Lamas
de Mouro – Peneda – (Portugal) 29/02/2020
¡No
volveremos a realizar una pateada como esta hasta pasados cuatro años!
Sobre
las diez aparcamos en la puerta de Lamas de Mouro, al lado del Centro de
interpretación del parque Peneda- Geres, justo en un aparcamiento empedrado.
Al
poco rato ya estábamos metidos en faena, cruzamos el riachuelo por un puente de
madera y caminamos monte abajo por el “Pinhal de Pinheiro-Silvestre”. El guía
quedó rezagado esperando a un congostreño que tuvo una trifulca con su
despertador y no se pusieron de acuerdo con la hora de despertar.
Nos
reunimos todos, en un peto de ánimas de piedra con velas a pilas que alumbraban a
algún santo. ¡Qué místicos son en Portugal!
El
camino nos lleva por un bosque de pinos autóctonos sin más sorpresas hasta la
altura de un alpendre que había contenido gran cantidad de vacas, a juzgar por
el barrizal a sus puertas. Era por este barrizal, por donde iba el camino, así
que todos menos uno, lo rodearon. El héroe embarrado, botaba por el barro con la
esperanza de pisar en algo fijo ¡pobre iluso! Mientras bordeaba la alambrada,
un resbalón activó sus reflejos para agarrarse, descubriendo así por qué lo
llaman alambre de espino.
El
día estaba fresquito, incluso cayeron algunas gotas por lo que había que
compaginar los bastones con el equilibrio del paraguas y la resistencia del
viento. Mientras atendía al paraguas que reclamaba su atención, un congostreño
arrea una patada a una raíz que sobresalía del suelo a modo de asa, esto hizo
que se desconcertara, teniendo que decidir si atendía al paraguas, al bastón o
a la puñetera raíz. La inercia decide por él: la raíz recibe otra patada con el
otro pie, su equilibrio se resiente, sus ojos aplican el zoom para no perder
detalle, el paraguas queda doblado bajo su cuerpo, su cara roza contra el suelo.
¡No pasa nada! farfulla ante las interrogantes miradas de los compañeros que se
habían percatado del aparatoso proceder del susodicho. Mientras reponía la
compostura pensaba: Seguro que el señor que creó la religión hindú con dioses de
varios brazos, caminaba por el monte un
día de lluvia con viento.
A
lo lejos se podía divisar el valle con el Santuario de la Virgen de la Roca.
Era una visión en modo divino, desde las alturas. El descenso por el sendero
empedrado y húmedo, ya era en modo demonio. Más de uno deslizó sus posaderas
antes del final del sendero.
Como
había dos bares abiertos y hacía fresquito, tomamos el bocadillo en las
escaleras de piedra fría que suben al santuario. Había que presumir de termo
que mantiene casi hirviendo la pócima del druida. Una vez verificado que se
termina todo, chocolate incluido, se pasa al interior del bar para tomar un
café que caliente el cuerpo.
Después
del café, toca desandar lo andado. Salimos carretera arriba pero por unos senderos
que la bordeaban, volviendo de vez en cuando a la carretera.
Ya
metidos en el bosque, nos encontramos con botellas de vidrio semienterradas por
las hojas. Dos congostreños entran en discusión sobre la llegada de las
botellas a aquella ubicación:
-
“Seguro
que fixeron botellón e deixaron aquí os restos…”
-
¡Qué
va!, tiráronas desde a carretera pola ventanilla do coche…”
Lo
bueno del tema, es que cargaron con ellas hasta un contenedor que no estaba muy
cerca.
Volvimos
al santuario del principio, realizamos los ofrecimientos oportunos, pero sin
vela, y continuamos camino por la “Calçada da Portela do Lagarto” donde
divisamos dos construcciones en mal estado que fueron casas forestales.
Las
cañas se tomaron en el bar cercano a los coches, ¡cómo se echan de menos las
tapitas en los bares portugueses! Si no llega a ser por unas musculadas
congostreñas, que portan cual sherpas, frutos secos para compartir, puede
incluso que nos sentase mal la rica “cerveja” portuguesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario