazos, caminaba  por el monte un día de lluvia con viento.

A lo lejos se podía divisar el valle con el Santuario de la Virgen de la Roca. Era una visión en modo divino, desde las alturas. El descenso por el sendero empedrado y húmedo, ya era en modo demonio. Más de uno deslizó sus posaderas antes del final del sendero.

Como había dos bares abiertos y hacía fresquito, tomamos el bocadillo en las escaleras de piedra fría que suben al santuario. Había que presumir de termo que mantiene casi hirviendo la pócima del druida. Una vez verificado que se termina todo, chocolate incluido, se pasa al interior del bar para tomar un café que caliente el cuerpo.

Después del café, toca desandar lo andado. Salimos carretera arriba pero por unos senderos que la bordeaban, volviendo de vez en cuando a la carretera.

Ya metidos en el bosque, nos encontramos con botellas de vidrio semienterradas por las hojas. Dos congostreños entran en discusión sobre la llegada de las botellas a aquella ubicación:
-          “Seguro que fixeron botellón e deixaron aquí os restos…”
-          ¡Qué va!, tiráronas desde a carretera pola ventanilla do coche…”
Lo bueno del tema, es que cargaron con ellas hasta un contenedor que no estaba muy cerca.

Volvimos al santuario del principio, realizamos los ofrecimientos oportunos, pero sin vela, y continuamos camino por la “Calçada da Portela do Lagarto” donde divisamos dos construcciones en mal estado que fueron casas forestales.

Las cañas se tomaron en el bar cercano a los coches, ¡cómo se echan de menos las tapitas en los bares portugueses! Si no llega a ser por unas musculadas congostreñas, que portan cual sherpas, frutos secos para compartir, puede incluso que nos sentase mal la rica “cerveja” portuguesa.

Desde aquí, cada mochuelo a su olivo.

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